THE OBJECTIVE
César Antonio Molina

¡Corrupción para todos!

«Los escándalos de la mujer del presidente ejemplifican el naufragio en el que estamos viviendo. Una sociedad a la que se le están arrebatando sus derechos»

Opinión
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¡Corrupción para todos!

Ilustración de Alejandra Svriz.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek, que hace años fue candidato a la presidencia de su país, en uno de sus últimos libros titulado El plus de goce, narra una «anécdota» muy divertida, pero que, sin embargo, nos conduce a una penosa meditación. Hace algún tiempo, un candidato croata a la presidencia de su país esgrimió este lema para su campaña: «¡Corrupción para todos!». Del comentario de Žižek, siempre un poco ácrata, deduzco que a él le hubiera gustado también haberlo empleado. Dado que la corrupción se había extendido entre las más diversas capas sociales de esta república exyugoslava, como también lo es Eslovenia, el candidato proponía que en vez de combatirla una vez llegado al poder, la extendería por el resto de la población. Así ya no sería un delito, sino un gran progreso de la democracia.

Creo que no tuvo éxito esta propuesta, al menos yo no tengo constancia de ello, pero quién sabe si en el futuro otro candidato, en otro país, podría volver a intentarlo. De hecho, en algunos Estados «democráticos» ya se está experimentando con cierto consenso. Hoy aquel eslogan ha sido actualizado y dice así: «¡Corrupción para todos mis amigos, familiares en distintos grados y adheridos a mi secta de las mentiras bienhechoras!».

El candidato croata no fue el primero, desde luego, en proponer semejante beneficencia masiva. En la literatura universal hay variedad de ejemplos muy semejantes, unos coincidentes con la realidad y otros mezcla de ésta con la ficción. En la novela El inspector del gran novelista ruso Gógol, el capitán de la policía corrupto de la ciudad se lo explica a su avezado subordinado extendiéndole la palma de su mano. El soborno, la corrupción es posible, él no la considera un delito; el verdadero delito está en quedarse con todo el botín y no repartirlo entre los semejantes, comenzando por los superiores. Hoy lo calificaríamos como justicia distributiva.

Una de las características más llamativas de las dictaduras y las autocracias, así como de los antiguos regímenes absolutistas monárquicos, es la irregular implicación de las esposas o amantes en las decisiones políticas de sus esposos. Podríamos poner muchos ejemplos a lo largo de la historia, pero tenemos aún uno relativamente reciente en nuestro país. La influencia de Carmen Polo de Franco en los asuntos de su marido. Lo refleja muy bien Amenábar en su gran película Mientras dure la guerra. Asuntos del Gobierno del dictador, pero también asuntos de corrupción familiar, con el asentimiento pasivo del General. Sabemos que a Carmen Polo le encantaban las joyas, y más que se las regalasen, por el «afecto» que este matrimonio desprendía allí por dónde fuera.

En mi ciudad, la más arrasada en sus veraneos, los joyeros crearon un fondo común para afrontar las grandes pérdidas debidas a semejante generosidad anual. A lo mejor ahora no sería mala idea que todas las empresas españolas siguieran aquel ejemplo para afrontar las intermediaciones de la mujer de nuestro actual presidente del Gobierno.

«Al devenir la democracia en autoritarismo, se ha vuelto a repetir aquello que llevaba a cabo con cinismo abyecto la señora de los collares»

Los españoles elegimos tan solo a un presidente, o presidenta en el futuro, pero no a su cónyuge. Y en el caso de Sánchez ya nos sobra con sobrevivirlo. ¿Dos presidentes al precio de uno? Bueno, no sé si el precio es ya mayor, sería aún más insoportable. Una de las importantes diferencias, al menos hasta estos últimos años, entre la dictadura y la democracia, también se ha venido basando en que las mujeres de los respectivos presidentes del Gobierno, desde la UCD hasta el PSOE pasando por el PP, no se inmiscuyeron en los asuntos políticos, ni económicos de sus respectivos esposos. Repasen ustedes la lista. O continuaron con sus actividades anteriores o guardaron un silencio admirable.

Este proceso se ha roto en esta última legislatura. A la mujer del presidente nadie la conocía de nada, y así seguiría siendo si su marido no hubiera llegado a tan alta magistratura. Y lo mismo sucede con el hermano músico. ¿Qué contribución sobresaliente ha tenido a la música española, a la de Extremadura o a la de Badajoz mismo? Ninguno de los miles de aficionados a la música clásica teníamos la más mínima noticia de su existencia. Al devenir la democracia en autoritarismo, se ha vuelto a repetir, en versión moderna, aquello que llevaba a cabo con cinismo abyecto la señora de los collares.

