Diplomacia tuerta
«Si hay un país que sigue pegándose tiros en sus pies, en su historia, en su imagen, en sus relaciones internacionales, ese es España»
En un país serio, la diplomacia es la acción, para muchos un arte, de defender los intereses nacionales y de establecer y mantener las mejores relaciones internacionales en busca de la defensa y mejora de esos intereses nacionales y de relaciones amistosas fructíferas. En un país serio, este objetivo se convierte en un fin común y continuo, sea cual sea la ideología del gobernante. En un país serio y democrático, la alternancia en el poder de distintos partidos con distintas ideologías en la gobernación no implica nunca una gran variación de esos fines. En un país serio para conseguir esa estabilidad en la acción diplomática y en las relaciones internacionales, las decisiones más importantes en política internacional se consensúan o al menos se comunican de manera directa y fluida al partido de la oposición para evitar ofrecer la imagen de un país dividido.
Es verdad que no hay ningún país en el mundo, sea serio o no, sea democrático o sea una dictadura, en que se haya visto nunca un gobierno que sea él mismo, el primero en alimentar a los partidarios de la independencia de partes de territorio de su propio país. No encontrarán tampoco nunca un gobierno cuyos socios legislativos sean los mayores enemigos de la Constitución democrática de ese país. Tampoco encontrarán un gobierno que defienda con todo su aparato estatal para amnistiar y proteger a esos socios que ya intentaron la voladura de la unidad del país. Y ya en medio del surrealismo más escalofriante, no encontrará a un gobierno que financie más a los territorios de esos partidos en detrimento del resto de los territorios solidarios y comprometidos con la unidad nacional.
«Estos cancelacionistas de la historia que tanto daño han hecho a la imagen de España, los tenemos ahora gobernando»
Y si sigue usted buscando en el tiempo el delirio suicida de algún país, no encontrará tampoco ninguno en el que se hayan creado leyendas negras en contra de la verdad histórica, ni políticos, ni dirigentes actuales que solo obedecen a un reduccionismo mental con el que atacar la historia de su país, con teorías fruto de la propaganda de las que fueron potencias rivales son palabra sagrada. Estos cancelacionistas de la historia que tanto daño han hecho a la imagen de España, los tenemos ahora gobernando. Están en el gobierno. Si ha llegado hasta aquí no podrá evitar la sensación de que si hay un país que sigue pegándose tiros en sus pies, en su historia, en su imagen, en sus relaciones internacionales, ese es España.
España hace años que dejó de ser un país serio en el terreno diplomático e internacional. Es más, puede que, a este paso, España deje de ser incluso un país con una única acción diplomacia unida bajo la acción de un presidente y de un ministro de asuntos exteriores democráticos que explique y, por supuesto, que asuma el control y las decisiones de un Congreso de los Diputados que también en este terreno es un solar legislativo «okupado» por la Moncloa. El giro personal de Pedro Sánchez con Marruecos y la posición sobre el Sáhara han demostrado la cobardía y sumisión de la izquierda española a los caprichos del presidente, que sigue sin explicar ni mostrar un solo beneficio por esa traición al pueblo saharaui.
Los últimos incidentes diplomáticos con Argentina son meras anécdotas ante la política de apisonadora ideológica de Pedro Sánchez que las utiliza para crearse una imagen de luchador antifascista entre sus socios nacionales de extrema izquierda. Porque poco le importa a este gobierno los más de siete mil asesinatos políticos en Venezuela. Ni una palabra de condena o al menos de petición de limpieza en las previsiblemente nuevas falsas elecciones libres. Al contrario. Se recibió entre risas del hoy apestado Ábalos a la número dos del narco dictador Maduro. Han llegado a pedir que la UE levantara las sanciones a Caracas pese al nuevo pucherazo electoral que se avecina con exclusión de candidatos opositores incluida. Nadie las considera limpias. Ni la mayoría de la UE, ni Estados Unidos, ni Canadá, ni la propia Organización de Estados Americanos (OEA). Pero pese a todo, con Venezuela, sonrisas. Es la política impuesta por el gran amigo y valedor de Maduro, el expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero. Algún día se sabrán las razones que le han llevado de ser mediador a ser el máximo defensor del régimen chavista.
Milei ganó en unas elecciones limpias en las que el pueblo argentino le respaldó de forma masiva como única solución para salir de años de supuestos peronistas cuya descomposición máxima fue un kirchnerismo corrupto tan desesperante, que prefirieron votar a Milei antes que continuar ni un día más bajo un régimen corrupto e inepto. A mí no me gusta el extremismo ultraliberal, ni el histrionismo y virulencia verbal de Javier Milei. Tampoco me gustaba Cristina Kirchner. Y también fue jefa de estado de Argentina.
Y el que no guste Milei no debe hacer olvidar al gobierno las buenas prácticas diplomáticas. España, a través de Sánchez, Díaz, Albares o Puente, ha mantenido una línea creciente de feos con el jefe de Estado del país con mayor colonia española en América. Desde no felicitar por el triunfo, algo ya habitual en la educación política que mantiene Pedro Sánchez, a no mandar ningún ministro acompañando al Rey en la toma de posesión. Gestos de frialdad diplomática que subieron al insulto personal cuando Óscar Puente acusó a Milei de tomar sustancias. Frase de la que nunca se disculpó. La respuesta de Milei, no por esperada, dejó de ser también impresentable, acusando en Madrid de forma intolerable a Pedro Sánchez y a su mujer, Begoña Gómez, de corrupción.
Nuestra diplomacia es tuerta. Y cobarde. Ante la petición de Milei de ser recibido por el Rey en un nuevo viaje a Madrid, Albares respondió con la peor respuesta posible: un silencio cobarde que ponía de nuevo en un brete a Felipe VI, que tuvo que recordar que la política exterior de España depende del gobierno. Con un Milei crecido, solo faltaba que Isabel Díaz Ayuso entrara al baile, concediéndole una medalla de la Comunidad de Madrid, que solo se puede ofrecer en un viaje oficial de la figura premiada. Y no era el caso. Algo que ha provocado durísimas críticas de injerencia desde el gobierno.
Acusan a Ayuso de deslealtad y falta de respeto institucional por un acto de indudable repercusión internacional. Lo más paradójico es que desde fuentes socialistas se acuse a Ayuso de hacer lo mismo que la Generalitat con su política de embajadas. De generar su propia política exterior. Algo que parece exagerado máxime cuando Cataluña tiene ya 21 delegaciones exteriores que cubren 81 países. Destacaba hace días con orgullo Pere Aragonès que Cataluña es ahora mismo «la nación sin Estado con más presencia internacional a través de embajadas». Con todo un Plan de Acción Exterior que busca la soberanía económica y consolidar alianzas sólidas con gobiernos extranjeros. En un país serio, esta planificación de una red de embajadas que busca una política exterior propia no sería permitida. En España, que no es un país serio, esos gastos se pagan con los impuestos de todos los españoles.
No busque declaraciones en contra de las embajadas catalanas de ningún dirigente socialista, de algún ministro o del propio Sánchez. Eso ni se toca, ni se dice. Son votos en el Congreso. Y esa es nuestra diplomacia tuerta.