THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Venezuela: la hora de la verdad

«Si las elecciones se llevan a cabo, no hay garantías de que el Gobierno de Maduro no intente un fraude masivo en la misma jornada»

Opinión
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Venezuela: la hora de la verdad

Un acto de la oposición venezolana. | Europa Press

El próximo domingo 28 parece ser que sí va a haber elecciones presidenciales en Venezuela. Afortunadamente, el margen para cancelarlas, con alguna excusa innoble, se ha cerrado casi definitivamente para Maduro. Esto no debe hacernos olvidar que unas semanas antes de la cita aún no se sabía si iban a llevarse a cabo o no los comicios, lo que habla del tipo de gobierno autoritario que el socialismo bolivariano ha construido en aquel país. Un gobierno que ha provocado un éxodo masivo de su población que solo sucede en épocas de grandes cataclismos sociales (más de siete millones de habitantes han dejado su país sobre una población de menos de 30 millones de habitantes) y unas cifras de miseria inconcebibles en un país asentado sobre la mayor reserva de petróleo del mundo. Toda la retórica de la igualdad, además, es mentira. La única manera de prosperar es desde el poder, con un capitalismo selectivo y de amigos en un mar de corrupción que ha acunado a una nueva clase próspera, los boliburgueses. Venezuela presenta unas cifras de represión política a la cubana, su molde e inspiración, y de violencia social de país fallido, en manos del narco (el cártel del Tren de Aragua es la única multinacional exitosa del Gobierno de Chávez-Maduro, una empresa líder a nivel internacional en el disputado campo del crimen y la extorsión) y de los militares, como tristemente está sucediendo también en México. Me refiero a la militarización del país con López Obrador, pero también al contubernio con el crimen organizado.

Que las elecciones se lleven a cabo no es garantía de que el Gobierno de Maduro no intente un fraude masivo en la misma jornada, fraude que en términos relativos ya ha sucedido, con la inhabilitación ilegal de los candidatos con más posibilidades, pero que no se limita a esta grave aberración. También ha prohibido con baladíes excusas técnicas el voto de los venezolanos en el exterior, ha capturado el Consejo Electoral por miembros del partido en el poder y creado toda clase de reglas y trabas (menores y mayores) que favorecen al Gobierno en las mesas electorales y la mecánica del voto. El peligro de estallido social si este anunciado fraude sucede es muy alto. La gente está desesperada, ya que ve con razón en esta cita la última oportunidad de evitar una dictadura permanente a la cubana o nicaragüense.

«Venezuela es una sociedad en colores con un gobierno en blanco y negro»

Por eso es más necesaria que nunca la presión internacional sobre Maduro, para forzarlo a que sí se realicen las elecciones y para que estas transcurran con una mínima decencia. Los Gobiernos de izquierda en la región que aún no sucumben al canto de sirena de la permanencia a cualquier costo deben jugar un papel mayor. Me refiero a Lula da Silva, en Brasil, que ha tenido en el pasado sus ambigüedades con el tema electoral venezolano. Una postura diferente es la de Gabriel Boric, en Chile, que desde le principio se ha manifestado por unas elecciones limpias. Honor a quien honor merece. Gustavo Petro, cuyas anunciadas reformas constitucionales y errático proceder hacen presagiar lo peor, debería tener un interés práctico. No es necesario visitar Cúcuta para saber que la frontera con Venezuela no resiste más presión migratoria. Del sueño imperial de Estados Unidos no cabe esperar nada desde hace lustros, salvo ceguera e indiferencia, pero la reciente visita de submarinos nucleares rusos al puerto de La Guaira debería al menos alertarles de lo el mundo se juegan en esta elección, algo que Putin tiene clarísimo. Lo mismo pasa con la Unión Europea, cuya audaz e inútil actitud con el fallido Gobierno interino de Juan Guaidó ha dejado de tener continuidad. No espero nada de Pedro Sánchez, oportunista de manual, y menos desde que recuperó a a Zapatero de gancho electoral, cuyas relaciones con el poder venezolano sería elogioso de calificar de turbias.

Es decir, en términos boxísticos, no sabemos si habrá pelea o no, pese a que el campeón ha escogido a un rival de menor peso, la pela se disputa en su gimnasio, ha comprado al réferi y a los cinco jueces del ring, tiene un kilo de plomo en cada puño y hace a su rival competir con guantes de seda. Aun así, hay posibilidades de que triunfe el retador. La razón es triple. 

