THE OBJECTIVE
José Rosiñol

¿Fin del ciclo populista?

«Si logras cambiar la cosmovisión, si logras imponer tu relato, si consigues imponer una lógica moral/inmoral, estarás en el camino para alcanzar tus objetivos»

Opinión
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¿Fin del ciclo populista?

Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

El presente es la conjunción más o menos aleatoria de un sinfín de tendencias, intereses, contradicciones, accidentes y contingencias, más aún, la complejidad aumenta porque este tipo de variables no son únicamente sincrónicas, vienen afectadas por las conjunciones históricas, aquellas que son evidentes y las que no lo son tanto. Es cierto que, siguiendo a Renan, la construcción de la realidad, del aquí y ahora, debe contar también con el olvido de aquello que necesitamos olvidar o que, en el paradigma predominante, aquello que interesa olvidar. 

Si queremos responder a cómo es posible que en nuestro país tengamos un presidente del gobierno capaz de decir públicamente que en España existe «law fare», o que, el líder del socialismo se alinee con lo más «progresista» del globo como el grupo terrorista de Hamas, o que, en sede parlamentaria, se rasgue las vestiduras porque el poder judicial de EE. UU. pueda ir en contra del progreso y en contra de la «voluntad del pueblo». No podemos cerrar el angular de la historia, dejándonos deslizar por la pendiente de la reacción, por la búsqueda del adjetivo más adecuado para intentar calmar la frustración ante la manipulación de las instituciones y la paulatina mutación de una democracia a lo que se denomina una «democracia iliberal», que no es otra cosa que la forma posmoderna del autoritarismo.

«Lo importante es desestabilizar, movilizar, dividir, polarizar»

Desde hace ya mucho tiempo estoy convencido de la existencia de una especie de «Internacional Populista», un instrumento de desestabilización y colonización de las democracias. Y, por supuesto, no únicamente me refiero a foros como el de «Sao Paulo» y otros. Me refiero a los que son invisibles, a los que actúan de forma silenciosa corroyendo los cimientos de la democracia, empezando con la polarización social y la amplificación de las contradicciones que, en cualquier país, podemos encontrar.  Su lógica, sus estrategias y objetivos son a medio y largo plazo, por ello son invisibles a los endiablados tiempos que se manejan en la política. Sus objetivos son culturales, de percepción, de lograr la victoria en la «guerra cognitiva». En cómo las personas vemos el mundo y nuestro entorno.

Si logras cambiar la cosmovisión, si logras imponer tu relato, si consigues imponer una lógica moral/inmoral, estarás en el camino para alcanzar tus objetivos. En la ejecución solo veremos los efectos, nunca las causas, nunca los tiempos y causas pretéritas, los capítulos anteriores ejecutados por el populismo. Es por ello por lo que las respuestas siempre parecen llegar dos días tarde, siempre se actúa, precisamente, reforzando la lógica polarizadora, siempre en el marco inadecuado, siempre con el lenguaje de quién quiere acabar contigo. Es de una ingenuidad que llega a asustar. Así, siempre, el que quiere acabar con la democracia, tendrás las de ganar. Siempre el que querrá confundir entre democracia y poder, se saldrá con la suya, entre otras cosas porque, como decía, la mirada de la «Internacional Populista» va más allá de la conjunción del ahora, de hecho, se dedica a construir el paradigma del después, el magma sobre el que lograr el/los objetivos.

Si miramos atrás en la conjunción populista, en el momento en el que se empezó a crear esa cosmovisión populista, veremos que, a través de la visión dicotómica de la realidad social, de la «lucha de clases», fue el caldo de cultivo de esta polarización extrema como instrumento para lograr el poder. De hecho, lo que estamos viendo en la actualidad, desde la desestabilización de las democracias en Hispanoamérica, pasando por el Brexit o la injerencia rusa en el proceso separatista catalán, es la mutación, la adaptación a los tiempos y a las tecnologías de estrategias que arrancan del llamado «Komintern» de los primeros tiempos soviéticos. Si esos primeros movimientos trataban de buscar, crear o impulsar partidos o grupos afines al «comunismo» para desestabilizar sus países, el siguiente paso, de la mano del “Padrecito de los Pueblos», del inefable Stalin, cambió hacia una lógica geopolítica y de poder.

Esta segunda parte, cuyos brazos ejecutores fueron el KGB y el GRU, las estrategias pasaron por la injerencia, captando líderes o creando líderes, de movimientos sociales que reivindicaban cuestiones, a priori, loables. Hablamos del movimiento pacifista, ecologista y antinuclear. La paradoja era la eficacia de los servicios secretos soviéticos que se visualizaba con el sonrojante alineamiento en el tiempo entre los intereses del Kremlin y las acciones de estas organizaciones. Más llamativo aún era la incapacidad o cobardía de los políticos de las democracias para denunciar este tipo de estrategias. Más bien lo que se estaba viendo era cómo esas estrategias habían conseguido implementar un paradigma sociopolítico de difícil contestación por parte de los partidos porque ello podría haber supuesto un riesgo en sus respectivas campañas electorales.

Sin embargo, como todos sabemos, el muro cayó, el sistema soviético colapsó, más por ineficaz que por brutal. Se creó un vació, las fuerzas de izquierda que habían medrado bajo las narrativas decimonónicas quedaron huérfanas de relato, de reivindicación, de modelo o de proyecto salvador, el himno de la internacional parecía haberse quedado sin voluntarios para entonarla. Los pocos países que aún vivían en la ficción del «paraíso socialista» respondieron con dos estrategias distintas, o abrazaban la eficacia de la economía socialista manteniendo el yugo de la brutalidad socialista o se convertían en una especie de aldea gala para resistir a la modernidad. Sin embargo, lo que no se percibió es que, una vez descorrido el telón de la ideología y la narrativa teleológica, solo quedaba una cosa: la lucha por el poder. El relato y la ideología pasaba a un segundo término. Ahora solo serían el instrumento para llegar el fin: acceso y perpetuación en el poder.

