La ingravidez de Ursula Von der Leyen
«La errática actuación de la Comisión Europea se explica por tratar de aplicar las políticas que favorecen a Alemania y su nula autoridad frente a los Estados»
Andan la política y la democracia un tanto distorsionadas. En EEUU tienen elecciones en unos meses y todo hace prever que las opciones van a quedar encerradas entre un loco peligroso, que afirma que solo acepta los resultados electorales si gana, y una candidata escogida a última hora, sin ninguna convicción, como último recurso, y por la necesidad de sustituir a un anciano decrépito que se cae cada poco. Lo malo es que este personaje, a todas luces mermado de capacidades, ha venido gobernando medio mundo, si no ha sido el mundo entero.
El primer desaguisado lo montó en Afganistán. Abandonó de mala forma y deprisa y corriendo el pitote que habían armado los mismos americanos 22 años antes con la invasión. A este personaje —que cuando sale por televisión dan ganas de echarle una mano para que no se caiga— le han faltado perspicacia, mano izquierda y diplomacia para evitar el desencadenamiento de una guerra que va a dejar a Ucrania destruida, a la economía europea bastante tocada y que nos ha trasladado a los tiempos de la guerra fría. En esta tarea se ha contado con la inestimable colaboración de la presidenta de la Comisión de la UE.
Se me ocurre, y a lo mejor estoy equivocado que, por malo que hubiese sido el acuerdo previo a la invasión, los resultados de la guerra van a ser mucho peores y la situación para Ucrania bastante más negativa. Eso, si no se desencadena la tercera guerra mundial.
En Europa no andamos mucho mejor. Se acaba de reelegir para el cargo de presidenta de la Comisión a Ursula von der Leyen. Debe de ser como premio por lo bien que lo ha hecho en la etapa pasada. Esta Comisión habrá sido con mucho la más desastrosa en la historia de la UE. Por no saber, no ha sabido ni comprar vacunas. Se ha refugiado en la pandemia y en la guerra; pero las actuaciones y reacciones frente a ellas pueden ser muy distintas, las hay mejores y peores y las de esta Comisión están mucho más cerca de las últimas que de las primeras.
Como muestra de lo poco que ha pintado la Comisión en esta etapa, Alemania y Francia —tras haber aparecido los primeros signos de la epidemia— prohibieron en sus países la exportación de todo el material sanitario preciso para combatirla, sin que importase lo más mínimo lo del mercado único y el libre comercio. Con el mismo espíritu comunitario, más de 12 de los países de la UE, entre ellos España, se habían apresurado a cerrar por propia iniciativa sus fronteras, sin que mediase ningún acuerdo colectivo. ¿Dónde quedaba el Tratado de Schengen?
«Resulta increíble que países como Israel y el Reino Unido obtuvieran mucho mejores resultados que la UE frente a la pandemia»
En la primera etapa de la pandemia, la UE mostró una pasividad total respecto del suministro de los artículos sanitarios precisos: mascarillas, batas quirúrgicas, guantes, test, etc. Cada país tuvo que apañarse por su cuenta (cuando no cada región, como en España) en un mercado fuertemente tensionado. Cuando estuvieron disponibles las vacunas, se pensó que era una buena idea planificar el suministro centralizado para toda la Unión.
La burocracia europea mostró una vez más lo que da de sí. Resulta increíble que países como Israel y el Reino Unido obtuvieran mucho mejores resultados que la UE, con el potencial que a esta se le supone. El tema es inexplicable hasta en términos económicos. Conociendo el coste que suponía la pandemia para la economía o, a la inversa, el beneficio que se obtendría de cualquier adelanto en la vacunación es inconcebible que se racaneara con el precio en detrimento de la prontitud del suministro. No entendieron que la medida más eficaz para reactivar la economía de Europa consistía en acelerar todo lo más posible la vacunación.
