THE OBJECTIVE
José García Domínguez

El gran triunfo del 'Brexit'

«Por mucho que lo nieguen los publicistas del ‘establishment’ de Bruselas, en el Reino Unido existe hoy un amplio consenso nacional para dejar de pertenecer a la UE»

Opinión
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El gran triunfo del ‘Brexit’

Kier Starmer. | Europa Press

Quien acaba de obtener un rotundo triunfo histórico en las elecciones del Reino Unido no ha sido el Partido Laborista, sino el Brexit. Un triunfo, ese avasallador del Brexit, tan esperado por todos que ninguna fuerza política británica, con la excepción de los nacionalistas escoceses, quiso suicidarse en las urnas por la muy garantizada vía de defender en la campaña el retorno del país a la Unión Europea. Solo lo hicieron ellos y, como era de prever, se cayeron con todo el equipo. Al punto de que los independentistas escoceses acaban de perder cuatro de cada cinco escaños que ocupaban hasta ahora en el Parlamento de Londres. Y es que, por encima de cualquier otra consideración accesoria, la única lectura intelectualmente honesta de los resultados pasa por admitir que, por mucho que se sigan empeñando en predicar lo contrario los publicistas del establishment de Bruselas, en el Reino Unido existe hoy un amplio consenso nacional en torno a la decisión colectiva de dejar de pertenecer a la Unión Europea. 

«Se constata que los más devotos entusiastas del Brexit han sido los causantes exclusivos de la debacle del Partido Conservador»

Algo mucho más evidente todavía cuando, dejando al margen el estudiado silencio de los laboristas con relación a la cuestión, se acusa recibo del gran resultado en votos populares que ha obtenido el nuevo partido de Farage, genuino caudillo del no a la UE en el referéndum. Así, una vez corregido el efecto engañoso de la diferencia en escaños que provoca el sistema mayoritario, se constata que los más devotos entusiastas del Brexit han sido los causantes exclusivos de la debacle del Partido Conservador. Porque, si nos olvidamos por un instante de los escaños y concentramos la atención en el número de sufragios, podemos observar que los eurófobos más extrovertidos y radicales han cosechado casi la mitad de apoyos en porcentaje que los otros eurófobos, esos tan silentes y discretos del Partido Laborista; un 14,3% frente al 33,8% de los de Starmer. Una evidencia indiscutible, la del consenso nacional de los británicos en torno a dar la espalda definitiva al proyecto europeo y su incierto futuro, que aquí, en el continente, todavía seguimos simplificando hasta la caricatura.

Pues se lee como la crónica del asalto a la hegemonía política e ideológica de una pandilla de palurdos y de rústicos; como el clímax de unos toscos aldeanos de la Inglaterra profunda, anticuados e ignorantes, que vivirían obsesionados con mantener la pureza de las tradiciones ancestrales de su isla – verbigracia la de la caza del zorro- y en extremo reacios a la competencia en el mercado laboral de los fontaneros polacos. Porque el Brexit no es lo que parece a este lado del canal. No se trata, pese a su apariencia externa, de una mezcla a partes iguales de añeja nostalgia imperial y nacionalista aderezada con generosas dosis de xenofobia, esa basura espiritual siempre tan del gusto de ciertos estratos de las clases medias-bajas que logran conllevar su resentimiento social gracias a esa droga, la misma que consumen los votantes de Le Pen, en Francia, o los de Meloni y Salvini, en Italia. El Brexit, bien al contrario, fue una iniciativa no de los de abajo, sino de los de arriba

Lo que hubo tras él fue meditado cálculo estratégico y complejo análisis prospectivo, no rudimentaria emotividad primaria e impulsos irracionales. Y eso es lo que todavía ahora mismo se continúa sin entender en la mayor parte de Europa. La élite inglesa, que siempre ha vivido con un ojo puesto en Estados Unidos, e igual la de adscripción conservadora que sus iguales laboristas, decidió romper con Bruselas no por un lerdo patrioterismo nacionalista, sino porque una economía como la suya, cada vez más volcada en los servicios financieros y progresivamente desindustrializada, tendría poco que ganar, y sí demasiado que perder, asumiendo la creciente carga financiera que supone para los socios ricos la interminable expansión de la Unión hacia los territorios del Este, esos desolados eriales postsoviéticos como Rumanía, Bulgaria o la Ucrania que habrá que algún día habrá que reconstruir con fondos comunitarios. Porque lo suyo, sí, fue cálculo frío, no ciega pasión.

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