¡Venezuela libre!
«Recuerdo al pueblo cubano al grito de ‘Cuba Libre’. Espero que veinte años después, el 28 de julio podemos estar más cerca del final del mal»
Faltan apenas unos días para ese 28 de julio, que se ha convertido ya en la fecha de la rebelión democrática para millones de venezolanos que viven en su país y para los casi ocho millones de exiliados que tuvieron huir del narco régimen de Maduro. Nada está ganado en esas elecciones. Da igual que todas las encuestas, todas, den a Edmundo González, el candidato de la oposición, por encima del 60% de los votos, con más de treinta puntos por encima de Nicolás Maduro. Una distancia abismal, incluso sin contar con el voto de fuera. Es muy probable que esos millones de exiliados vuelvan a encontrarse con dificultades enormes para ser reconocidos como electores, o para poder votar, o, finalmente, para que sus votos sean realmente cuantificados por las embajadas bolivarianas. No sería la primera vez que lo hace esta dictadura.
Un estado venezolano en el que el chavismo controla todos los poderes desde la llegada al poder de Hugo Chávez en 1998. Tras la victoria, el primer objetivo chavista, antes de cualquier otra medida y con prioridad absoluta, fue el asalto al poder judicial. No tuvo ningún reparo democrático en expulsar a los jueces independientes, encarcelar a los que protestaron por el asalto y hacer que el resto o dimitiera o cansados se fueran de la carrera. Una vez tomado el poder judicial, el resto de las instituciones y libertades fueron cayendo una a una. Fundamental fue también el acoso y derribo a todos los medios de comunicación críticos e independientes. Ni uno quedó que no fuera prochavista. Los críticos e incluso neutrales o se compraban o se cerraban. Televisiones, radios y hasta diarios de papel u digitales. Desgraciadamente, para Venezuela en este ataque brutal contra jueces y periodistas no había una Unión Europea que defendiera la democracia o frenara la demolición del Estado de derecho.
La invasión chavista del Estado fue total. Fiscal general, Tribunal Supremo y en cascada todo el poder judicial, Junta Electoral, etc. Como fichas de dominó caían uno tras otro, empezando por la propia Constitución y hasta por el nombre del país, que pasaron a llamarse bolivarianos como expresión de la obligada inmersión revolucionaria. Frente a ellos, una oposición que no se tomó al principio en serio el proceso de cubanización que se produjo. La falta de unidad y los celos internos de unos líderes opositores, que muchas veces han primado sus ambiciones personales, no ayudaron a crear la unidad necesaria para vencer al chavismo. Y cuando finalmente se consiguió esa unidad de la oposición y se pudo vencer en las elecciones, los pucherazos electorales, la manipulación jurídica chavista, la amenaza de un generalato totalmente corrompido (en el país con más generales del mundo), y la mano asesina de su policía y grupos paramilitares mantuvieron el poder en manos chavistas. De nada ha servido durante años la indignación democrática de la OEA, de los Estados Unidos y Canadá o de la Unión Europea. Casi siete mil opositores han sido asesinados en Venezuela, según los informes de Derechos Humanos de la ONU. La mayoría de ellos a manos de las propias fuerzas de seguridad del Estado que no han dudado en torturar durante años y hasta la muerte a opositores que fueron detenidos sin acusación y que nunca tuvieron juicio.
Todos los intentos de diálogo han fracasado siempre. Muchos de esos fracasos han tenido la colaboración sorprendente del que se suponía mediador, el expresidente español Rodríguez Zapatero, que lejos de mediar se convirtió, nadie sabe todavía bien el porqué de ese cambio, en el mejor y más sonriente amigo del dictador Maduro y de su presidenta Delcy Rodríguez (la de Ábalos y las maletas de Barajas). Zapatero nunca ha condenado los miles de asesinatos, ni la voladura del poder judicial, ni la falta de democracia, ni el pisoteo de los derechos humanos. Por el contrario, sí ha criticado, siempre que ha podido, los embargos con los que los países democráticos intentaban castigar a Maduro por sus tropelías.
