Maduro solo ofrece miedo
«Un gobierno que ha ganado unas elecciones democráticas no le tiene miedo al pueblo»
Después del fraude masivo en las elecciones venezolanas, corroborado no sólo por la práctica totalidad de actas que la oposición logró rescatar y colgar en una página web, sino por el único organismo verificador que pudo estar en el terreno, el Centro Carter, la situación en la que queda el país es incierta. La insatisfacción de la gente con Maduro es evidente y la frustración por el timo se hizo patente en las demostraciones callejeras espontáneas que se vieron en la primeras horas. Pero lo que de verdad confirma el atropello cometido es la disposición del régimen a reprimir de la forma más brutal a la población venezolana.
Un gobierno que ha ganado unas elecciones democráticas no le tiene miedo al pueblo. No persigue a la gente de forma arbitraria, sin ninguna garantía, sólo por el hecho de estar vinculado a un partido opositor, como le ocurrió a Freddy Superlano. No se cuela con violencia en las casas de los ciudadanos, ese espacio inviolable sin la orden de un juez, para detenerlos sólo por haber colgado algún contenido crítico en redes, como les está ocurriendo a personajes anónimos que son filmados por sus vecinos y familiares mientras son sacados a rastras. No diseña una App para que la ciudadanía señale al indeseable, al elemento que corrompe el cuerpo social y que debe ser eliminado, ni amenaza con encarcelar al candidato opositor para después citarlo a una farsa y a una encerrona en un Tribunal Supremo controlado por el chavismo. Mucho menos expulsa a medios de comunicación, como les ocurrió a dos periodistas chilenos de TVN o al director de este medio, Álvaro Nieto, ni cierra los canales diplomáticos con los países vecinos que le piden lo obvio, lo que todo gobierno que se autoproclama vencedor en unas elecciones debe estar dispuesto a dar: pruebas claras y lícitas de su victoria en las urnas.
«Las tiranías hacen eso, alteran la atmósfera para que la gente respire miedo»
A eso está jugando Maduro, a sofocar la indignación con el miedo. A demostrar que tiene el poder y que con eso le basta para pisotear cualquier derecho o ley. A desanimar a una oposición mayoritaria, fácilmente el 70% del país, quizás más –y esto sin contar a los residentes en el extranjero-, que se sabe ganadora y quiere cobrar lo que obtuvo en las urnas. Por eso habla de construir dos mega cárceles donde reeducar, ojo al término, a los opositores reprendidos, y se llama a sí mismo, incluso con orgullo, “guerrero de la paz”. Y por eso ha enviado a esos colectivos bolivarianos, un ejemplo preclaro de práctica fascista, a patrullar los barrios y a intimidar a la sociedad civil a punta de bala. Cerca de veinte jóvenes han caído asesinados, varios por el fuego irregular de estos grupos paramilitares. Maduro tiene una economía en ruinas, está aislado y ha perdido toda legitimidad, incluso dentro de la izquierda democrática del continente. Su único proyecto para Venezuela es el miedo, lo único que tiene para ofrecer al país es terror. Nada más. Y al miedo y al terror se agarra para ganar tiempo e intentar mantener a la gente encerrada en sus casas y alejada de las redes sociales. La disyuntiva venezolana al día de hoy es esa: miedo versus democracia.
Las tiranías hacen eso, alteran la atmósfera para que la gente respire miedo. Buscan la parálisis, que se cambie de tema y la gente piense en otra cosa, que la resignación se vaya instalando en sus almas. Lo hacen porque necesitan ocultar otro hecho, también evidente aunque no resalta de manera inmediata: también están ellos atemorizados. Saben que contra seis o siete millones de venezolanos es poco lo que pueden hacer. Con un país en contra no se gobierna ni se prospera, sólo se sobrevive, y siempre en actitud defensiva y paranoide. Predecir qué va a ocurrir en Venezuela a estas alturas –escribo horas antes de que se inicie la gran marcha opositora- es muy difícil. Pero las cartas ya están sobre la mesa. “Los vamos a joder”, amenazó Diosdado Cabello. Eso es lo que promete el régimen, y lo único que cualquier persona con un mínimo de sentido democrático puede desear es que fracase; que no consigan imponer un programa político que, aparte de joder a la gran mayoría, no tiene nada más que ofrecerle a la población venezolana.