THE OBJECTIVE
Antonio Camuñas

Pedro Gómez de Baeza o el talento pionero

«Perico fue lo que en nuestro país se denominaba como un adelantado: jugó un papel clave en varios momentos de la historia reciente de las finanzas españolas»

Opinión
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Pedro Gómez de Baeza o el talento pionero

Pedro Gómez de Baeza. | GBS Finance

Me llega la noticia de la muerte de Pedro Gómez Baeza como un mazazo no solo inesperado, sino especialmente difícil de asimilar dada la vitalidad que le era característica y su envidiable estado físico, lo más parecido a la inmortalidad que uno pueda haberse encontrado en este mundo. 

Perico, como todos le llamábamos, fue un referente indispensable para quienes fuimos llegando a Nueva York en los primeros años de la década de los 80, huyendo tanto de la crisis económica que afectaba al viejo continente como en busca de un porvenir en los Estados Unidos de Reagan, que empezaba a dejar atrás el trauma de Vietnam, el Watergate y la tristeza depresiva que caracterizó la presidencia de Jimmy Carter. 

Nuestra oleada migratoria fue muy numerosa y el destino de casi todos era entrar como trainees en alguna de las instituciones bancarias que pueblan el frondoso bosque de rascacielos de Manhattan al amparo del renovado optimismo reaganiano. 

En el fascinante maremágnum de brokers, inversores, analistas y banqueros, que crecía a un ritmo considerable y que años después tendría su propio reflejo en una película de culto, el único nombre español que brillaba con luz propia era el de Perico Gómez Baeza.

«No pasaba desapercibido su reconocido estatus como investment banker en First Boston en Nueva York, que contrastaba con la categoría de becarios o Associates que teníamos los demás»

De entrada porque —tras haberse doctorado como ingeniero industrial— era uno de los poquísimos compatriotas que había acabado de manera brillante su MBA en la Universidad Wharton, institución particularmente exigente en la materia (creo recordar que sólo a Angel Corcostegui lo había logrado antes, si bien luego hubo unos cuantos, ciertamente no muchos, quienes siguieron sus pasos). 

Tampoco pasaba desapercibido su reconocido estatus como investment banker en First Boston en Nueva York, que contrastaba con la categoría de becarios o Associates que teníamos los demás, junto a la evidencia de que le aguardaba una más que prometedora carrera en un mundo en creciente internacionalización económica y financiera. 

El último elemento que consolidaba la reputación del Perico de aquel entonces era el nada frecuente hecho de ser propietario de un precioso piso en la calle 52 con la Segunda Avenida, muy cerca del señorial River Club y de la no menos imponente River House, donde Henry Kissinger asentó su magisterio post-politico. 

La casa de la 52 estaba a una distancia sideral de los estudios y los pisos compartidos del resto de quienes componíamos la colonia española y no solo por su tamaño: era el punto de encuentro indispensable para dar la bienvenida a quienes estaban de paso o llegaban para instalarse; también el de despedida a quienes partían de la ciudad tras haber cumplido su cometido, aunque estos últimos fueran menos frecuentes. Cualquier excusa servía para celebrar la vida que —para Perico— era de por sí un motivo de celebración más que suficiente. También fue el hogar temporal para centenares de sus amigos a lo largo de los años durante sus estancias en la ciudad —algunas bastante prolongadas— que denotaban una generosidad fuera de lo común por parte de su propietario y anfitrión. Allí uno se podía encontrar con sofisticadas mujeres de la esfera internacional, jóvenes de excepcional belleza o conocidas damas de la sociedad española.

«Sus conocimientos en materia de privatizaciones resultó de enorme ayuda en la España que se abría al mundo»

Perico fue lo que en nuestro país se denominaba como un adelantado término sensiblemente distinto al de pionero que luego hemos asimilado— que jugó un papel clave en distintos momentos de la historia reciente de las finanzas españolas. 

Sus conocimientos en materia de privatizaciones resultó de enorme ayuda en la España que se abría al mundo tras nuestra incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea, hecho que propició el regreso de muchos españoles la década siguiente para ocupar puestos novedosos en la incipiente banca de inversión española. 