Maquiavelo en El Príncipe escribe que un gobernante no tiene que ser misericordioso, fidedigno, humano, recto y devoto, sino parecerlo. Ni Sánchez ni su esposa siquiera intentan parecerlo. No solo no fingen ni disimulan, sino que son contumaces a machamartillo. Otra de las cuestiones que se reproducen en las mujeres de los dictadores y autócratas, es el interés de ellas en ser mucho más de lo que son, en elevarse social y profesionalmente. En el siglo XIX e incluso un poco más allá, por ejemplo, se inventaban raíces nobiliarias que los verdaderos nobles desconocían hasta que el poder del cónyuge los ratificaba.

Hoy la mujer de un presidente de extrema izquierda, populista, cómplice de asesinos e independentistas, no puede ser obsequiada con el título de duquesa, marquesa o condesa, en este caso de Gómez. Esto sería un desprestigio, pero sí se la puede compensar con un título universitario, al fin y al cabo los docentes son gente tolerante y pacífica.

«Cristina Fernández me dijo que no la llamara nunca presidenta, sino doctora. Nadie fue capaz de confirmarme ese título»

Elena Ceaușescu, la mujer del dictador comunista de Rumanía, había estudiado Química. Su afán por sobresalir la hizo convertirse de la noche a la mañana, según la propaganda del régimen, en una de las más grandes investigadoras de todos los tiempos. Los grandes científicos rumanos trabajaban para ella, que era quien firmaba las investigaciones y recibía los premios internacionales. El colaborador que se iba de la lengua «desaparecía». Este tipo de mujeres siempre han atraído el odio de las gentes, sobre todo de las propias mujeres, y han acabado muy mal.

En uno de mis varios viajes a Buenos Aires para organizar el Congreso de la Lengua que se llevó a cabo en la ciudad de Rosario, tuve que verme con la mujer del presidente Kirchner, que era la presidenta de este acontecimiento. La primera vez me hizo esperar más de una hora. La segunda vez entró en la sala donde la esperaba, me saludó, se miró en un espejo y dijo que tenía que acabar de arreglarse porque no estaba muy presentable. Otra hora más. Finalmente, a la tercera vez me condujo a su despacho y nada más sentarnos, me dijo que no la llamara nunca presidenta, sino doctora. Nadie fue jamás capaz de confirmarme ese título. Esto sólo lo pueden hacer las mujeres de los autócratas, adherirse a tratamientos que consideran más relevantes para sus objetivos. Cristina Fernández, este su verdadero nombre, es hija de un emigrante español. 

Estas reinas por un día, estas Cenicientas de las autocracias, piensan que todo es posible porque sus maridos seguirán ostentando el poder toda la vida. Se olvidan de que nada es eterno. Franco estuvo 40 años, nada menos, pero al 41 desapareció. Todo lo que viene después no se parece en nada a lo anterior. Estoy seguro de que el doctor Sánchez estaría encantado de nombrar a dedo a los profesores, jueces, periodistas y funcionarios en general. Cree que la democracia consiste en eso. Habiendo sido nombrado presidente por las urnas, sabemos que no ganó las últimas elecciones y está agarrado a un clavo ardiendo, cree que tiene delegados todos los derechos de los ciudadanos, incluso de aquellos que no lo votaron.

«¿Puede un país ser gobernado por la delincuencia que respalda a un Gobierno?»

Los escándalos de la mujer del presidente (cómo se puede ser feminista utilizando estos resortes del poder en propio beneficio) ejemplifican el naufragio en el que estamos viviendo. Una sociedad a la que se le está arrebatando sus derechos, su identidad como país y como nación, a la que se la amenaza e insulta y se la descompone en partículas. El miedo está calando en la ciudadanía y cada cual intenta salvarse como puede. Y no hay mejor salvación que el dinero. De ahí que la corrupción se extienda más allá de la política, por ejemplo, en el deporte, la cultura, u otras profesiones respetables.

¿Existe ya España? ¿Seremos tras el independentismo colonias vascas o catalanas? ¿Puede un país ser gobernado por la delincuencia que respalda a un Gobierno? ¿En qué muro de la vergüenza Sánchez colocará a quienes discrepan con él? ¿Se levantará con ese fango tan recurrente al que se refiere? ¿Firmarán Trump y Sánchez la colaboración para finalizar ambos muros? Ya Heráclito en su tiempo prevenía de aquellos políticos que se regodeaban y encontraban placer en hablar de la inmundicia. Fango, que no Tango, como canta el gran Paolo Conte, es hoy la palabra más refulgente de nuestro vocabulario. Freud, en una carta que le envió a su hermano Alexandre, le decía textualmente: «He entregado toda mi libido al Imperio Austro Húngaro». Sánchez, a este paso, acabará con los restos del nuestro.

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