THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

La inmigración ilegal

«La razón más profunda para defender la inmigración legal y perseguir la ilegal es la defensa de los principios que han hecho que España y Europa sean prósperas»

Opinión
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La inmigración ilegal

Ilustración de Alejandra Svriz.

Todas las personas nacen, crecen y se desarrollan en el seno de una familia, de un entorno, de un país y de una determinada cultura. Allí echan sus raíces sentimentales y afectivas y allí adquieren los valores que luego regirán sus vidas.

Muchas veces las necesidades económicas, los conflictos políticos y sociales, o las casualidades de la vida llevan a muchas personas a querer emigrar. Emigrar significa, precisamente, eso: salir de ese entorno en el que uno se ha criado y donde tiene sus raíces afectivas y culturales, para ir a otros países de lengua, cultura, historia, tradiciones, costumbres, valores y formas de vida diferentes, en los que encuentran más oportunidades y más posibilidades de prosperar. Los emigrantes, cuando son legales, llevan a los países que los acogen su voluntad de mejorar sus vidas porque allí van a encontrar mejores condiciones económicas o a vivir con más libertad y seguridad que en sus países de origen.

Esto ha ocurrido así desde que el mundo es mundo y la Historia nos enseña que, en muchos casos, han sido los emigrantes los principales protagonistas del desarrollo y la prosperidad de los países que los han acogido. De manera que la emigración ha sido, de forma indiscutible, un factor de progreso muy importante para el que emigra y para el que lo acoge. No hay más que ver el ejemplo de los Estados Unidos, que es la primera potencia económica mundial y la práctica totalidad de sus habitantes son emigrantes o descendientes de emigrantes.

La libertad de movimiento y circulación de las personas es un principio que, como liberal, he defendido siempre. Además, la experiencia ha demostrado la eficacia de la emigración como motor del progreso de las naciones.

Los países occidentales, gracias a la libertad y a la economía de mercado, es decir, a los principios liberales, hemos creado unas sociedades que pueden ser consideradas las más prósperas del mundo. Al mismo tiempo y aunque muchos no quieran enterarse, los países occidentales venimos del cristianismo, del que hemos tomado muchos de los principios fundamentales de nuestra organización social, como el de la igualdad de todas las personas ante la Ley, como la aspiración a acabar con la pobreza y como el compromiso a ayudar a los más desfavorecidos. Y esto no es la Agenda 2030.

«Para poner un pie en nuestra tierra de manera ilegal no encuentran otro camino que ponerse en manos de mafias que los lanzan al mar»

¿Por qué la llegada de inmigrantes se está convirtiendo en el tema de nuestro tiempo? Para empezar, hay que decir que la llegada de emigrantes legales no es ningún problema. Esto lo deberíamos saber muy bien los españoles, si recordáramos cómo, en los años sesenta del siglo pasado, salieron de España hacia distintos países de Europa unos dos millones de compatriotas. La mayoría eran campesinos que salían de pueblos en los que las condiciones de vida bordeaban la miseria y todos ellos, con sus pobres maletas de madera atadas con cuerdas, iban a Francia, Bélgica, Alemania, Holanda o Suiza con un pasaporte en regla y un contrato de trabajo en el bolsillo. Aquellos dos millones de emigrantes, además de colaborar de manera sustancial al desarrollo de los países que los acogieron, fueron fundamentales para el despegue económico de España.

El problema lo constituyen los ilegales, los que quieren entrar en España, y de rebote en el resto de Europa, sin documentación y sin contrato de trabajo, aprovechándose de legislaciones que los protegen desde el mismo momento en que ponen un pie en nuestra tierra. Y para poner un pie en nuestra tierra de manera ilegal no encuentran otro camino que ponerse en manos de mafias que los lanzan al mar en cayucos sin ninguna garantía de seguridad. Lo estamos viendo en Canarias o ¿es que alguien puede creerse que los que llegan allí en cayucos vienen en ellos desde las costas de Senegal o Mauritania, que distan cientos de millas marítimas?

Es evidente que los cayucos vacíos son remolcados por barcos hasta las proximidades de las costas españolas, donde ya bajan a los inmigrantes a los cayucos y los dejan para que nosotros los acojamos, como es evidente que esos barcos están manejados por las mafias que, previamente, les han cobrado un dinero a los que quieren llegar a España. ¿Por qué, si esto lo saben muy bien todas las autoridades españolas, no se puede mandar algún buque de nuestra Armada para disuadir a los barcos de las mafias explotadoras de inmigrantes de seguir con esa forma delictiva de actuar? Esta pregunta tiene que ser contestada.

«¿Por qué las embajadas españolas no instalan un registro en el que puedan inscribirse los inmigrantes que desean venir a trabajar?»

Como también alguien tendría que contestar a la pregunta de por qué los consulados o embajadas españolas en los países de donde salen los inmigrantes no instalan un registro en el que puedan inscribirse todos los que desean venir a España a trabajar. Y en el mismo registro pudieran inscribirse aquellas empresas españolas que no encuentran aquí trabajadores para los empleos que ofrecen (camareros, restauración, cuidadores de ancianos, trabajos en fin de semana, etc.). Y así se pudieran conceder los permisos de trabajo, como tenían los españoles que emigraron a los países de Europa hace sesenta años.

La razón más profunda para defender la inmigración legal y perseguir la ilegal es la defensa de los principios y los valores que han hecho, precisamente, que España y Europa sean prósperas. Son los principios y valores de la civilización occidental, con el liberalismo y el cristianismo en primer lugar. Si los inmigrantes no hacen suyos esos principios, Occidente está perdido. Tan sencillo como eso. Y el que no lo vea es porque no quiere verlo o porque en su ideología tiene como objetivo, precisamente, la destrucción de Occidente, con sus valores y sus principios.

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