THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Las fronteras de Kamala

«Pensemos, por ejemplo, en cómo encajar en ese molde del «progreso» la ambivalente posición que Harris mantuvo al respecto de la pena de muerte»

Opinión
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Las fronteras de Kamala

Ilustración de Alejandra Svriz

Más allá del recurrente y abusivo recordatorio a su condición de «hija de inmigrantes» y «persona racializada», y a lo bien conocido, por bien público y notorio, de sus cargos más relevantes – fiscal, senadora, actual vicepresidenta de los Estados Unidos– vale la pena indagar quién es Kamala Harris, y, sobre todo, cuál es su agenda política o ideológica. Y vale la pena hacerlo para calibrar qué se puede querer decir cuando -seguramente por descarte comprensiblemente agónico dada la alternativa- se presenta su elección el próximo noviembre como la esperanza «progresista», o rectamente «democrática», como así ha remarcado el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, desplazado estos días a la convención demócrata en Chicago. A Ortuzar, a diferencia del Pepe (Pepiño) Blanco de hace algunos años que no se quiso pronunciar sobre si Obama o Hillary Clinton para no «influir» en las primarias demócratas, no parece que le duelan prendas ese ejercicio de influencia. 

Pensemos, por ejemplo, en cómo encajar en ese molde del «progreso» la ambivalente posición que Harris mantuvo al respecto de la pena de muerte cuando tuvo que actuar profesionalmente en procesos penales. Como fiscal de San Francisco se comprometió primero a no solicitarla nunca por una convicción moral –lo cual mantuvo en el caso del asesinato de un policía, granjeándose severos reproches en amplios sectores de la sociedad californiana- pero más tarde, tanto en su campaña para convertirse en fiscal general de California, como una vez ejerciendo el cargo, defendió la medida, llegando incluso a recurrir la decisión de un tribunal federal que habría supuesto la abolición de la pena capital en ese Estado. 

Más allá de este episodio, y de lo poco que ha traslucido durante su vicepresidencia, su discurso de aceptación de la nominación este pasado jueves en la convención de Chicago ha sido la primera ocasión para profundizar en el ideario de Harris y desvelar algunas incógnitas; no muchas, pero sí algunas. 

Abundó, como era previsible y es consustancial a la política-espectáculo que nos adocena, la jabonosa retórica fumífera en la que prima contar nuestra vida, quiénes somos y lo que hemos sentido, y sobre todo sufrido; una narración en la que cualquier hecho de nuestro pasado –sea que la madre nos adorara o sea que nos pegara; sea que el padre nos enseñara el valor del sacrificio cuando se tiraban unas canastas en el backyard o nos agrediera sexualmente; sea que el vecino de aquel barrio de hard-working-middle-class-people nos cuidara por las tardes o sea que exhibiera su racismo al insultarnos por la calle– cualquiera de esos sucesos es elevable a lección moral y política de importancia para el universo entero. A poco que nos descuidemos y haya un tendero al que le dimos las gracias por el despacho de pan, una viejecilla a la que ayudamos a cruzar un semáforo, o un hijo al que le enseñamos a montar en bicicleta, tenemos una biografía épica, lista para adornar una altísima magistratura. Si una abuela ocasionalmente le dijo en una tarde de revuelta infantil «deja de joder con la pelota», tal frase puede ocupar el frontispicio oratorio con mínimo aderezo: «Como me dijo mi abuela luchadora: lo importante en la vida es no joder con la pelota». En esa clave, lo de Kamala fue un festival. 

Bajo la espuma de ese paroxismo identitario, y la apelación a recuperar el «júbilo» («¡joy! ¡joy!», se clamaba en casi cualquier momento) y la «libertad», a «no volver atrás» y la exclamación de otros propósitos inobjetables por campanudos (también, cómo no, la afirmación rabiosamente nacionalista de ser Estados Unidos la mejor nación sobre la Tierra, un país al que dotará, dijo, de toda la fuerza militar necesaria para mantener su hegemonía), fueron, en mi recuento, la consolidación del papel del Estado en la educación pública, el aborto, un mayor control en la posesión de las armas y la inmigración, los únicos issues sobre los que Harris mantuvo una posición con mordiente, que puede ser discutida. 

«Su padre, Donald Harris, del que apenas dijo nada en su discurso, jamaicano, tras licenciarse en la Universidad de Londres y obtener un doctorado en Berkeley, terminó siendo profesor de Economía en Stanford»

Sobre los tres primeros poco nuevo bajo el sol: Harris recuperará programas de financiación pública a la escuela que mejor garanticen la igualdad de oportunidades; tratará de desactivar el camino emprendido por muchos Estados para restringir el aborto tras la decisión de la Corte Suprema en Dobbs v. Jackson (2022), una decisión que Harris atribuye plenamente a Trump por elegir jueces nítidamente pro-life (¿acaso los anteriores presidentes no jugaron esas mismas bazas?) y tratará de imponer límites a la compra y tenencia de armas, sobre todo de gran calibre, abrazando al tiempo la vigencia de la segunda enmienda.

«Mi madre –clamó Harris al poco de arrancar su discurso- atravesó el mundo sola a los 19 años desde la India a California para ser la primera científica en encontrar una cura para el cáncer de pecho». En efecto, Shyamala Harris (de soltera Gopalan) llegó a la Universidad de Berkeley en 1958 tras haber sido aceptada en un posgrado de nutrición y endocrinología y en esa universidad obtuvo su doctorado. Su padre, Donald Harris, del que apenas dijo nada en su discurso, jamaicano, tras licenciarse en la Universidad de Londres y obtener un doctorado en Berkeley, terminó siendo profesor de Economía en Stanford. 

A la conclusión de su alocución, y en una maniobra políticamente muy rentable e inteligente, Harris se comprometió a llevar hasta las últimas consecuencias el acuerdo sobre la crisis migratoria alcanzado recientemente entre republicanos y demócratas y que se conoce como bi-partisan border security package, un acuerdo del que Trump, renuente a toda componenda que mitigue su discurso exacerbado, ha instado a los republicanos a que se descuelguen. 

Pues bien, el dicho pacto, alcanzado por la senadora independiente de Arizona Kyrsten Sinema, el senador republicado de Oklahoma James Lankford y el senador demócrata de Connecticut Chris Murphy constituye, según sus muñidores, la legislación más robusta sobre seguridad migratoria en décadas, reafirmándose con ella el control en la frontera, aumentando la seguridad y acabando con el catch and release (detención y libertad); es decir, se instaura un régimen estricto de lo que en estos pagos nuestros llamaríamos «devolución en caliente», una de esas bêtes noires del progresismo. La futura normativa prevé el cierre total de la frontera con carácter indefinido en situaciones de «emergencia», situación que se describe como aquella en la que 5.000 inmigrantes a la semana pretenden cruzar la frontera (en España lo hicieron en 2024 en torno a 1.100). En proyecto de ley por el que la candidata Harris apuesta, uno de los capítulos lleva por título «Securing America». ¿Se imaginan una legislación semejante en España con los ingredientes mencionados y que incorporara como rubro «Asegurando España»? ¿Qué tipo de «coalición progresista a la Harris» la respaldaría?

Sea como fuere, a la luz de la apuesta política inmigratoria de Harris y su inflamada recreación identitaria, no puede uno por menos que parafrasear – y me disculpan porque está muy manido- lo de Orwell: todos los inmigrantes son iguales y dignos, y hacen de América el gran país que es…, pero unos son más iguales y dignos… que otros. 

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