Biden, Trump y el declive del Imperio
«Resulta difícil disociar de la progresiva entrada en barrena de la hegemonía yanqui en el mundo y de la extinción de los estrictos principios de la moral protestante tradicional»
La estampa de un anciano con síntomas evidentes de padecer la enfermedad de Parkinson junto a la de otro varón no mucho más joven que él, alguien cuyo rasgo biográfico más célebre hasta hace apenas unos días era el de su notoria condición de cliente de servicios integrales de prostitución de lujo, tan decadentes ambas, operarían por sí mismas como poderosas metáforas visuales de la decrepitud histórica de cualquier gran potencia global. Pero en el caso del declive de la república imperial norteamericana, la dimensión terminal de esa iconografía del eclipse se refuerza aún mucho más por la circunstancia de constituir los Estados Unidos un país fundado por puritanos religiosos. Y es que resulta muy difícil disociar el hecho de la progresiva entrada en barrena de la hegemonía yanqui en el mundo, por un lado, de la simultánea extinción de los muy estrictos principios de la moral protestante tradicional en tanto que valores dominantes igual de su élite dirigente que del grueso de la población en general, por otro.
Correlación, como sabe cualquiera estudiante de estadística, no supone sinónimo de causalidad. Pero lo cierto es que el inicio de la constante caída de Norteamérica vino acompañado en el tiempo por eso que Emmanuel Todd llama «el grado cero del protestantismo», la fe fundante del país, en La derrota de Occidente. Una caída que se puede ilustrar con un único dato estadístico: en 1928, el volumen de las manufacturas producidas por la industria de los Estados Unidos representaba el 44,8 % del total mundial; en 2019, ese porcentaje había disminuido hasta el 16,8%; mientras tanto, la cuota de China había trepado desde la nada más literal hasta un 28,7% hacia 2020. Unos avanzan a toda velocidad, otros se retiran a idéntico ritmo frenético.
«En los usos colectivos cotidianos, el protestantismo cero tiende al racismo cero»
La historia de la humanidad, es sabido, está construida con paradojas. Al respecto, subraya Tood en ese ensayo ya imprescindible que la desintegración final de la fe y la cultura protestante como señas de identidad nacional de Estados Unidos ha provocado, y ese sería su aspecto positivo, un acusado debilitamiento del racismo hacia los negros y demás minorías étnicas, toda vez que tal lacra cultural siempre estuvo muy vinculada a ese credo religioso en su variante blanca; en los usos colectivos cotidianos, el protestantismo cero tiende al racismo cero; del mismo modo que el debilitamiento del cristianismo en el seno de todos los países occidentales ha abierto la vía a la aceptación social de la homosexualidad masculina y femenina, una práctica condenada por las tres religiones del libro, judaísmo, cristianismo e islamismo. Aunque lo más relevante, sobre todo en términos económicos y políticos, de esa efectiva extinción del ethos protestante que había constituido el principio ordenador de la sociedad norteamericana -y también la clave en última instancia de su éxito nacional- reside en su dimensión negativa.
Porque el decaimiento de la vieja obediencia luterana, con su énfasis en la idea de la desigualdad natural entre los seres humanos y su querencia por la autodisciplina, el culto al esfuerzo y la exigencia educativa, ha barrido en su caída no solo el racismo hacia los negros, sino también las capacidades formativas de la población blanca. He ahí, por lo demás, una de las premisas centrales del libro de Tood: la secularización acelerada ha provocado de modo indirecto una regresión educativa, al resquebrajar los valores protestantes que estimulaban el afán por el sacrificio y la excelencia académica entre los fieles. Obsérvese indicadores tan chocantes como el de que Estados Unidos, contando con el doble de habitantes que Rusia, posea hoy un 33% menos de graduados en ingeniería entre sus ciudadanos. O el ranking, igual de revelador a esos efectos, que sitúa a los estudiantes de China, India, Corea del Sur y Taiwán ocupando los cuatro primeros puestos por número entre los grupos nacionales que obtuvieron más títulos de doctorado en las universidades de Estados Unidos entre los años 2001 y 2020. Una obra fascinante, no dejen de leerla.