Es en este momento cuando, el humillado y revanchista estado heredero de la URSS, de la mano de su autócrata de turno, interpretó bien la nueva realidad. La forma de lograr preponderancia geopolítica era continuar con las estrategias de desestabilización de la URSS. Había que buscar aliados, había que encontrar movimientos reivindicativos adaptados a esas nuevas reivindicaciones identitarias abrazadas por la izquierda desnortada, había que seguir sacando provecho de los movimientos herederos de los años ochenta. El relato, la narrativa, la ideología no importaba, se adaptarían al caso concreto, a exacerbar las contradicciones de cada caso, de cada región, de cada país. Lo importante es desestabilizar, movilizar, dividir, polarizar.

Pero no lo duden, desde el «Padrecito de los Pueblos», lo que subyace a todo esto es un interés geopolítico, nada más. La retórica de defensa de los pobres, trabajadores, homosexuales, transexuales, medio ambiente, ecología, animalismo…es solo la excusa narrativa. Si no que se lo digan a los homosexuales o transexuales en la actual Rusia. Todos los ciclos populistas, con la excusa concreta, tienen una visión a medio/largo plazo. Se necesita detectar al grupo más afín o al que se pueda «seducir» de forma más eficaz, el que pueda ser más dócil o más «comprable» o tenga intereses comunes, aunque sea de forma coyuntural. En estas estrategias podemos ver cómo se pueden utilizar varios grupos, partidos o líderes con intereses contrapuestos entre sí, pero, que todos favorecen los objetivos del actor estatal que los impulsa, apoya o utiliza.

Pues bien, ¿cuándo creo que comenzó el ciclo populista en nuestro país? Hay una imagen ocurrida el 12 de octubre de 2003, cuando el entonces jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, no se levantó ante el paso de la bandera de los EE. UU. durante el desfile militar del Día de la Hispanidad. No olvidemos que el gobierno de José María Aznar estaba profundizando el eje atlántico de nuestro país con los EE. UU., cuestión que, en un momento de máxima debilidad de la OTAN por falta de sentido geopolítico, preocupaba a la Rusia de Vladimir Putin. El eje sur de la OTAN es mucho más importante de lo que parece, bases como la de Rota es fundamental. Después de ese lamentable hecho, pasaron muchas cosas, muchas y terribles cosas.

La consecuencia es que cambió la política internacional de nuestro país, el alejamiento transatlántico se basó en reiteradas «bofetadas» al gobierno de Estados Unidos, a la imagen de una España no confiable internacionalmente, al apoyo y creación de organizaciones internacionales que iban en contra de los intereses «occidentales» si se alineaban con aquellos estados de la órbita de la «internacional populista». El giro copernicano, de quien no se levantó ante la bandera de los EE. UU., el presidente que lo fue tras los peores atentados de nuestro país se convirtió en el principal valedor para desmontar los lazos de los países que abrazaron las democracias liberales después de la Segunda Guerra Mundial. 

Y en estas, después del gobierno del Partido Popular, empeñado, ocupado y obcecado casi únicamente con la salida de la tremenda crisis económica que asoló nuestro país y, sobre todo, para evitar la intervención de la Unión Europea. Llegó a la presidencia del gobierno el único presidente que nunca han ganado unas elecciones Generales. Con Pedro Sánchez, volvió la retórica polarizadora, las estrategias de colonización institucional, los giros copernicanos en política internacional, el alineamiento con lo «mejorcito» de nuestro planeta. Quizás sea demasiada coincidencia, pero son demasiadas coincidencias, demasiada cercanía a intereses ajenos. El PSOE con todo lo que fue, con todo lo que hizo, nunca esquivó las responsabilidades internacionales de España como democracia y, digámoslo, como ejemplo de transición hacia la democracia.

Quizás la mayor diferencia entre ZP y Sánchez es que este último es el menos ideologizado de los dos, el más listo, pero menos inteligente de los dos. Sánchez se ha quedado solo con la lógica de acceder y mantener el poder. Es el adalid del cinismo, de retorcer las palabras, de hacer pasar por víctima al verdugo y al verdugo por víctima. Su principal fuerza es su debilidad, puede pasar de aparecer delante de hiperbólicas banderas nacionales como en 2016 a abrazarse con los que secuestraban y mataban a los de su propio partido, es capaz de apoyar un 155 a amnistiar a los que lo provocaron. Cuando cambie el paradigma, Sánchez cambiará, y si eso pasa, será cuando a él le interese, espero que la oposición lo haya aprendido de una vez por todas. 

Ahora bien, lo que ahora estamos viendo con las actuaciones del «círculo más íntimo» del presidente se asemejan cada vez más a las de una corte que se cree inmune e impune. Esto es lo que puede hacer caer a Sánchez y, quizás, cerrar este largo ciclo populista. Pero, si ello sucede, ya sea porque el presidente asume responsabilidades y se va o porque la oposición conforma gobierno después de las elecciones, como pueblo, como nación, como sociedad debemos despertar de esta «Era la Ingenuidad» y ver el mundo como lo que es: un juego descarnado de intereses y de poder, el futuro de nuestra democracia depende de ello.

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