THE OBJECTIVE
Luis Prados de la Escosura

Lección británica de democracia

«Además de la importancia que tiene el respeto a las formas, la victoria del líder laborista supone la derrota del populismo de derechas y de izquierdas»

Opinión
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Lección británica de democracia

Ilustración de Alejandra Svriz.

El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte celebró elecciones parlamentarias como es habitual un día laborable, el jueves. Al cierre de los colegios electorales a las diez de la noche, hora local, se hizo público un único sondeo a pie de urna sobre una muestra de 20.000 votantes, que arrojó los resultados siguientes: victoria histórica de los laboristas, hundimiento de los conservadores, resurgir de los liberal-demócratas y fracaso de los independentistas escoceses.

El viernes, tras confirmarse oficialmente esos datos, el primer ministro conservador Rishi Sunak, el primer político de origen indio y religión hindú en ocupar el número 10 de Downing Street, aceptó —«un día duro al final de muchos días duros»— su derrota en un discurso de apenas cuatro minutos con estas palabras:

«Al país, quiero decirle en primer lugar y sobre todo: lo siento. He dado a este trabajo todo lo que he podido, pero habéis mandado una señal clara de que el Gobierno del Reino Unido debe cambiar y vuestro juicio es el único que importa. He escuchado vuestro enfado, vuestra decepción. Y asumo la responsabilidad de esta derrota».

Y refiriéndose al líder laborista vencedor, afirmó:

«En este trabajo, sus éxitos serán los de todos, y le deseo lo mejor a él y a su familia. Cualquiera que hayan sido nuestros desacuerdos en la campaña, Keir Starmer es un hombre decente y con un espíritu de servicio público que respeto». Palabras a las que dos horas después respondió Starmer así: «Quiero reconocer aquí la dedicación y el duro trabajo que [Rishi Sunak] incorporó a su liderazgo».

«El líder laborista no es ‘el puto amo’ decidido a ‘levantar un muro’ contra la otra mitad del país o contra un enemigo invisible»

Esa misma mañana el rey Carlos III encargó formar gobierno a Starmer, que en la mañana del sábado celebró su primer Consejo de Ministros —algo excepcional que sólo se había producido durante la guerra de las Malvinas y durante el Brexity a las 13 horas ofreció su primera conferencia de prensa —obviamente, da vergüenza decirlo, con preguntas— en Downing Street.

El líder laborista insistió en algunas de las frases que había repetido durante la campaña —«Primero el país, después el partido»; «volvamos a hacer de Gran Bretaña un país serio»— llamó a la unidad de todos los británicos para «poner en marcha una renovación nacional» y se comprometió a recuperar la confianza de la gente en el Gobierno y los políticos.

«Cuando la distancia entre los sacrificios que realizan los ciudadanos y el servicio que reciben de sus políticos llega a ser tan grande como es ahora, conduce a un agotamiento del corazón de la nación, a la desaparición de la esperanza y de la creencia en un futuro mejor. Esta herida, esta falta de confianza, solo puede ser sanada con acciones, no con palabras. Lo sé. Pero podemos comenzar por reconocer simplemente que ser un servidor público es un privilegio, y que vuestro Gobierno tratará a cada persona con el respeto que se merece».

Starmer, pese a contar con una mayoría de 412 diputados en una Cámara de los Comunes de 650 escaños, no habló de inaugurar una nueva era, de avanzar hacia otro modelo social, de hacer reformas constitucionales ni de pasar a la historia. No. El líder laborista no es «el puto amo» decidido a «levantar un muro» contra la otra mitad del país o contra un enemigo invisible. Por supuesto, en ninguna cabeza cabe que en los próximos días cambien la dirección de la BBC, o del Post Office, o de cualquier otro ente público o incluso privado.

«’La batalla por la confianza es la batalla que define nuestra era’, dijo Starmer nada más conocer la victoria»

El líder laborista sabe que no va a disfrutar de ninguna luna de miel —«La batalla por la confianza es la batalla que define nuestra era», dijo nada más conocer la victoria y tras registrarse una de participaciones más bajas desde la II Guerra Mundial— y que la tarea que tiene por delante es urgente: ayuntamientos quebrados, deterioro alarmante de las escuelas y de la sanidad pública, precariedad financiera, escaso margen fiscal, aislamiento internacional…

En España se ha tendido a minusvalorar la importancia de las elecciones británicas, debido principalmente a que el resultado estaba cantado y al hecho de que el país no pertenece a la Unión Europea. Esa percepción olvida que Reino Unido es una potencia nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con derecho de veto, y probablemente junto con Alemania, el miembro europeo más importante de la Alianza Atlántica. El próximo miércoles Starmer asistirá en Washington a la cumbre de la OTAN, donde también estará presente el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y el día 19 de este mes recibirá a 50 líderes europeos con motivo de la reunión de la Comunidad Política Europea en el Palacio de Blenheim en Oxford, una ocasión para atisbar las relaciones que su Gobierno quiere mantener con la UE, incluyendo el problema migratorio.

Pero más allá de la crucial trascendencia que tiene el respeto a las formas en una democracia, la victoria del líder laborista entraña otra lección porque, como ha escrito Anne Applebaum en The Atlantic, Keir Starmer «ha derrotado dos clases de populismo»: la gamberra desfachatez de los conservadores que encarnaba Boris Johnson y la inconsistente ferretería ideológica que representaba la izquierda de Jeremy Corbyn. Queden atrás las promesas imposibles de cumplir, las mentiras y las soluciones mágicas, las batallas ideológicas y la doble moral, y que los políticos demuestren, como dijo Starmer en su discurso inaugural, que «la política puede ser una fuerza para el bien. Ése es el gran desafío».

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