THE OBJECTIVE
Manuel Ruiz Zamora

Apología asintomática de Andalucía

«Es innegable que se han producido en estos años cambios importantes en la regeneración política de la región y en materia económica»

Opinión
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Apología asintomática de Andalucía

El presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno. | Ilustración de Alejandra Svriz

No hay región española más aplastada por los tópicos que Andalucía: primero fueron los viajeros románticos, después fue la República, más tarde el franquismo y, por fin, las burguesías estrictamente racistas vasca y catalana. Hasta el mismísimo Ortega, con toda su lucidez, perpetraba en su Teoría de Andalucía, un topicazo con ramalazos de genialidad en donde Andalucía era reducida poco menos que a una caricatura del narcisismo sevillano. Pues bien, todavía hace unos días en este mismo periódico he tenido la oportunidad de leer un artículo que, con el título de Andalucía como síntoma, nos obsequiaba con perlas tan refulgentes como la siguiente: «Ajeno a cualquier tipo de compromiso reivindicativo (mejores hospitales, más escuelas y personal docente, carreteras bien conservadas, trenes que enlacen de verdad las zonas opacas del territorio), el andaluz de a pie se desvive por la feria, la Semana Santa, los carnavales y El Rocío». Hombre, hombre, que diría Arcadi Espada.

Teniendo en cuenta la olla a presión en que se ha ido convirtiendo la política del país, uno, en su persistente ingenuidad, creía que iba a encontrarse con una reflexión sobre el contraste que, frente a ella, representa el oasis andaluz y el incontestable desarrollo de la región en estos últimos años. Nada más lejos de la realidad. La tesis que subyace en el artículo, firmado por Fede Durán, vendría a resumirse tal como sigue: como quiera que la estrategia de rapiña sostenida y extorsión al Estado de la clase dirigente catalana ha dado tan buenos resultados, los políticos andaluces, a los que, en virtud de su pasividad, en Madrid se «trata como a tontos», deberían tomar nota y actuar en consecuencia, desarrollando igualmente fórmulas eficaces de chantajismo político que se tradujeran en réditos económicos. 

«En realidad» –escribe Durán-, «el centralismo ignora el verdadero alcance del trabajo desarrollado de Despeñaperros para abajo por la clase dirigente meridional, afanada en que la única muestra de algo parecido a una sociedad dinámica sea el folclore». No somos capaces de determinar quién sea el sujeto de esta frase: ¿es el centralismo (sea eso lo que quiera ser) el que, ignorando el trabajo que se hace de Despeñaperros para abajo, se empeña en creer que la única muestra de algo parecido a una sociedad dinámica sea el folklore o es la propia clase dirigente meridional la que incurre en tales inercias? Sea como fuere, el tópico está servido. 

No voy, por supuesto, a hacer una defensa incondicional del actual Gobierno andaluz, que en materia ideológica incurre en lo mismo en que suelen hacerlo todos los gobiernos del PP: el seguidismo y la consolidación de las políticas socialdemócratas, pero sí es innegable que se han producido en estos años cambios importantes, no ya en lo que se refiere a la regeneración política de la región, que arrastraba desde los años del PSOE un volumen insoportable de corrupción endémica y clientelismo (esos ahora, por cierto, se quieren legalizar por la puerta de atrás), sino, y fundamentalmente, en materia económica. 

Para no tener que entrar en enumeraciones interminables, me limito a copiar un simple párrafo extraído de la prensa económica al alcance de cualquiera: «Google ha escogido Andalucía como sede de su nuevo centro europeo de I+D+i. Renault ha decidido que lidere su proyecto de descarbonización. Una capital andaluza formará parte del grupo de siete ciudades europeas que ha escogido Vodafone para instalar sus centros de investigación. Rovi levantará en Andalucía su planta de fabricación de heparinas y de producción de vacunas contra la Covid. Ericsson, Atlantic Cooper, el Grupo Cosentino y otras multinacionales están desarrollando ya proyectos en Andalucía…».

«El clima político, en contraste con el nacional, remite a los tiempos en los que la democracia española discurría por cauces civilizados»

A ello hay que añadir los datos de creación de empleo, por encima de la media nacional, de crecimiento económico, igualmente superiores, la mejora en los índices del Informe PISA, etc. Por si fuera poco, el clima político, en contraste con el nacional, remite a los tiempos en los que la democracia española discurría por cauces civilizados, y ello, no sólo porque el PSOE andaluz anda prácticamente descabezado, sino porque hay en esta tierra una tradición genuinamente liberal que hace posible otras formas menos abruptas de entender la política. 

No obstante, lo más discutible del texto de Durán es, como digo, la tesis que defiende, toda vez que compra la mayor que inspira la praxis política de los independentistas. No es ni mucho menos casual que el final del artículo sea una invocación nostálgica del andalucismo, esa tentación identitaria que afortunadamente los andaluces supimos sacarnos de encima poco tiempo después de la Transición. Durán no sólo no denuncia la perversión que representa, en términos de solidaridad y cohesión, la rapiña nacionalista, sino que desearía que se convirtiera en el paradigma a seguir para el resto de las regiones del Estado. Desde tales premisas, Andalucía, que cuenta con un millón más de habitantes que Cataluña, podría ejercer una coerción igual o mayor que la que ejerce la tierra que ha dado al mundo un genio de la política de la talla de Puigdemont

Ahora bien, ¿no será en gran parte esa renuncia a formas mafiosas de entender las relaciones con el resto de Estado, así como la preferencia por el principio de confianza y solidaridad las que, entre otras razones, está configurando a Andalucía como una comunidad cada vez más pujante, según todos indicadores, mientras que Cataluña, por más réditos que en apariencia logre obtener de los poderes centrales, no sólo ha dejado de ser una referencia positiva, como lo era antes de ser invadida por la peste nacionalista, sino que se ha convertido en un ejemplo, universalmente reconocido, de manifiesta decadencia? Sí, puede, en efecto, que Andalucía sea un síntoma, pero precisamente de lo contrario de lo que quienes ignoran la realidad afirman.   

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