En cuanto a la guerra, me da la sensación de que doña Ursula se ha limitado a mostrarse como una alumna aplicada y entusiasta de EEUU, sin considerar que los intereses de este país no coinciden muchas veces con los de Europa. Se alineó así con los países más belicosos. Siempre que aparecía en la pantalla con Borrell era para arengar a la batalla o para anunciar medidas económicas contra Rusia que iban a destrozar al adversario. De manera pedante se decía que en esto consistía la guerra moderna, en la utilización de armas económicas. Intuyo que ni Europa ni EEUU han estado dispuestos nunca a emplear otro tipo de armas, eso se lo dejan a Ucrania. Lo cierto es que, pasado el tiempo, da la impresión de que las medidas apenas han afectado a la economía rusa y, como si se tratara de un bumerán, están causando un daño grave a la economía europea.
El papel de Ursula von der Leyen ha sido en casi todos los aspectos de pasteleo, en un intento de contentar a todos los países. Aparece de forma clara en su pasividad en el tema de la migración. Bien es verdad que el sistema de elección de la Comisión lo propicia. Si se quiere repetir en el cargo, es sustancial no indisponerse con ningún Estado.
«Von der Leyen, para congratularse con los verdes, ha puesto en pie de guerra a toda la agricultura europea»
Von der Leyen, para congratularse con los verdes, ha puesto en pie de guerra a toda la agricultura europea, cuyos productores se sienten totalmente agobiados por el cúmulo de condiciones y requisitos que les exige la burocracia de la Comisión, con total desconocimiento del sector. Ven abrirse, además, los mercados europeos a los productores de otros países que no cumplen tales obligaciones y que manejan costes laborales más reducidos.
En las discusiones que se produjeron en la UE acerca de la necesidad de crear mecanismos comunitarios para dar respuesta a los problemas económicos derivados de la pandemia, las propuestas de la Comisión fueron conservadoras y raquíticas. Fue tan solo a partir del 18 de mayo de 2020, fecha en la que Macron y Merkel sorprendieron a todos firmando un documento por el que proponían al resto de los países miembros constituir con esta finalidad un fondo de 500.000 millones de euros a fondo perdido, cuando la Comisión comenzó a poner encima de la mesa planes coherentes, de los que surgió el fondo de recuperación y resiliencia, Next Generation EU.
En su afán de complacer a todos los gobiernos, la presidenta y sus comisarios establecieron en materia fiscal y presupuestaria una política de total laxitud. Carta libre. La ortodoxia y la rigidez presupuestaria aplicadas en los años posteriores a la anterior crisis contrastan con la situación actual. Nada más declararse la epidemia se dejó en suspenso las reglas fiscales, pero incluso con anterioridad y de forma unilateral Alemania había decidido ya salir en auxilio de sus empresas con dificultades, señal de lo poco que pintaba la Comisión. Alemania violaba así uno de los sacrosantos preceptos de la UE, la prohibición de las ayudas de Estado, consideradas un peligro para la competencia y el mercado único. La Comisión no tuvo otro remedio que generalizar la medida y permitir su aplicación en todos los países.
Durante las etapas duras del Covid quizás podría estar justificado que se relajasen las reglas presupuestarias. El problema es que se levantaron por completo, con lo que algunos países como España pensaron que ancha era Castilla e incrementaron la deuda desproporcionadamente. Todo el mundo se ha sentido libre para gastar o bajar impuestos como si el dinero público no tuviese fin y como si no existiese el coste de oportunidad.
«La situación en Europa ha sido esquizofrénica: mientras el BCE pretendía contraer la demanda, los gobiernos la incentivaban»
La situación ha adquirido mayor gravedad después de la invasión de Ucrania por Rusia. La inflación se disparó hasta cotas desconocidas desde muchos años atrás. El BCE se vio obligado a cambiar de política elevando los tipos de interés e invirtiendo su actuación en los mercados, vendiendo títulos en lugar de comprarlos. No obstante, la Comisión prolongó la suspensión de las reglas fiscales, incluso hasta los momentos actuales. Es decir, la política fiscal se ha orientado en sentido contrario a la monetaria.
