THE OBJECTIVE
Anna Grau

¿Dónde está el jefe de la oposición?

«Renunciando a volver, Puigdemont también ha renunciado a ser el jefe de la oposición que le correspondía como líder del segundo partido más votado»

Opinión
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¿Dónde está el jefe de la oposición?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Mucho se ha comentado el detalle de que, en la toma de posesión de Salvador Illa como nuevo presidente de la Generalitat, detrás de él había una bandera catalana. Una senyera normal, sin luceros independentistas. Y sin ninguna bandera española al lado. Se le ha querido dar a esto último una excepcionalidad que, históricamente al menos, no tiene. Sólo hay que echar un vistazo a la hemeroteca. Todos los presidentes catalanes han tomado posesión así. Lo mismo nacionalistas que socialistas, que de otro tipo no ha habido hasta ahora.

Illa es el tercer hombre del PSC que llega a lo más alto de la política catalana. Es muy distinto de sus antecesores. Pasqual Maragall era nieto del poeta Joan Maragall e hijo de senador. Por ADN pertenecía a la burguesía catalana, aunque personalmente hubiera elegido los senderos de la izquierda. Gobernó la ciudad de Barcelona en clave progresista, pero para gobernar Cataluña trató de seducir al independentismo, no sólo tenerlo de compañero de viaje, y de su mano cruzó el Rubicón del pacto del Tinell. Básicamente un cordón sanitario que convertía Cataluña en terreno vedado a la derecha no nacionalista. Y hasta hoy.

José Montilla, nacido en Córdoba, tuvo que pechar con el síndrome del inmigrante. Entonces no estaba bien visto decirlo en voz alta, pero no eran pocos los que consideraban una afrenta tener un presidente de la Generalitat con semejantes orígenes. Montilla lo tenía difícil para ser percibido y aceptado como «uno de los nuestros» y lo cierto es que ha acabado siendo más respetado como expresidente.

Salvador Illa es catalán, eso no se lo pueden discutir, y es de familia trabajadora. Sus padres eran obreros del textil. Su carrera política ha sido pragmática. Aunque la fama la ha hecho como gestor, lo que más le define es haber estado muy pegado al partido y al territorio. A la secretaría de Organización. Así se ha blindado con un ejecutivo lleno de pesos pesados locales del socialismo catalán, la clave de la resiliencia de unas siglas que se vieron muy cuestionadas en los momentos más álgidos del procés.

Además se ha rodeado de perfiles que rebasan esas siglas, con guiños no sólo a sus socios de ERC, a los que por cierto les hace el regalo envenenado de dejar en sus manos la entera política cultural y lingüística. Así si algo sale mal (que casi seguro) será responsabilidad de ellos. El PSC se reserva en cambio las áreas duras del Gobierno, las que tienen más presupuesto, como Economía, Sanidad y Educación.

«En la práctica, a Illa le ha salido un Gobierno bastante más centrista que ‘woke’»

Muy comentada la elección de un conseller de Exteriores, Jaume Duch, que durante años ha llevado la comunicación del Parlamento Europeo, al que llegó tras una discreta trayectoria política centrista y, finalmente, de la mano de la antigua CiU. También sale de ahí el conseller de Justicia, el democristiano Ramon Espadaler, uno de los pocos, en ese mundo, que tuvo el valor de decir que el independentismo iba desnudo y que ya vale de conducir una diligencia desbocada en línea recta hacia el barranco.

Con perfiles así, Illa manda varios mensajes de los que seguramente tomará buena nota la prensa internacional, en los últimos años dopada y despistada por los embajadores indepes, y también, de puertas adentro, el catalanismo de orden. El que ahora mismo se va quedando más golosamente huérfano. Esa bolsa de votos que todos codician desde que se fue Jordi Pujol, el último capaz de tener la mayoría de Cataluña en un puño y a la vez condicionar las de toda España. Es imposible saber si Illa conseguirá aguantar 23 años, como Pujol. Pero que eso es justo lo que se propone, está claro. 

Llamativa resulta la falta de guiños a los Comunes de Ada Colau y de Jessica Albiach, aunque se supone que ellos también están en el pacto y en el ajo. O les está guardando sitio (¿una vicepresidencia?) para más adelante, o les está haciendo lo que los adolescentes llaman ghosting. En la práctica, a Illa le ha salido un gobierno bastante más centrista que woke.

Probablemente porque sabe que la Cataluña real va por ahí. Se notaría más de no tener un esperpento como Carles Puigdemont, ahora mismo, al frente de Junts. Si quedaba alguna duda de que a Puigdemont Cataluña y su propio partido le importan un bledo, de que lo único que le preocupa es no ir a la cárcel y solucionar su situación personal, esa duda se disipó con su espantada del pasado jueves. Y la llave de su amnistía la tiene quien la tiene: Pedro Sánchez.

«El pacto del Tinell sigue vigente, la derecha catalana no nacionalista sigue excluida del entramado institucional catalán»

Renunciando a volver, así sea pagando el peaje de pasar un tiempo entre rejas, Puigdemont también ha renunciado a algo muy importante: a ponerse los zapatos de jefe de la oposición que legítimamente le correspondían como líder (de momento) del segundo partido más votado. El jefe de la oposición tiene una relevancia muy especial en Cataluña. Cuando Artur Mas ganó las elecciones de 2003, pero no pudo gobernar, para tener la fiesta en paz y no hacer demasiado traumático el traspaso de poderes de la antigua y esplendorosa CiU al primer tripartito, se dotó su figura de una serie de realces, institucionales y económicos, de los que carece en otras latitudes. Conviene no olvidarlo, más ahora que sobre quién ejercerá realmente esa función penden no pocas incógnitas.

Puigdemont es ahora mismo como el perro del hortelano: ni come ni deja comer. Ni está aquí para hacer oposición, ni se aparta para que la hagan aquellos de su partido que mejor podrían hacerla. No sería la primera vez que los honores y la fama de jefe de oposición los cría una persona, pero la lana de verdad la cardan otros. El popular Alejandro Fernández ha anunciado su intención de ejercer como tal. El problema que va a tener es a ver qué pasa con el PP de y en Cataluña. Tanto internamente, como externamente, el pacto del Tinell sigue vigente, la derecha catalana no nacionalista sigue excluida del entramado institucional catalán, metida en una especie de gueto. Visto lo visto, lo tendrían más fácil para salir del gueto buscando acuerdos con los socialistas, aunque eso ahora mismo suene a rayos, más si se sigue rezando para que Sánchez adelante elecciones, o que Junts le haga caer. Lo cual no parece muy probable a corto plazo.

La ventaja de Illa es que él no necesita esperar que caiga nadie para ir a lo suyo. Le vale con las cosas tal y como están. Los socialistas decían que aspiraban al tres en raya (Moncloa, Ayuntamiento de Barcelona, Generalitat) y ya lo tienen. ¿Será por algo?

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