España F. C.
«Si De la Fuente fuese el seleccionador de la España política, jamás diseñaría su equipo en función del DNI o las creencias de los candidatos. Elegiría a los mejores»
El tiro que rozó la oreja de Donald Trump es la expresión más drástica de la polarización que la política provoca en la sociedad. Según los dictados de esa extraña profesión, un país se divide en bloques irreconciliables sometidos a las biblias del momento. Está la biblia de las izquierdas, la de las derechas y la que pesca en el río de esos ciudadanos suficientemente indecisos o suficientemente autónomos como para no vincularse de por vida a un dogma.
Resulta sorprendente que un país, cualquier país, sea capaz de avanzar. Al fin y al cabo, vive aprisionado en el fajín de fuerzas antagónicas diseñadas para anular las decisiones tomadas por el enemigo mientras ocupa el poder. En los sistemas actuales, la destrucción es tan importante como la creación.
«Esa es la realidad del país y no se asemeja demasiado a los compartimentos estancos con que los políticos atosigan al ciudadano cada día del año»
Podría plantearse el debate de la honestidad inherente a esos partidos y dirigentes que pelean trinchera a trinchera por el voto para, después, hacer lo que les da la gana. ¿Creen verdaderamente en sus programas? ¿Los conocen siquiera? ¿O gobernar consiste más bien en un ejercicio de preservación del poder sin importar los matices? Bien, quizás el caso de Vox desmienta este utilitarismo. Quizás Vox sí crea en lo que dice, en la imagen embalsamada que tiene de España, una momia fantasiosa, como la de las películas de miedo, pues ni es blanca, ni tiene el ascendente de los faraones, ni tampoco resulta atractiva. ¿Quién en su sano juicio querría besar a un cadáver?
Entretanto, España ha levantado su cuarta Eurocopa cuando los años dorados de la secuencia 2008-2010-2012 parecían ya un símbolo del pasado más remoto, como las momias de Vox. En la selección, la única en la historia del súper torneo que gana sus siete partidos y también la única que deja en la cuneta a cuatro campeonas del mundo (Italia, Alemania, Francia e Inglaterra), juegan españoles de origen francés, ghanés y marroquí, catalanes, andaluces, madrileños, vascos, canarios, valencianos y navarros.
Esa es la realidad del país y no se asemeja demasiado a los compartimentos estancos con que los políticos atosigan al ciudadano cada día del año. El fútbol, ese deporte tan desvirtuado por la corrupción, los petromillones, el periodismo tabernario y los hooligans, todavía encierra grandes dosis de lirismo. Ahí queda la imagen del Rey Felipe agitando el trofeo frente a los campeones en la que sin ninguna duda es una de las pocas alegrías espontáneas de su reinado.
Si De la Fuente fuese el seleccionador de la España política, jamás diseñaría su equipo en función del DNI o las creencias de los candidatos. Elegiría, sencillamente, a los mejores, y lo haría sabiendo que el secreto del éxito está en mezclar con armonía a seres tan divergentes como puedan serlo Nico Williams y Robin Le Normand o Mikel Oyarzábal y Ayoze Pérez. Siempre que los políticos-jugadores respeten la idea mínima del bien común, toda combinación es factible.
Aunque al lector le suene a novela de Philip K. Dick, aplicar esta filosofía habría posibilitado la formación de un Gobierno donde coexistiesen, sin importar la era (es lo bueno de la ciencia-ficción), Jorge Semprún, Josep Piqué, Pedro Solbes y Luis Martínez Noval. Embebidos del espíritu colectivo, la fuerza motriz de sus decisiones no habrían sido el ego, los pulsos contra el disidente o la rutilancia de una cumbre internacional, sino la victoria, palabra traducida del fútbol como progreso.
Esa victoria se antoja hoy complicada. ¿Alguien imagina a Pedro Sánchez pasando la bola a Mariano Rajoy para que éste anote el gol del desempate? ¿Acaso es concebible que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, reciba un par de consejos de Jaime García Añoveros antes del saque de esquina del último minuto de la prórroga? ¿Desearía Santiago Abascal que Julio Anguita pare el penalti del contrincante aunque no pararlo equivaliese a condenar a España a la eliminación? Los tiempos cambian. La materia prima también.