THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

Elecciones y sistema electoral

«Las reglas del juego son las que son, pero es obligado estudiar las consecuencias que provocan y denunciar las hipocresías y cinismos de algunos políticos»

Opinión
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Elecciones y sistema electoral

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace tan solo unos días hemos podido leer y escuchar todo tipo de análisis y comentarios sobre el exultante triunfo del Partido Laborista en las elecciones legislativas del Reino Unido que incluso ha llegado a calificarse como histórico. Lo cierto es que los laboristas obtuvieron el 35% de los votos, porcentaje solo ligeramente superior al obtenido en España por el Partido Popular hace un año, el 33%, o al obtenido recientemente por los de Núñez Feijóo en las europeas que fue un 34%, sin que ninguno de estos dos resultados haya sido considerado precisamente un triunfo clamoroso.

La clave del arco radica en el sistema electoral británico que, con circunscripciones unipersonales y mayoritario a una sola vuelta, ha permitido que con un 35% de apoyo electoral, los laboristas logren una sobradísima mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes. Bien conocido es que debido al sistema electoral proporcional vigente en España, el 33% logrado en hace un año por el Partido Popular le supuso obtener tan solo el 39% de los diputados, 137 sobre 350. Consecuencias de aplicar uno u otro sistema electoral.

Más reciente todavía está lo sucedido en las elecciones francesas, en las que los comentarios y análisis que hemos podido leer y escuchar hablan del batacazo del Rassemblement National de Marine Le Pen, partido que con el 37% de los votos populares y siendo el más votado por los franceses ha quedado el tercero en número de diputados en la Asamblea francesa ¿Éxito arrollador de los laboristas y fracaso estrepitoso de los lepenistas? En apoyo popular ni de broma -35% vs 37%-, pero en representación parlamentaria, sí. De nuevo el milagro está en el sistema electoral.

En Francia, como en el Reino Unido, se aplica también un sistema mayoritario con distritos unipersonales. Pero la diferencia -sustancial- entre ambos países reside en la segunda vuelta existente en nuestro país vecino, el llamado ballotage, que en esta ocasión ha sido utilizado por el resto de los partidos políticos franceses para jugar frente al Rassemblement National un todos contra uno. El resultado es que tanto el Nuevo Frente Popular, con un 26% de voto electoral como los de Macron, con un 24%, tienen respectivamente más representación parlamentaria que el partido de Le Pen -recordemos su 37%-.

Es evidente que en las democracias parlamentarias los Gobiernos se conforman en el Parlamento siendo posible, y legítimo, que mediante la coalición de varios de los perdedores se configure una mayoría que deje fuera al ganador de las elecciones. Pero lo sucedido en Francia ha ido más lejos porque el resultado final supone que el orden de los bloques en términos de representación parlamentaria no respeta el salido de las urnas. Para que así haya sucedido han tenido que aunarse el ya expuesto sistema electoral francés y el también reseñado todos contra uno que han urdido los de Mélenchon y Macron.

«Ni soy francés ni simpatizo con Le Pen, pero excluir de la vida política al 37% de los franceses me parece un atropello moral»

Esta consecuencia se está celebrando como un éxito del condón sanitario -sí, he querido decir condón y no cordón-, receta aplicada en Francia y anhelada por la izquierda española que quiere su aplicación en nuestro país para aislar a la extrema derecha, pero, eso sí, dejando todo el terreno de juego libre para que campen por las instituciones la extrema izquierda, los independentistas y los herederos políticos del terrorismo. Menuda hipocresía.

Volviendo a Francia, no es creíble y yo no lo creo que uno de cada tres franceses sea fascista o nazi, circunstancia que me obliga a cuestionar ética y democráticamente el gueto en el que el resto de los partidos quieren arrinconar al Rassemblement National. Ni soy francés ni simpatizo con las ideas que defiende Le Pen, pero excluir de la vida política al 37% de los franceses me parece un atropello moral.

Hacerlo, como proclama Macron, por considerarlos ajenos a los principios y valores republicanos es de un cinismo atroz cuando para conseguirlo no ha dudado en aliarse con una fuerza política como el Nuevo Frente Popular, ideado y liderado por un personaje tan atrabiliario y antidemócrata como Mélenchon por mucho que en un ejercicio más de hipocresía el presidente francés evitara retirar sus candidatos cuando el posible beneficiario fuese de la Francia Insumisa. Sí lo ha hecho a favor de los socialistas echados al monte -de Mélenchon-, de los comunistas y de los naziverdes, todos ellos coaligados con el insumiso y, a lo que se ve, portadores según Macron de los principios y valores republicanos que él se permite otorgar y negar como si fuera el nuevo Rey Sol.

Es obvio que las reglas del juego electoral son las que son -aquí, en el Reino Unido y en Francia- y no deben cuestionarse en función del resultado que provocan cuando éste no es de nuestro agrado. Pero sí es obligado estudiar las consecuencias que provocan y, si fuera el caso, cambiarlas para mejorarlas. Como también es obligado analizar las conductas de algunos políticos y denunciar cuando procede las hipocresías y cinismos de algunos por mucho que ellos mismos se presenten como los paladines del progreso y de la democracia, es el caso de Sánchez, o como los defensores de los principios y valores republicanos, es el caso de Macron.

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