THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Elecciones o así

«Cuando se impone el sectarismo, los matices se van a freír gárgaras y la capacidad analítica no es que se ofusque, es que se tira a la papelera»

Opinión
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Elecciones o así

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando tenía 16 años –y ya no sé si alguna vez tuve 16 años– en la asignatura de Historia estudiamos la teoría de la concatenación histórica. En ella no existía ni rastro de adanismo. Los hechos eran consecuencia de sus antecesores y gran parte de la responsabilidad de cualquier episodio histórico se encerraba en sucesos anteriores, como en una especie de fatalismo mítico. Funcionaba como una regla de tres. Eso no quería decir que el nuevo episodio –una revolución, la caída de una monarquía, una guerra, una crisis económica…– fuera inocente en absoluto, pero sí que no llegaba solo, sino acompañado por los pecados de sus padres. Pecados de acción, especialmente, pero también de omisión (que son aquellos por los que más purgamos en la vida).

Conocí en la Barcelona de los 70 a un matrimonio chileno, amigos del mayor de mis hermanos y su mujer. Él era un prestigioso oculista y lo había sido del escritor José Donoso, cuyos ojos necesitaban cuidados. Ella pertenecía a la clase alta santiaguina, con extensas quintas –o cómo se llamen en Chile– en el campo. Salvador Allende había llegado al poder y ellos habían elegido Europa para vivir: Barcelona entonces era lo más parecido a Europa que teníamos en España. Ella era una mujer de opiniones políticas contundentes, pero curiosamente –dada su extracción social– nunca la oí criticar en exceso a Allende. No le gustaba y ella no era de izquierdas, pero contra quien cargaba con pasión era contra Frei y su democracia cristiana. Es decir, contra la derecha política chilena, que no había hecho las cosas como debía y así había acabado llegando Allende primero y la dictadura después. 

Fue mi primer ejemplo contemporáneo –o sea, en tiempo real– de la concatenación histórica. Porque, fiel a la teoría, ella consideraba que Frei había puesto las bases del desastre social que había permitido que la izquierda allendista obtuviera el poder. Ya saben cómo acabó aquello, pero aquel matrimonio no regresó a Chile en años y tampoco lo que había les interesaba especialmente, me dio la impresión. Hablo de mediados de los setenta y de su visión de las cosas, que entonces emparenté con la teoría de la concatenación histórica estudiada años atrás. Le iba como un guante. 

Ahora hay pocas personas que miren el fragmento de historia que les ha tocado en suerte de esta manera. Ni siquiera sé si aquella teoría jesuítica es recordada por alguien en los tiempos del fin de la Historia, esa tozuda que no se va nunca por mucho que canten su elegía. Ahora se trata de echar la culpa al otro y seguir con lo nuestro. Pero cuando se impone el sectarismo –y parece que nos adentramos con entusiasmo en esa onda maligna– los matices se van a freír gárgaras y la capacidad analítica no es que se ofusque, es que se tira a la papelera. Cuando los extremos mandan, la templanza deja de verse. No es tampoco que no exista; simplemente, no se ve y cuando lo hace se la mira por encima del hombro: «quita, que molestas». La radicalización se convierte en costumbre, aunque a menudo llegue disfrazada con piel de oveja. 

«Preocupan las elecciones francesas y al mismo tiempo se siguen las mismas políticas que han favorecido los resultados galos»

Siempre recuerdo unas palabras de Hannah Arendt sobre la época que le correspondió en su Alemania natal: «Lo preocupante»–o algo así decía– «no es que empezaran a verse camisas pardas aquí y allá; lo verdaderamente preocupante fue cuando empezaste a ver a amigos y familiares vistiendo esa misma camisa». Y tomo aquí la camisa parda como una metáfora generalista: además de parda también puede ser roja, o puede ser la eterna camisa del cinismo, la del que sólo mira en provecho propio y sus bandazos son fruto de la coyuntura y del lugar que desea en ella. Komarovski –recuerden Doctor Zhivago– es un gran personaje, un seductor a base de dinero e influencias, incluso un tipo simpático, pero también son los Komarovski de turno los que van abonando el terreno al caos. Y luego viene el rasgarse las vestiduras, pero nunca pensaron, cuando las cosas les iban bien en la vida pública, en qué medida la estaban socavando. Les importa un bledo.

En fin, nada nuevo bajo el sol, pero ahora vemos a Biden temblequeante y a Trump exultante y la cháchara gira y gira sobre eso y apenas recordamos el Este o el Sur que nos acechan. Preocupan las elecciones francesas y al mismo tiempo se siguen las mismas políticas que han favorecido los resultados galos. Y los zorros sonríen por el colmillo, los fariseos se dan golpes en el pecho y la política que conocimos se nos escapa como arena entre los dedos. Las élites, a lo suyo.

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