Puigdemont y el estado de desecho
«Se ha evidenciado de manera gráfica lo que se aprobó en las Cortes Generales con la amnistía: políticos que están por encima de los ciudadanos»
Lo malo de la realidad es que no necesita ser veraz, es la jodida realidad y ya. Da igual que parezca una serie, un capítulo de tu libro favorito o alguna trama de una telenovela turca de esas que tanto gustan, es la verdad y no hay realidades por fascículos, es una y está aquí. La ficción tiene que tener un principio de verosimilitud, por aquello de que te lo creas mientras comes palomitas, pero este mundo no. En Cataluña, por ejemplo, no rige el principio de verosimilitud. Carles Puigdemont, en el momento que escribo esto, lleva horas fugado de la justicia tras haberse dejado ver, con escenario y arenga incluida, en pleno centro de Barcelona.
Imagina que eres guionista y planteas situar la trama del siguiente capítulo en la capital catalana durante el tedioso mes de agosto. Tu protagonista será el expresidente fugado de una comunidad autónoma que amenaza con volver tras siete años residiendo en Waterloo. Ahora parece que sí, parece que va en serio. Él y su pelazo aseguran desde hace días que ya es el momento de retornar.
Unos señores, compadres del expresidente, piden permiso para montar un escenario en el Arco del Triunfo de la ciudad condal. El señor de Waterloo anuncia en redes que acudirá a donde —oh, sorpresa— en efecto, hace acto de presencia una mañana de jueves. Da un mitin y se marcha del lugar. La policía no lo logra apresar y emprende un ambicioso plan —Jaula lo llamarán— para detenerlo.
Comprendes ahora esto de que la realidad no puede ser llevada a la ficción porque este capítulo sería imposible de llevar a cabo en una serie. ¿Quién se creería que a la policía iba a escapársele un tipo buscado que se presenta a la hora anunciada y en el lugar propuesto? Pues justo esto ha ocurrido la mañana del 8 de agosto del 2024 que ya nunca olvidaremos. Un bochorno que, pese a lo que pueda pasar con el destino del expresidente Puigdemont, ya es histórico.
Y aquí si merece la pena utilizar una palabra tan prostituida por medios y políticos, porque es aquí donde la incompetencia —quiero creer que solo la necedad y no el creíble pacto infame entre los polis y el caco— han permitido que se evidencie de manera gráfica lo que ya se aprobó en las Cortes Generales con aquella ley de amnistía: Políticos que están por encima de los ciudadanos corrientes.
«Este es el estado de desecho al que están convirtiendo el Estado de derecho en España»
Es la certificación, ya no la sensación, de que existe, como ha escrito Juan Claudio de Ramón, un ordenamiento jurídico para el amigo y otro para el enemigo. Es un papelón de dimensiones colosales para los Mossos de Esquadra, torpes e incapaces de apresar a plena luz del día al hombre del maletero. Pero no se quedan atrás nombres como el de la señora Casteleiro, directora del CNI o el de Fernando Grande-Marlaska, ministro todopoderoso de Interior.
Y ya no es por Puigdemont, pónganle otro nombre si lo desean, es que esto mina la confianza de los ciudadanos en sus poderes públicos. Este es el estado de desecho al que están convirtiendo el Estado de derecho en España. Donde un tipo al que apresar lo dejan libre y a un pobre currito lo buscan hasta debajo de las piedras si se le ocurre no pagar la multa. Es tosca la comparación, quizá populista dirán, pero es real. Y la verdad es una y está aquí.
Llegarán los llantos porque populistas de pacotilla obtengan miles de votos, pero es que a miles de ciudadanos, la política de toda la vida les falla en días como ayer. Sé bien que el PSOE ya ha pronunciado tantas veces como ha podido que fue al Partido Popular al que le montaron dos referéndums y una declaración unilateral de independencia, y sería fácil decir que ahora es del PSOE de quien se ríe su socio nuevamente fugado, Carles Puigdemont, tras haber conseguido de ellos solo ventajas, pero no compro ese relato.
No fue al PP a quien le montaron una DUI, fue al Estado español, como no es de Sánchez de quien se ríe Puigdemont, es del Estado, o sea, de España. Se choteaba el líder de Junts en ese teatrillo ridículo, aun sabiendo que el pueblo catalán le ha dado la espalda y que su único poder efectivo está en el Congreso de los Diputados. Un poder que le dio el hombre que se comprometió a traerlo de vuelta a España en 2019 y que, marca de la casa, cambió de criterio y le absolvió más tarde de todos sus delitos para poder permanecer en Moncloa, es Pedro Sánchez. Alguien de quien se puede decir que le ocurre como a la realidad, no necesita ser veraz. Es y ya.