La situación creada en Europa ha sido notoriamente esquizofrénica: mientras el BCE pretendía contraer la demanda, los gobiernos la incentivaban, con lo que han forzado al banco emisor a nuevas medidas restrictivas, que producían efectos más negativos para los ciudadanos, que a su vez empujaban a los gobiernos a conceder nuevas ayudas, y así sucesivamente.
Lo que una intentaba arreglar, la otra lo desbarataba, y que nadie piense que una política monetaria restrictiva es menos dolorosa para los ciudadanos que la disciplina fiscal y presupuestaria. Solo que está más disfrazada y los gobiernos no se sienten implicados en ella. Medidas como la donación del bono cultural, la gratuidad en el transporte público o la reducción alegre de los impuestos etc., etc., pueden conducir a una mayor subida de los tipos de interés con efecto inmediato en las hipotecas y en las empresas.
Desde luego esto no ha sido siempre así. Este estado de cosas es relativamente nuevo. Desde el primer momento de la creación de la Unión Monetaria se acordó la obligación de que los gobiernos nacionales tuviesen que mantener una disciplina fiscal y presupuestaria. Ha sido en los cuatro últimos años cuando se han suspendido esos requisitos. En 2020 y en gran parte de 2021, en plena epidemia y sin apenas inflación, la relajación presupuestaria parecía lógica con la finalidad de reactivar la economía.
«Las tasas de inflación se dispararon y habría que remontarse muchos años atrás para encontrar cotas similares»
Pero la cosa cambia a partir de finales de 2021, momento en el que los precios comienzan a dispararse arrastrados, por una parte, por un incremento del consumo, que había estado contenido durante los tiempos duros de la pandemia y, por otra, por la subida del coste de la energía, debida a la tensión y posterior guerra entre Rusia y Ucrania y en la que la UE adoptó una actitud beligerante. Desde ese preciso instante, las tasas de inflación se dispararon y habría que remontarse muchos años atrás para encontrar cotas similares en todos los países miembros.
Tales incrementos en el nivel de precios crean sin duda graves problemas al funcionamiento de la economía y distorsionan el reparto de rentas entre los ciudadanos, favoreciendo a unos y perjudicando a otros. Es lógico por tanto que el BCE cambiase de política; pero lo que resulta menos comprensible es que los gobiernos nacionales, y en mayor medida las autoridades comunitarias, mantuviesen la misma laxitud fiscal y presupuestaria.
El tema es tanto más inexplicable en cuanto que en la crisis pasada, a partir de 2010, sin ningún riesgo de inflación, pero sí con una importante depresión económica, la UE obligó a los gobiernos a una política fiscal fuertemente restrictiva, y mantuvo, por encima de todo, la disciplina presupuestaria con dolorosos ajustes para la población, colaborando a que se mantuviese la propia recesión.
Pareciera que las autoridades comunitarias han practicado la ley del péndulo; pero además en sentido inverso a lo que sería normal. En una época de deflación como fue la de los años posteriores a la anterior crisis, defendieron una política fiscal rabiosamente contractiva, contribuyendo aún más a la recesión, y sin embargo en estos años, cuando nos hemos movido en altas tasas de inflación, han permitido una política presupuestaria laxa, con lo que han facilitado la subida de los precios, entorpeciendo la labor del BCE.
Esta actuación asimétrica y totalmente errática quizás pueda explicarse, primero, porque se trata de aplicar en cada momento aquellas políticas que favorecen a Alemania, y segundo, por la ingravidez de la Comisión y de su presidenta, sin ninguna autoridad frente a los Estados, especialmente frente al país germánico. Algo tendrá que ver también la disparatada forma de elegir a los comisarios, uno por país, (lo nombran los gobiernos) sin tener en cuenta el tamaño y la importancia de cada uno de ellos.