THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Maduro & Sánchez

«Sánchez es capaz de privar a una gran mayoría de ciudadanos de la igualdad ante la ley y ante Hacienda para obtener el apoyo necesario para seguir en La Moncloa»

Opinión
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Maduro & Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Para empezar, hay que reconocer que cualquier analogía entre Maduro y Sánchez ha de hacerse excluyendo dos factores esenciales, el primero la estética, el segundo la incorpórea presencia de Zapatero en la guarida del tirano que heredó al golpista Chávez. Sánchez se viste con el canon de Emidio Tucci o el de Milano (ese que le dio tanta guerra al valenciano Camps) mientras que Maduro honra a la comodidad y al gusto tropical ocultándose tras vestimentas multicolores y fáciles de llevar con ligereza por un tipo tan orondo como el de don Nicolás. En cuanto a Zapatero siempre podrá decirse que está entre las dos orillas tratando de llevar a Maduro a posiciones que no obliguen a nuestro ministro de Exteriores a ponerse farruco, cumple, pues, una función diplomática, sea dicho en el sentido más amplio del término.

Descartadas ambas perspectivas, la comparación empieza a ser menos arriscada. Maduro anuncia su triunfo electoral porque lo dice un órgano que ha sido escogido por Maduro para decir estas cosas, hasta el punto de que el venezolano pudo asegurar que respetaría siempre el dictamen de esa comisión electoral tan a propósito. De alguna manera lo mismo le pasa a Sánchez que ha encargado al Tribunal Constitucional, en el que ha colocado todo lo necesario, que devalúe cualquier clase de exageraciones leguleyas de tribunales que, como el Supremo, parecen no acabar de enterarse de que Sánchez manda, como en el franquismo, mediante un sistema de «unidad de poder y coordinación de funciones» en «un régimen de ordenada concurrencia de criterios».

Sánchez ha dado buenas muestras de que el poder es lo único que le importa y no deberíamos aguar esta impresión asegurando que eso mismo es lo que ocurre con cualquier político en el poder. La distinción podrá parecer sutil, pero es inesquivable porque lo que hace Sánchez es ciscarse sin el menor aspaviento en una serie de reglas no escritas, y en algunas que sí lo están, para acabar consiguiendo lo que quiere, exactamente como Maduro, aunque ya queda dicho que este buen señor no respeta las convenciones vestimentarias que son comunes en nuestra atildada Europa.

Fijémonos en varios casos, la ley de amnistía, la supuestamente insolente conducta del juez Peinado ante la inocentísima Begoña y la inminente cesión, si el Congreso no lo remedia que ya se verá, de la entera recaudación fiscal a Cataluña para que los de ERC ayuden a la investidura de Illa. Luego, se supone, la proverbial generosidad catalana hará entrega a los españoles de menor alcurnia de las limosnas precisas para que no se fatiguen en exceso con su mala suerte.

En el caso de la amnistía se borran los delitos cometidos con determinada intención, pero esos mismos delitos con intenciones menos nobles seguirán siendo objeto de nítida condena. Usted puede sacarle un ojo a un policía que estaba molestando y no le pasará nada si se lo ha sacado por ser participe del orgullosamente llamado proceso independentista, pero como se lo saque por gusto o por cualquier otra causa ya puede darse prisa en apuntarse a la ANC que lo van a empapelar. Pues bien, el poder sanchista está del todo persuadido de que el Tribunal Constitucional del 7-4 no verá en este asunto el menor atisbo de desigualdad. Los siete son gente bien leída y se saben aquello de Animal Farm que proclaman los cerdos en el poder: «Todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros». Maduro no lo sabría hacer mejor.

«Lo que nos dice el Gobierno es que no hay derecho a investigar a la señora de Sánchez, punto»

Lo del juez Peinado es de libro. Lo que nos dice el Gobierno es que no hay derecho a investigar a la señora de Sánchez, punto. Por supuesto, si se hace es porque se quiere socavar la legítima autoridad de Sánchez, su capacidad para formar tribunales de 7 a 4, de designar fiscales de criterio inflexible y bien atentos al principio arriba mencionado, en suma, es algo subversivo que trata de derribar el sano principio democrático de que la mujer del César es decente, aunque pudiera no parecerlo. Sánchez no es solo elegante, que según Ortega significa saber elegir, sino que está dotado de singular fortuna porque esta peripecia le está sirviendo admirablemente para poner tras un velo trapisondas de mayor fuste, cual es, sin duda, el acuerdo de su partido, y el ‘su’ habría que subrayarlo muy intensamente, con los patriotas de ERC.

En este punto, Maduro le ha ganado en eficacia a Sánchez porque ha reducido al mínimo las cosas que tiene que negociar, claro es que le ha llevado algún tiempo, mientras Sánchez todavía tiene que gastar sudores en arreglillos parlamentarios diversos. El acuerdo con ERC para salvar a Illa, es decir a Sánchez, tiene mucho de simonía, de venta de principios democráticos por votos contantes y sonantes. Simonía es un término que ya no sonará a ningún español por debajo, digamos, de los 50 años, que el DRAE define como «Compra o venta deliberada de cosas espirituales […] como las prebendas y beneficios eclesiásticos»; si hacemos una trasposición sencilla y sustituimos «cosas espirituales» por «principios democráticos» y «prebendas y beneficios» por «votos o escaños» la analogía se hace inevitable.

Sánchez es capaz de privar a una gran mayoría de ciudadanos del bien democrático de la igualdad ante la ley, y en especial ante Hacienda, para obtener, a cambio, el apoyo político necesario para mantenerse en Moncloa, una operación en la que los votos catalanes tienen singularísima importancia. Lo correcto en democracia habría sido presentarse a las elecciones afirmando que la indiscutible singularidad catalana merece un trato fiscal especialmente generoso y que nada debiera importar al resto de españoles el verse privados de su parte alícuota en la recaudación para favorecer el ansia catalana de suficiencia, ni siquiera habría sido necesario mencionar que eso ayudaría, además, a derrotar al fascismo ça va de soi.

«Sánchez es más elegante, pero no creo que esté menos determinado que Maduro a ganar cueste lo que cueste»

Pedro Sánchez no ha hecho eso, sino que, una vez en el poder y bajo amenaza no fácil de controlar, se arriesga a prometer a los de ERC que lo hará y lo cumplirá, desde luego, si no aparece ninguna circunstancia inesperada que le prive de semejante genuflexión o se encuentre con algún obstáculo insalvable. De momento, ha decidido vender un principio esencial a cualquier socialista, tratar a los más ricos con exacciones más altas que a los más pobres, porque su sillón en la Moncloa puede verse todavía más amenazado de lo que ya está. La analogía con el pecado de simonía es evidente, pero ¿a quién le importa un pecadillo de más en esta época en la que, como decía el tango, lo mismo vale un burro que un gran profesor?

La forma en la que Maduro aspira a permanecer en el poder pese a haber perdido, a ojos del mundo entero, las elecciones, se apoya en su comité electoral y en el reparto astuto de las prebendas de la corrupción bestial de sus mandatos. Sánchez es más elegante, ya queda dicho, pero no creo que esté menos determinado que Maduro a ganar cueste lo que cueste. En Venezuela la disputa postelectoral puede ser violenta, aquí probablemente bastase con una oposición algo más atenta a las razones por las que Sánchez parece poder hacer lo que le apetezca.

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