Primero, la transformación del liderazgo conservador y radical de María Corina Machado en un liderazgo cívico y moral incuestionable. El arrojo para ganar las primarias fue clave. Hacerlo además con un discurso de unidad, transición y futuro abonó en esa transformación. Ceder sin más el puesto electoral, tras su injusta inhabilitación, a un probo diplomático, Edmundo González, para mantener la indispensable y frágil unidad de la oposición, es otro paso en su metamorfosis. Pero el más importante es que ha sabido conectar con la gente a nivel calle, escuchar sus demandas y encabezar sus anhelos. Tan es así que es la primera vez que la agenda de la campaña la pone la oposición y el oficialismo va a la saga respondiendo torpemente, con violencia y amenazas, a la ruta que marca María Corina Machado. A su valentía desde sus primeros pasos en la política ha sumando ahora una profunda sabiduría democrática

Segundo. El hartazgo de la gente ante el desastre de la gestión cotidiana de los gobiernos bolivarianos. Las colas, la carestía, el desorden, la violencia, la corrupción, el discurso bélico, el dolor por los familiares que han tenido que emigrar. La vida cotidiana convertida en infierno en aras de una promesa de futuro siempre aplazado y cuyos responsables son los otros. 

Y tercero, detrás del movimiento que encabeza María Corina Machado y Edmundo González está la memoria democrática del pueblo venezolano, estafado por el populismo desde aquella infausta jornada en que votó por Chávez por primera vez como un irresponsable escarmiento a la corrupción. Un pueblo que ha dicho basta y que está dispuesto a todo con tal de recobrar su libertad, piedra de toque de todos los derechos. Es por eso que Maduro no sabe si cancelar las elecciones. No solo porque sabe hace mucho que las perderían en buena lid, sino porque su margen para hacer un fraude masivo se estrecha. Tiene enfrente a la mayoría social de su país, ciertamente, pero también a la oficialidad militar, harta de ver el botín en manos de sus superiores jerárquicos y que ha hecho saber por activa y por pasiva que no tolerará otro autogolpe como el que ya practicó Maduro en 2015 contra el Congreso opositor. Los militares, gracias al Plan República, que garantiza la seguridad en los comicios, sabrán el resultado real de las elecciones más allá de las cifras que anuncie el Gobierno a través del Consejo electoral que controla. La puesta de la oposición es que el Ejército, la tropa y los oficiales medios no van a estar dispuesto a participar en una represión masiva en caso de fraude. No está de más recordar aquí que Hugo Chávez emergió a la política nacional, antes de su intento fallido de golpe de Estado en 1992, en la Venezuela democrática, por ser un probo oficial que protestaba por el uso del Ejército en la represión del Caracazo de 1989.

Eso sí, a cambio de dejar el poder hay que otorgarle garantías absolutas y verídicas al chavismo de que nadie irá a la cárcel por sus crímenes, que podrán disfrutar de su dinero mal habido en libertad y que el socialismo bolivariano seguirá siendo un actor legal en la Venezuela democrática. Un pestilente sapo a tragar. Y a partir de ahí, establecer por consenso nuevas normas para todos, que en realidad deben ser los viejos procedimientos de la Venezuela democrática, pero adaptados a la nueva situación del país y del mundo. Venezuela tiene experiencia en librarse de una dictadura militar. Ya lo hizo en 1958 para desmantelar la dictadura de Pérez Jiménez con el llamado pacto de Puntofijo, el acuerdo entre la socialdemocracia (AD) de Rómulo Betancourt, la democracia cristiana (COPEI) de Rafael Caldera y la izquierda democrática (URD) de Jóvito Villalba con los militares en el poder, pacto del que nació la moderna democracia venezolana. Destaco el liderazgo de Rómulo Betancourt, porque al llegar al poder por el voto de los venezolanos, pero con la legitimidad de haber sido uno de los protagonistas del fin de la dictadura, actuó siempre dentro de la ley y el espíritu de la democracia, todo lo contrario que su némesis Fidel Castro, que, por las mismas fechas, también liberó a su país de una dictadura militar, pero para acabar imponiendo una dictadura más cruel y longeva. 

Venezuela es una sociedad en colores con un gobierno en blanco y negro. Una sociedad dinámica, plagada de talento, una vieja tierra de acogida, de europeos pobres y de latinoamericanos perseguidos, que sigue conservando milagrosamente su memoria democrática. Nos va mucho a todos, de un signo político o de otro, que logre recobrarla plenamente.

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