¿Una democracia multirracial en Europa?
«Para que sea posible, Occidente debe pedir perdón por una religión ‘criminal’ como el cristianismo, la colonización esclavista y el capitalismo salvaje»
Empiezo con un ejemplo. El gobernador de Florida, Rick Scott, restauró en 2011 una ley que privaba del voto a los delincuentes aunque hubieran cumplido condena. La medida dejó sin voto al 21% de los adultos afroamericanos del Estado. Sí, han leído bien. Una de cada cinco personas de ese colectivo había cometido un delito. La norma les dejó sin voto. El resultado fue la victoria del Partido Republicano en Florida.
El caso está sacado de la última obra de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, titulada La dictadura de la minoría. Cómo revertir la deriva autoritaria y forjar una democracia para todos (Ariel, 2024). Pero no se equivoquen, los dos politólogos norteamericanos denuncian la existencia de normas de este tipo que privan de derechos a los votantes del Partido Demócrata. Ambos entienden que son formas autoritarias de resistencia a la «democracia multirracial».
El libro es interesante no solo para ver el desastre que existe en Estados Unidos, cuya prueba es el mantenimiento de Biden a pesar de su incapacidad para gobernar, sino también para aventurar qué está pasando en Europa. La tesis de Levitsky y Ziblatt es que la sociedad norteamericana es multirracial, lo que significa la igualdad en el ejercicio de los derechos con independencia de la raza a la que se pertenezca. Advierto aquí que no comparto una visión racial de la existencia ni de la historia, pero ellos sí, imagino que debido a que la política norteamericana está racializada desde 1964 y 1965. Fue entonces cuando se aprobaron la ley de derechos civiles y la ley del derecho al voto. En Europa no ha hecho falta que se aprueben leyes similares porque la nacionalización otorga la plena ciudadanía.
Levitsky y Ziblatt hablan de la «democracia multirracial» como la única posible hoy, lo que supone, dicen, eliminar las tradiciones y las costumbres, lo conservador, para dar paso a lo nuevo que procede de razas no blancas o de otras culturas. En el caso europeo sería para las razas y etnias de «otro color» y otra religión o ninguna. Aquí, en el Viejo Continente, lo hemos llamado «multiculturalismo», que se basa en la equiparación de lo propio con lo foráneo, aunque choquen o pongan en cuestión de los derechos humanos, y en especial, los de las mujeres. Esto se ha hecho por «tolerancia» pero no ha generado más concordia.
Dejando el buenismo a un lado, esa «democracia multirracial» instalada o en ciernes supone un vuelco electoral. Para los autores, la equiparación de razas ha generado un resentimiento entre los cristianos blancos, la «esencia conservadora», que han reaccionado apoyando al Partido Republicano de Trump. En Europa esto se traduce en lo que llaman la «extrema derecha», compuesta por partidos que consiguen el voto de aquellos que ven perder o ignorar su identidad y raíces en su propia tierra por acoger a otros, los inmigrantes, que la desprecian o se aprovechan del bienestar que se les proporciona.
«Lo curioso de estos ‘reaccionarios’ es que son partidos que respetan la democracia y rechazan la violencia»
El peligro, dicen Levitsky y Ziblatt, no es el choque o los delitos, sino que los «reaccionarios» utilicen la democracia con lo que llaman «tácticas constitucionales duras» para recuperar legalmente influencia, y excluir o hacer retroceder a los inmigrantes nacionalizados. Es el caso, por ejemplo, de Meloni en Italia o Le Pen en Francia. Lo curioso de estos «reaccionarios», reconocen los dos politólogos, es que son partidos que respetan la democracia, rechazan la violencia y aceptan los resultados de las urnas.
Y he aquí donde viene la catarata de propuestas de los autores para evitar que esos conservadores acaben con la forma «perfecta» de la «democracia multirracial». Atención porque sus sugerencias se oyen en la Unión Europea, sobre todo después de las elecciones del 9 de junio en la que la «extrema derecha», o el «nacionalismo blanco cristiano», como lo llaman Levitsky y Ziblatt, tuviera un respaldo considerable.
Lo primero, dicen, es que la gente es irresponsable e ignorante, y no entiende la democracia ni el tiempo en el que viven. Por eso votan al Partido Republicano en EEUU o a los ultras en la Unión Europea. Eso lo hemos oído aquí, cuando se ha dicho que se vota mal porque no se deposita la papeleta por la izquierda.
Lo segundo es que hay que cambiar las reglas de juego, las constituciones, incluso la de Estados Unidos. Dicen que es «predemocrática» -claro, y anterior al 5G- y que se empeña en contener la tiranía de la mayoría. Eso hay que cambiarlo, afirman, y que la mayoría multirracial gobierne sin freno y domine las instituciones. Esta idea antidemocrática se oye aquí cuando la izquierda pide que una mayoría circunstancial en el Congreso mande sin fiscalización. Las constituciones deben, insisten, ilegalizar a los que no aceptan la «democracia multirracial». Esto supondría hacer un texto para que solo gobiernen unos en detrimento de otros, que no podrían expresarse en la prensa, en organizaciones ni en las urnas.
«Para Levitsky y Ziblatt no hay una extrema izquierda peligrosa ni violenta ni que no cuestione la democracia»
Lo tercero es un «cordón sanitario». No me extiendo en esto. Esa «línea roja» (otro color no es posible) la dibujaría la izquierda con la derecha «buena». Lo curioso es que para Levitsky y Ziblatt no hay una extrema izquierda mala ni peligrosa, ni violenta ni que no cuestione la democracia. Eso solo existe en la derecha, como apuntó Anne Applebaum. Ya se sabe: no hay extremismo de izquierdas malo.
Por último, los occidentales deben reconocer su culpa histórica. De otra manera, es imposible una «democracia multirracial». Esto es wokismo puro. Los blancos deben rendir cuentas de un pasado que no defendió la democracia tal y como se entiende hoy. Es un presentismo bastante infantil, que aquí lo defienden el PSOE, Podemos y Sumar, pero lo describo brevemente. Occidente debe pedir perdón por una religión «criminal» como el cristianismo, la colonización esclavista y el capitalismo salvaje. Esa rendición de cuentas se puede saldar, dicen, si abandonan su pretensión de conservar sus raíces y aceptan las foráneas.
Termino con un par de frases. Es un libro interesante a pesar de que no estemos de acuerdo con sus tesis y soluciones. Sirve para calibrar a dónde nos llevan el progresismo actual y el fenómeno de la inmigración en la Unión Europea.