El asalto y saqueo a Venezuela, uno de los países más ricos del mundo, por parte de los chavistas ha tenido en estas dos caras muy distintas. Una, la de convertir a sus dirigentes y generales en la casta más multimillonaria del mundo y en los mejores clientes de los bancos de Suiza, Andorra, Panamá y otros paraísos fiscales. La segunda es, desgraciadamente, más elocuente. El chavismo ha llevado al 90% de su población a la pobreza. Maduro ha conseguido niveles de inflación y de depreciación de su PIB superiores a países en guerra como Siria o Afganistán. Durante los años de Maduro, Venezuela ha perdido dos tercios de su producto interior bruto. Nada funciona en un país líder en reservas de minerales y combustibles, donde ya no hay agricultura, ni industria y que se ha hipotecado por años con China y Rusia en sus producciones de petróleo y gas.
«Una elite corrupta multimillonaria de los miembros del Partido Socialista Unido de Venezuela ha monopolizado el comercio en su beneficio persona»
Sin embargo, en las calles de Caracas y de otras ciudades se vive una gran paradoja. Una elite corrupta multimillonaria compuesta por las familias de los miembros del Partido Socialista Unido de Venezuela y de los centenares de generales que han monopolizado el comercio en su beneficio persona. Una elite económica que vive con ínfulas y gustos de mafiosos caprichosos. Una élite corrupta a la que el bloqueo impide sacar su dinero de forma legal ese dinero del país, por lo que se ven obligado a gastarlo. Y hay mucho, mucho dinero. Los nuevos circuitos del narcotráfico colombiano circulan ahora por Venezuela y los ríos de dinero sucio han generado un espejismo de coches, restaurantes y tiendas de lujo que coexiste con una población que sigue supeditada a cartillas de racionamiento, con escasas y repetidas bolsas de escasos alimentos que también distribuyen de forma ideológica y mercenaria las ramificaciones chavistas en barrios y pueblos.
Esa es la Venezuela que está harta del chavismo, que no se ha podido ir del país y que ahora en su desesperación ha perdido esta vez el miedo al terror chavista. Así se ha visto en el viaje por todas las ciudades del país de la gran opositora a Maduro. La auténtica alma espiritual de la oposición, María Corina Machado, que nunca ha abandonado la lucha democrática a pesar de haber sufrido el acoso chavista en forma de kafkianas inhabilitaciones para impedir que se presentara a ninguna elección. Millones de venezolanos se han echado a las calles para arroparla, escucharla, apoyarla y dejar claro que el chavismo está muerto en Venezuela. Que si sobrevive al 28 de julio será por un nuevo asalto a la democracia de este régimen tan corrupto y cruel que sus dirigentes saben que si pierden su destino es directamente la cárcel o el exilio.
Hace décadas, cuando la hidra chavista empezaba a maniatar todo el poder del estado, los venezolanos contestaban con cierta despreocupación que las cosas volverían a su ser porque «ellos no eran Cuba». Hoy recuerdo al pueblo cubano en el exilio cuando brindaba al grito de «Cuba Libre» como expresión de un deseo que creían inminente. Espero que no sea igual y que veinte años después, y si el totalitarismo chavista no vuelve a dar un golpe de Estado en forma de pucherazo, el 28 de julio podemos estar más cerca del final del mal.
Como nieto de un exiliado republicano a la que Venezuela acogió con los brazos abiertos y en donde pudo vivir con su familia y trabajar en años duros, pero felices, es mi mayor deseo que vuelva la libertad a ese país hermano donde residen unos doscientos mil españoles. Por eso brindo con toda la esperanza del mundo y con los millones de venezolanos demócratas de dentro y fuera del país por una «Venezuela libre». Así sea.