Zapatero o las perversas secuelas de 'Forrest Gump'
«La metamorfosis de Zapatero con sus potenciales derivadas sobre la política española es una cuestión que la oposición tendría que investigar seriamente»
Hoy hace exactamente 30 años y un mes del estreno de Forrest Gump, la película de Zemeckis que recibió seis Oscars y que ha pasado a la historia como una obra de arte. ¿Se acuerdan del argumento? Un individuo encantador, aparentemente con pocas luces que, por su buen corazón, resulta ser el protagonista de hechos cruciales de la historia. Forrest era un tonto bueno a quien las estrellas hacen que las cosas le salgan redondas. Una persona que, además de certificar que la suerte lo cambia todo, apunta a que «el talante» es lo que permite navegar en el destino.
Hace casi un tercio de siglo, Forrest Gump entusiasmó a los españoles. Corría el último Gobierno de González y la película llegó a una España sumida, ¡qué casualidad!, en una crisis económica que cerraba de un portazo las posibilidades de trabajo. A una España, ¡qué casualidad también!, en la que había un clima de corrupción y desasosiego que dificultaba mantener la esperanza. Una España en la que (echando la vista atrás, los problemas parecen minucias) la socialdemocracia respiraba un clima de desesperación.
Un poco abandonados a nuestra suerte, la cinta de Zemeckis no sólo emocionó a muchos españoles, sino que, latentemente, nos inoculó una esperanza colectiva. El filme hizo entender que frente a la búsqueda de tipos serios, mejor formados o más competentes (me acuerdo mucho de Almunia), o de liderazgos femeninos (me vienen a la cabeza Rosa Díez o Matilde Fernández) había que buscar a alguien que practicara el buenismo, el puro buenismo y que invocara al destino para salir de los apuros.
Y nos creímos el cuento. En diferido, Forrest Gump hizo en España mucha más mella de la que podemos pensar. Tanta, que, años más tarde, nos empeñamos en convertir la ficción en realidad. Y tuvimos a Zapatero, con «cara de Bambi», de 2004 a 2011, retirando las tropas de Irak, pontificando sobre la Alianza de las Civilizaciones, haciendo guiños con sus cejas y dándonos sermones de progresismo, ética e integridad.
¡Al principio parecía tan ingenuo, tan bucólico y tan buena gente!… Contaba Joaquín Leguina en su libro, Zapatero, el gran organizador de derrotas. Historia de un despropósito, que este exmandatario «se creía un iluminado, practicaba el buenismo y tenía un peculiar imaginario en el que las acciones de guerra, por ejemplo, eran poco menos que paseos pastoriles o de hermanitas de la caridad».
«Quien una vez presentó una cara amable del PSOE parece haber asumido un rol de facilitador para regímenes cuestionables»
Pero el tiempo, que pone todo en su sitio, dicen que lo cura todo, incluso la presunta candidez. ¡Cómo ha cambiado el cuento! Estas semanas, a raíz de los comicios venezolanos, ya sin vergüenza, ZP ha transformado su buenismo en una especie de maquiavelismo político. De joven demócrata inocente y aparentemente enemigo de lo turbio, se ha presentado ante muchos como un personaje oscuro y calculador. ¿Metamorfosis de Forrest Gump a Michael Corleone?
Quien una vez presentó una cara amable y dialogante del PSOE parece haber asumido un rol de facilitador para regímenes cuestionables. Su viaje para supervisar unas elecciones ampliamente consideradas fraudulentas, pero, sobre todo, su posterior mutismo, muestran al personaje con toda la crudeza. Porque, incluso viendo que conmilitones ideológicos han condenado las prácticas de Maduro, Zapatero mantiene su silencio.
¿Qué ha pasado con aquel líder que se enorgullecía de su integridad y de su compromiso con los valores democráticos? ¿Cómo evoluciona alguien de «estratega idealista» a «pragmático con cuestionable escrúpulo»? ¿ZP es la confirmación de cómo la cercanía a figuras autoritarias deprava en tiempo récord? Aviso para navegantes.
Podría marcarme un Zapatero y creer que la evolución del mandatario es reflejo de las secuelas de una ideología mal entendida. Pensar que lo que empezó como un intento de promover diálogo ha terminado en un apoyo tácito a la represión. Pero discúlpenme: fui la primera diputada que pregunté por la entrada de Delcy a España: me es difícil tener esa «mirada ingenua» y pensar que esto no casa con nada.
La metamorfosis de Zapatero con sus potenciales derivadas sobre la política española es una cuestión que la oposición tendría que estar investigando seriamente.
El aleteo de una mariposa puede salvar otras democracias.