THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

La escoba de Occam

«El asesinato del niño en Mocejón ha avivado teorías de la conspiración, por parte de quien no puede entender que la realidad existe fuera de sus obtusas mentes»

Opinión
5 comentarios
La escoba de Occam

Ilustración de políticos. | Alejandra Svriz

El asesinato de un niño en Mocejón (Toledo) ha avivado, una vez más, diversas teorías de la conspiración por parte de quien no puede entender que la realidad existe fuera de sus obtusas mentes. No será la primera vez ni, por desgracia, la última en la que un hecho trágico se convierte en un trampolín ideológico para ensuciar los hechos con una carga política que no tienen. Nos hemos acostumbrado a que los crímenes puedan ser utilizados a gusto del consumidor en este estado de guerra cultural permanente. Nadie está a salvo y será complicado escapar de estas dinámicas en un futuro próximo. En este tema, como aquel personaje de una novela de Claudio Magris, no soy pesimista porque las cosas siempre suelen salir peor de lo había pensado.

Cuando hablamos de discursos conspirativos, los hay para todos los gustos en los distintos ámbitos. Por poner un ejemplo nada evidente en la gresca cotidiana, los mecanismos retóricos que se utilizan contra la inmigración en su deriva más conspirativa, son idénticos a los que se asoman en las denuncias contra israelíes y judíos – sí, para muchos, son lo mismo. Solamente hace falta azuzar el oído para identificar las similitudes. Sin embargo, no estamos dispuestos a aceptar que lo denunciable en el relato ajeno es el fundamento del propio. Cuando el otro es la encarnación del mal, nada es imposible. O, lo que es lo mismo, la deshumanización del diferente siempre facilita creer en cualquier cosa. Las teorías de la conspiración son promiscuas y llevan a generar combinaciones extrañas creando un complejo hipertexto conspirativo. Muchos de sus teóricos se aprovechan de estas insólitas conexiones para fortalecer sus conjeturas. Las teorías de la conspiración son especialmente epidémicas en nuestros días. Cuando ya se ha elaborado una tupida trama, simplemente hace falta soltarla en la red global para que continúe engordando. 

«La escoba de Occam establece que cualquier persona pasa por alto aquello que puede debilitar sus posicionamientos políticos, sociales o culturales»

¿Cómo se puede parar este fenómeno que crece como una bola de nieve? Hace unos quince años, Cass Sunstein y Adrian Vermeule – los dos se encuentran en posiciones ideológicas contradictorias- escribieron sobre ello en el Journal of Political Philosophy. En aquel texto, defendieron que los gobiernos deberían participar en la conversación pública a través de una «infiltración cognitiva» en los grupos que producen teorías de conspiración. Para Sunstein y Vermeule, era necesario que los gobiernos trabajasen para crear ideas que pudieran desactivar las diferentes teorías de la conspiración. Se necesitaba, por tanto, generar argumentos que hiciesen dudar de estas hipótesis en las redes sociales. A pesar de las buenas intenciones de estos juristas, no creo que las evidencias puedan derribar las creencias de los conspiranoicos. El canon antisemita de ‘Los protocolos de los Sabios de Sion’ sigue siendo una lectura habitual, especialmente en el mundo musulmán, cuando fueron desacreditados convincentemente hace más de un siglo. Además, todo lo que proceda de los gobiernos a los que se enfrentan ya está estigmatizado de partida. Tal y como estamos, deberíamos comenzar por reconstruir la confianza en unas autoridades que han perdido credibilidad al hacer caso a esos chamanes que les exigen confrontación. 

No será fácil acabar con las teorías de la conspiración, tanto las grandes como las pequeñas, que nos acechan. Deberíamos comenzar denunciando los desmanes de nuestro lado de la trinchera. No hay que olvidar que en las redes sociales las ordalías proceden de todos los ámbitos del espectro político. Son escasas las voces que se desgañitan de forma ambidiestra. Porque todos terminamos por utilizar la escoba de Occam para barrer lo que nos molesta. Este principio fue definido por el microbiólogo sudafricano Sydney Brenner, que ganó el Nobel de Medicina en 2002. La escoba de Occam es el contrapunto a la famosa navaja y establece que cualquier persona pasa por alto aquello que puede debilitar sus posicionamientos políticos, sociales o culturales. Incluso los científicos más asépticos la sacan a pasear cuando algún dato puede acabar dañando sus hipótesis de trabajo más queridas. Así somos y, por este motivo, deberíamos evitar utilizar nuestra propia escoba. Es un buen paso para conseguir que las teorías de la conspiración, al menos, no nos pueden derrotar.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D