THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Superioridad moral y política

«Como si la llamada ‘extrema derecha’ fuera un fenómeno telúrico, como un terremoto, y no el resultado de los votos libremente emitidos por otros ciudadanos europeos»

Opinión
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Superioridad moral y política

Un cartel del partido de Marine Le Pen. | Agencias

Me parece comprensible que quienes tienen determinadas ideas políticas las consideren mejores que las de los otros, sobre todo si son sus adversarios. Si no fuera así seguramente cambiarían de doctrina, porque nadie se equivoca moralmente a sabiendas (gracias por advertírnoslo, Sócrates). Pero para confiar en que nuestras ideas son más razonables que las demás es preciso que reflexionemos sobre sus fundamentos, las contrastemos con otras opiniones, veamos sus efectos prácticos al aplicarlas (las ideas políticas no pertenecen al evanescente orden de la teoría pura sino que quieren mejorar situaciones concretas de convivencia: si fracasan en este empeño, mejor cambiarlas por otras). Lo asombroso es que haya quien suponga que sus convicciones políticas son de por sí y por la gracia divina superiores a las demás, sin necesidad de argumentos ni de contrastarlas con otras o aún más notable, a pesar de los argumentos o de los resultados que las desmienten. Es una especie de racismo ideológico, semejante al de quienes profesan, por ejemplo, que los blancos son más inteligentes y civilizados que los negros o más nobles y compasivos que los asiáticos. Lo cual suele invalidar sin ir más lejos el propio ejemplo personal de quien sostiene esa doctrina… Así vemos que la mayoría de los medios de comunicación hablan de que tal o cual país o toda Europa tiembla «ante el ascenso de la extrema derecha», como si la llamada «extrema derecha» fuera un fenómeno telúrico, como un tsunami o un terremoto, y no el resultado de los votos libremente emitidos por otros ciudadanos europeos que piensan distinto que los temblorosos. 

Por ejemplo, no dudo de que en Francia haya muchos ciudadanos que teman a la extrema derecha, pero otros once millones que votan a Le Pen evidentemente no. Es más, no cabe duda de que hay una mayoría que teme mucho más a Melénchon, su apoyo izquierdista a los radicales islámicos (que tantos atropellos y crímenes han cometido en Francia) y al antisemitismo creciente, que a Jordan Bardella. Suele decirse que quienes se pasan a la extrema derecha están cabreados con todos los políticos, decepcionados, humillados, desconcertados por el mundo moderno, etc. O sea,  siempre se trata de un berrinche, nunca de que se han informado mejor y por eso han abandonado a la izquierda. Los infatigables heraldos del progresismo, más o menos supuesto, sostienen que la xenofobia antislámica se basa en bulos y fake news. Pero resulta que en el Journal de Dimanche (5 de mayo), el ministro del Interior del Gobierno Macron, Gérald Darmanin, admitía que el islam político ha subvertido «el deporte, la educación, la medicina, la justicia, las organizaciones estudiantiles y sindicales, las ONG, la vida política, asociativa, cultural». ¿Resulta tan extraño que una mayoría de franceses tema menos a la ultraderecha que al bienintencionado gobierno centrista que conoce ese estado de cosas y no puede resolverlo?

«Me parece comprensible que quienes tienen determinadas ideas políticas las consideren mejores que las de los otros, sobre todo si son sus adversarios»

Sin salir de España, puede que mucha gente preocupada por la inmigración irregular, que no es una muestra de xenofobia sino de sentido común, vote a partidos de derechas que parece que se toman el problema más en serio que el actual gobierno y sus demagógicos aliados. En el tema de la inmigración, muchas veces la derecha no convence o desagrada con las medidas que propone pero miedo, lo que se dice miedo, sólo da el boquete mental que lleva puesto Patxi López y cía. Y da la impresión de que a la gente de la CEOE o Cepyme (véase su contundente manifiesto de hace bien poco sobre los planes económicos de doña Yolanda) no es ninguna irracional ventolera la que la escorará hacia la derecha sino, si llega a ocurrir, el justificado miedo a su ruina. Que por cierto puede ser también la del país… Un miedo más respetable que el terror a la extrema derecha que viene fomentado por ciertos medios de comunicación. 

Ahora que el colmo de la arrogancia postiza y postinera sobre este tema lo hallamos, como en otras ocasiones, en el País Vasco. Tenemos un lehendakari recién elegido del cual había pocas referencias aunque sí algunos devotos por señales casi milagrosas, como los idus de marzo pero al revés, que confiaban en sus virtudes. En cuanto fue nombrado, declaró en una entrevista que él no quería ser sencillamente un gestor o administrador más o menos eficaz sino un líder. ¡Un líder, vaya por Dios! El señor Pradales, don Imanol, tiene aire de probo funcionario de Correos o, si queremos ponernos solemnes, de empleado de una funeraria. Pero líder, lo que se dice líder… Además ¿hacia qué tierra prometida quiere liderarnos? Lo vislumbramos cuando decide que en la ronda de contactos con el resto de partidos para hablar de los retos que tiene Euskadi (mil iniciativas propone, nada más ni nada menos) excluirá reunirse con Vox. ¿Porqué? Pues porque nuestro amado líder sólo quiere relacionarse con las formaciones sobre las que pueden asentarse unas mínimas bases para el futuro de Euskadi.

«Unas bases -nos ilustra- entre aquellos partidos que aunque tengamos ideologías distintas, sí compartimos y respetamos ese marco de las reglas del juego en los que podemos englobar los valores democráticos, los derechos humanos y, sobre todo, el reconocimiento de nuestro autogobierno». Para compensar este desencuentro, Pradales ofrece a EH Bildu convertirse en su socio preferente. ¡Bingo! De una tacada, el neolíder decide que un partido al que han votado suficientes vascos como para que figure en el Parlamento no comparte el respeto a los valores democráticos, derechos humanos y sobre todo el reconocimiento a su autogobierno. ¿Cómo ha llegado a esa conclusión, que evidentemente no comparten los votantes de Vox? Eso no nos lo explica, porque el partido excluido no ha cometido delitos ni apoya a delincuentes y respeta el autogobierno hasta el punto de querer estar con pleno reconocimiento en el Parlamento vasco. Quien respeta poco el autogobierno es quien los discrimina. Pero son de extrema derecha y esa constatación basta para justificar que se los margine, porque la extrema derecha, usted ya sabe… En cambio EH Bildu, con su núcleo duro de Sortu dentro, que no han condenado la violencia criminal, que ensalzan a delincuentes (según Covite, 188 actos de apoyo a ETA en los primeros seis meses del año), que no celebran la Constitución española, única base del autogobierno vasco (mira, en eso se parecen al PNV)…ese partido tiene todas las complacencias y parabienes del líder máximo. ¿Será mucha osadía decir, ahora que no nos oye nadie, que en el País Vasco hay algunos, bastantes (¿muchos?) que no tememos a Vox sino al separatismo sea de guante blanco o de Goma-2, mucho mas reaccionario en cualquier caso que la extrema derecha mas extrema? Pues dicho queda.

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