THE OBJECTIVE
Xavier Pericay

Levantar al bajo, rebajar al alto

«El lema de políticos y pedagogos españoles en las últimas décadas, ‘Que nadie se quede atrás’, tiene un reverso que callan: ‘Que nadie destaque más de la cuenta’».

Opinión
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Levantar al bajo, rebajar al alto

Ilustración sobre la educación. | Alejandra Svriz

Releyendo hace poco Por tierras de Portugal y de España, de Unamuno, tropecé con este fragmento de un artículo fechado en 1908: «Las grandes ciudades nivelan, levantan al bajo y rebajan al alto, realzan las medianías y deprimen las sumidades. Efectos de la masa, que son poderosos tanto en química como en la vida social». Y unas líneas más abajo: «Las grandes ciudades son fundamentalmente democráticas, y debo confesar que siento un invencible recelo platónico hacia las democracias. La cultura se funde y esparce en las grandes ciudades, pero se ramploniza. Las gentes dejan la lectura sosegada del libro por asistir al teatro, esta escuela de vulgaridad. Sienten la necesidad de estar juntos; les azuza el instinto rebañego; tienen que verse unos a otros».

El artículo en cuestión, Grandes y pequeñas ciudades, contraponía megápolis como Madrid a ciudades como Salamanca –él las llamaba «pequeñas», aunque luego precisaba que se refería a las de tamaño medio–, y no hace falta añadir que Unamuno, habiendo residido en ambas, se inclinaba por las segundas, las únicas, a su juicio, donde el espíritu podía expandirse libremente y el individuo desarrollarse en plenitud.

Si los fragmentos citados me llamaron en esta ocasión la atención –suele pasar con las relecturas; uno se fija en aspectos del texto que le habían pasado por alto la primera vez, quién sabe si por el efecto benéfico en este caso de la edad–, es por la asociación que establece Unamuno entre el proceso de nivelación de las grandes ciudades y su carácter democrático. Y es que, al leerlos, no pude evitar pensar en la educación pública y en las consecuencias que ha acarreado, cerca de un siglo más tarde, el empeño de muchos gobiernos de la Unión Europea (UE) –y la propia UE en sus políticas– por llevar la igualdad a sus últimas consecuencias. O sea, por nivelar a los ciudadanos, por levantar al bajo y rebajar al alto.

«Que nadie se quede atrás», ha sido durante las últimas décadas el lema de políticos y pedagogos españoles. Un lema que tenía un reverso que esos mismos políticos y pedagogos, bañados en general en ideologías de izquierda, se guardaban mucho de exhibir: «Que nadie destaque más de la cuenta». Y es que difícilmente se puede levantar al bajo sin rebajar al alto cuando lo que se persigue es alcanzar la igualdad, o sea, nivelar. Dicho peaje se ha escondido concienzudamente. Aun así, la forma como han desaparecido de los currículos educativos valores como el trabajo, el esfuerzo o el mérito, el ahínco con que se ha subestimado la competitividad o el ninguneo de que ha sido objeto el conocimiento hablan por sí solos.

«Va pasando el tiempo sin que nadie se proponga si no arreglar, sí al menos intentar paliar, el erial educativo español»

Tras la disputa de la última Eurocopa, políticos de esa misma izquierda ponderaban, con razón, el talento de futbolistas como Nico Williams o Lamine Yamal. Y lo hacían poniendo el acento en el color de su piel y en la dificultad que entrañaba –en el caso de Yamal– alcanzar la cumbre siendo hijo de una humilde familia de inmigrantes. Ello llevó a algunos profesores y expertos en educación defensores de esos valores hoy excluidos de la enseñanza pública a denunciar la contradicción que supone celebrarlos en el caso de los futbolistas de élite y a renunciar en cambio a incorporarlos a los currículos educativos de nuestros jóvenes. Como si el talento brotara y creciera en un paraje salvaje y no requiriera de un cultivo metódico y constante, que sólo el esfuerzo, el estímulo competitivo y el reconocimiento del mérito pueden dar.

Comprendo a esos profesionales de la educación. Tiene que resultar desesperante comprobar cómo va pasando el tiempo –y aquí el tiempo se cuenta ya por décadas y más décadas– sin que nadie se proponga si no arreglar, sí al menos intentar paliar el erial educativo español. Quizá tuviera razón Unamuno al asociar este proceso, que él detectaba en el crecimiento imparable de las grandes ciudades y en sus efectos sobre la cultura, a la implantación de la democracia. Y si así fuera, estimado lector, me temo que estaríamos ante uno de los mayores peajes que hay que pagar para seguir viviendo en un Estado democrático.

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