THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Arrastrados al Estado plurinacional

«La idea de la España unitaria se identificó con la dictadura franquista, y esa visión negativa sirvió para reactivar el consenso entre la izquierda y los nacionalistas»

Opinión
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Arrastrados al Estado plurinacional

El 'president' Salvador Illa y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni

Sánchez lo necesita, así que el próximo debate en la vida política española será la vía para cumplir el «Estado plurinacional». La idea no es suya. El presidente no ha tenido una en su vida. Todo lo ha copiado para adaptarse y aferrarse al Gobierno. Ni siquiera es del PSOE, que no es más que una máquina de colocación a través del poder. La idea de la España plurinacional es una fórmula de consenso entre la izquierda y los nacionalismos que surgió en la Segunda República, su añorado régimen revolucionario, y que hoy ha vuelto con mucha fuerza.

En este sentido, para comprender mejor este proceso, me parece interesante recordar el libro que Jon Juaristi ha publicado este año, titulado Ramón Menéndez Pidal. El último liberal unitario (Gota a Gota). En su capítulo postrero desmenuza el discurso sobre la idea de España que precisamente marca la descomposición presente de la vida política. Juaristi sostiene que la tesis de Pedro Bosch Gimpera, prehistoriador catalán que fue consejero de Justicia de la Generalitat entre 1937 y 1939, se ha impuesto entre los partidos actuales y en el progresismo académico. Lo peor es que esa idea tiene un mecanismo de autodestrucción de la comunidad política que la defiende. 

Bosch Gimpera pronunció el discurso de apertura del curso académico en septiembre de 1937 sobre la identidad histórica de España y su modernidad. El prehistoriador pertenecía a Acció Republicana de Catalunya, federalista, afín a Juan Negrín. Su pretensión era reflejar el consenso entre republicanos de izquierdas y nacionalistas sobre lo que era España y lo que tenía que ser. La disertación tuvo lugar delante de Manuel Azaña, presidente de la República, liberal unitario pero acomplejado y acobardado, que no abrió la boca

La teoría de Bosch Gimpera -no se pierda de vista la situación actual- era que existían dos concepciones de España. Una, la «ortodoxa», se basaba en el dogma de la unidad y cohesión esencial de la nación, «como un ente metafísico». Era esta una visión esencialista y proverbial de una comunidad, la nación española, forjada por la historia. Esta concepción ortodoxa habría impuesto un Estado, una «superestructura artificial», sobre el que sostener esa unidad, ahogando para ello a la diversidad natural de los pueblos españoles. 

La concepción «subversiva» o «progresista», decía Bosch Gimpera, se basa en considerar que España es una pluralidad de pueblos con características nacionales, que precisa el desmontaje del Estado «ortodoxo» para cumplir con la naturaleza primitiva de esas naciones hispánicas. Esta sería la fórmula de consenso entre la izquierda republicana, empeñada en desmontar el Estado confundido con la Monarquía, y los nacionalismos, que en ese desmontaje tendrían su propio Estado-nación particular. En ese empeño sobran los españoles tradicionalistas tanto como los liberales, ya que ambos se basan en la existencia de la nación española como comunidad política soberana. Del mismo modo, los «unitaristas» serían negacionistas de la «España verdadera» que sostienen los «federalistas». 

«La negación de lo existente en aras de una ensoñación ajena a la historia y a la razón: eso es el nacionalismo»

Juaristi recuerda con acierto en su libro que la tesis de Bosch Gimpera descansa en los errores de la generación del 98, que sacrificaron la libertad y la tradición por un futuro sin más diseño que el utopismo ingenuo. Fueron esos que recogieron la idea de la construcción castellana de España contada por Ortega, y su reverso, deshacerse de lo castellano para arreglar el país devolviéndole a su estado primitivo, natural y regenerador. Vamos, la salvación a través de la negación de lo existente en aras de una ensoñación ajena a la historia y a la razón. Esto es el nacionalismo, y hoy también el PSC de Salvador Illa.

La «tesis subversiva» de Bosch Gimpera se convirtió en la oficial y legítima, en la prometedora, en la capaz de acabar con los reaccionarios y retrógrados, y hacer justicia histórica. Frente a esa tesis Juaristi recuerda la de Menéndez Pidal, coetáneo del catalán, aunque con cierto pesimismo. El proyecto de un liberalismo unitario, paralelo al de Unamuno y su intrahistoria, al Manuel Azaña que habló en su día de preservar la tradición corregida por la razón, desapareció con Menéndez Pidal. 

Menéndez Pidal, como cuenta Juaristi, sostuvo en Los españoles en la historia (1947) que el localismo en España no procedía de una «diversidad étnica», de que hubiera pueblos distintos, sino de la propia psicología del español. La tendencia al particularismo, al campanario, está en este pueblo. De hecho, dijo, sobre esa naturalidad se asentaron dos deformidades como fueron el carlismo de los privilegios y el federalismo cantonal. 

Los problemas procedían de las cesiones de los «arribistas» a los separatistas. Menéndez Pidal señalaba así a Manuel Azaña, que tragó con el Estatuto catalán de 1932, y a Indalecio Prieto con el vasco, concedido para evitar que el PNV se pasara en masa al golpe del 36. Ambos personajes, escribe Juaristi, no tuvieron «empacho alguno en prometer a sus aliados lo que fuera» para asegurar su propio Gobierno. La similitud con Pedro Sánchez es evidente. 

«Cuando la nación falla es cuando surgen esas ideologías que desestabilizan el país»

Ese tono pesimista está en el propio Menéndez Pidal, que escribió en 1947 que el «federalismo, cantonalismo y nacionalismo» aparecen en España «como una enfermedad» cuando «las fuerzas de la nación se apocan extremadamente». Es decir; cuando la nación falla es cuando surgen esas ideologías que desestabilizan el país, generando una crisis constante sin que exista un verdadero progreso ni en la economía ni en la libertad de las personas. 

Juaristi acaba recordando que la tesis de Bosch Gimpera triunfó en el tardofranquismo y en la Transición, como apuntó Menéndez Pidal que iba a suceder. La afirmación de la España unitaria se identificó con la dictadura franquista, y su negación con la democracia y el progreso. Esa visión negativa sirvió para reactivar el consenso entre la izquierda y los nacionalistas, con la «historiografía progresista» de su lado, que inoculó un virus federal (o separatista) en el Estado de las Autonomías. Y eso es un retroceso, porque el localismo, escribió Menéndez Pidal, nos iguala a todos, mientras que los nacionalismos imponen la desigualdad legal. En esto estamos. 

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