En 1991 algunos de aquellos expatriados fundaron sus propias boutiques financieras. Entre ellas GBS Finanzas, acrónimo de los apellidos de sus fundadores, Gómez de Baeza y Samaranch, para entonces ya amigos y socios inseparables hasta el final. Ambos formaban un tándem fabuloso y extraordinamente complementario, en el que —pese a las sobresalientes condiciones de ambos— nunca se hicieron sombra.

«No resulta posible enumerar las operaciones nacionales e internacionales en las que GBS ha estado involucrada de muy distintas formas en estas décadas»

Al contrario que otras firmas competidoras, en sus espaciosas oficinas de Velázquez siempre se tuvo una clara vocación internacional que se materializó a través de acuerdos con investment banks de reconocido prestigio. También fue un verdadero catalizador de talento, una escuela de formación a la que se fueron incorporando jóvenes hornadas de banqueros españoles deseosos de seguir la estela que sus fundadores les habían abierto. 

No resulta posible enumerar las operaciones nacionales e internacionales en las que GBS ha estado involucrada de muy distintas formas en estas décadas, pero sí cabe destacar que lo hizo compitiendo con los mejores y manteniendo los más altos estándares de calidad ética y profesional. De su valía y buen criterio se beneficiaron algunas de las más importantes corporaciones nacionales e internacionales, ya fuese como clientes o como miembro de sus consejos de administración. 

El indudable éxito que presidió su trayectoria desde muy joven, nunca alteró sus prioridades vitales, que tenía perfectamente identificadas: por encima de todo, su familia, y particularmente sus dos hijas, Casilda y Marina, a quienes se dedicó con devoción pese a los innumerables viajes y compromisos que tenía que atender y a quienes inculcó su espíritu inquieto y creativo. Tampoco descuidó nunca los deportes, para los que estaba singularmente bien dotado y que practicó con una disciplina cuasi religiosa. Todos ellos le servían como excusa para ampliar horizontes en distintos continentes, cultivando siempre la amistad con quienes se cruzaban en su camino.  

Su faceta cosmopolita no estuvo reñida con un sincero apego al mundo rural y agrícola, donde volvió a adelantarse a la hora de poner en valor el oro líquido español del que tan poco partido se había sabido sacar en la piel de toro. Creó de la nada el primer aceite orgánico español, al que situó como producto gourmet, aunando la máxima calidad del óleo con una atractiva y novedosa comercialización en forma de envases diseñados por un Philip Starck ya entonces en la cima del diseño decorativo e industrial. Todos los años en Navidad me hacía llegar un generoso envío de los distintos productos que se iban añadiendo a los cultivos de Ronda y más tarde de Mallorca, al que yo intentaba corresponder con un almuerzo que celebrábamos en un conocido restaurante; una mera excusa para ponernos al día y pasarlo bien, tarea nada complicada con un aliado del buen humor y la risa incontenible, propias de la amistad que anida en los corazones más sublimes.

Perico, que supo sacarle a la vida el mismo jugo que el célebre exprimidor del diseñador parisino, ha sido fiel a su esencia hasta para marcharse. Lo ha hecho haciendo gala de su condición de adelantado, abriéndonos el camino como nos abría las puertas de su casa —de sus casas— con la misma naturalidad con la que se movía por las grandes avenidas neoyorquinas, los olivares rondeños, las cumbres de los Alpes suizos o los senderos de la Isla de Lamu. 

Somos muchos los amigos que hoy lloramos su muerte. Los que, como él, hemos hecho de cruzar el Atlántico una costumbre, nos quedamos como en ese momento del viaje en el que el tiempo parece detenerse entre el mundo que dejamos atrás y el que nos dará la bienvenida al otro lado. Con esa tristeza de la despedida que precede al feliz abrazo cuando nuestros caminos vuelvan a encontrarse. Ya escribió Alejandro Roemmers que quizá la muerte sea simplemente eso: Un compás de espera entre dos tiempos; con sabor a despedida y a reencuentro. 

Hasta entonces, querido Perico. Y gracias por haberme distinguido con tu cálida y genuina amistad durante tantos años.

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