Quién es fascista en Europa
«Bruselas es el balneario en el que los partidos de izquierda y derecha gobiernan de manera conjunta desde finales de los años 70»
Bruselas es el balneario en el que los partidos de izquierda y derecha gobiernan de manera conjunta desde finales de los años 70. Es un lugar de negociación y de poca confrontación política. Un lugar en el que el político que aquí consideramos de extrema derecha o de ultraizquierda, allí se convierte en un tipo amable con el que podemos llegar a acuerdos.
En un momento en el que todavía no se han conformado de manera definitiva los grupos políticos europeos se observa una hegemonía de la derecha europea con el triunfo del Partido Popular Europeo (PPE) y el ascenso de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), encabezados por Giorgia Meloni, al tercer puesto en número de eurodiputados, lo que hace prever un cambio tectónico en el modo pactista de entender la política en Europa. ¿Es esto positivo o negativo? Pues depende de cómo se mire. Si la polarización política que impregna a la mayoría de los Estados miembros se traslada a la UE, no será bueno, pero podría tener el efecto positivo de que por fin se politicen instituciones como el Parlamento Europeo.
«Demonizar como fascistas, ultraderechistas o antieuropeos a los millones de europeos que han votado por opciones como la de la primera ministra italiana no lleva a ninguna parte»
La Unión Europea tiene un origen elitista, se construyó de arriba abajo, y eso siempre le ha lastrado a la hora de cerrar el abismo que todavía existe entre la ciudadanía y las instituciones. Bruselas se sigue viendo en la lejanía pese a que las decisiones que allí se toman nos afecten en el día a día. Los niveles de participación siguen siendo bajos, en torno al 50%, al ser unas elecciones de segundo orden que siguen sin importar en exceso a los europeos y en las que aparecen elementos residuales de castigo y antipolítica como el tal Alvise.
En Europa se ha desmoronado el partido Liberal Europeo (Renew) por la caída de Macron, la desaparición de Ciudadanos y la huida de partidos como el ANO checo hacia Conservadores y Reformistas, que ya veremos si no crecen más en los próximos días con la adscripción de algunos de los diputados No Inscritos o tras las elecciones francesas. Las nuevas alianzas apuntan hacia la hegemonía de la derecha que podría imprimir un cambio de rumbo a la UE. La política migratoria será más securitaria y enfocada a la protección de las fronteras, se contraerán las políticas medioambientales para favorecer a agricultores y a determinadas industrias y la política comercial podría ser más proteccionista.
Demonizar como fascistas, ultraderechistas o antieuropeos a los millones de europeos que han votado por opciones como la de la primera ministra italiana no lleva a ninguna parte. Mientras Meloni respete las instituciones democráticas y el Estado de derecho, por qué tacharla de fascista. Cuando Berlusconi años atrás acosaba a los jueces o Sánchez en la actualidad ataca la independencia del poder judicial, nadie en la UE ha osado en tacharlos de autoritarios.
A medida que los ciudadanos no encuentran alternativas políticas ni soluciones a los problemas de su vida real en los partidos tradicionales, que miran hacia otro lado sin saber cómo reaccionar, la consecuencia es el auge del populismo. La crisis de representación en la que viven democracias como la europea, en la que la ciudadanía se pregunta si los políticos defienden de verdad sus intereses; deviene en una crisis de participación y de confianza en las instituciones y de cohesión de la propia sociedad que desemboca en una polarización extrema y en conflictos intergeneracionales, que abren la puerta a los extremismos.
La resiliencia de la democracia europea dependerá de la habilidad que tengan las nuevas instituciones europeas de responder a desafíos como la inmigración ilegal, la inseguridad física e identitaria, la escasez de vivienda, la inflación y el desempleo. De la supervivencia de esas estructuras democráticas a los ataques del populismo depende la sustitución de unos partidos por otros y la puesta en marcha de políticas diferenciadas. Los ataques a los jueces y a la prensa libre no caben en una Europa democrática. La lupa de la UE debería enfocar al gobierno de Sánchez, si sigue la senda del autoritarismo; por mucho que el presidente español acuse de fascismo a todo aquel que no esté a su izquierda en España y el resto del mundo.