El hilo de Brenan para salir del laberinto
«La independencia cubana impulsó el nacionalismo dentro del empresariado catalán»
Es paradójico el efecto que produce leer hoy El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, de Gerald Brenan. Por una parte, parece que hablara de otro país, infinitamente más atrasado, polarizado y pobre. Un país de mayoría campesina atada a un campo sin riego, salvo contadas excepciones, y que dependía del capricho régimen de lluvias, abundantes en el norte y escasas en el sur, con vastas zonas de secarral, rastrojos y hambrunas periódicas. Un país con un ejército hipertrofiado que decidía gobiernos a golpe de pronunciamientos, un país gobernado desde el Vaticano en términos morales y educativos y un país de inmóviles clases sociales, con una pequeña y frágil clase media urbana. Todo lo contrario de lo que es la España actual. Por la otra, la persistencia de ciertos comportamientos y actitudes parecen inmutables, ayer y hoy, como el desprecio a la empresa privada, el caciquismo municipal y el amor irresistible por vivir de las arcas públicas.
La intención del ensayo de Brenan (publicado en español por Ruedo Ibérico, la mítica editorial de exiliados españoles en París) es analizar el origen y las motivaciones de los diversos grupos que terminaron por conformar los dos bloques enfrentados en la Guerra Civil. Sorprende la neutralidad en la mirada y la exigencia de objetividad, más allá de su afinidad con el bando republicano, aunque nunca con sus extremos radicales. Una mirada que recuerda a la de Chaves Nogales, aunque el empeño de Brenan es el de un historiador y el de Chaves Nogales el de un cronista. Implacable con las personas, no duda de calificar de analfabeto funcional a Largo Caballero, de corto de miras a Gil Robles o de soberbio a Calvo Sotelo. Tampoco perdona a Azaña, al que acusa de usar la política como refugio ante el fracaso de su vida de escritor. En cambio, es compresivo con las causas de los movimientos sociales, tanto de izquierda como de derecha, de los partidos católicos de provincias al anarquismo. El libro es un repaso magistral por las cimas y valles de la vida española decimonónica y de las primeras décadas del siglo pasado que pueden resumirse en una tensión entre los españoles empeñados en poner en sintonía a España con Europa y aquellos que defienden su insularidad producto de su singularidad histórica.
Está lleno de relámpagos iluminadores. Por ejemplo, la trasmutación del carlismo en el nacionalismo conservador vasco del PNV y en el catalán de la Lliga, la relación entre la represión de Severiano Martínez Anido y los crímenes en la retaguardia barcelonesa o lo que significó para el sindicalismo español el asesinato del moderado Salvador Seguí y la marginación de Ángel Pestaña. También, el impacto que tuvo la independencia cubana dentro del empresariado catalán como impulso nunca reconocido del nacionalismo: «La pérdida de Cuba, en la que los industriales tenían cuantiosos intereses, provocó un sentimiento de irritación con Madrid, a cuya intransigencia se atribuía tal pérdida. Lo cual no era completamente justo, pues la oposición de los propietarios de fábricas catalanas a la autonomía de Cuba había sido uno de los factores que contribuyeron al desastre».
Gerald Brenan era producto del imperio británico: nacido en Malta de un oficial inglés, pasó largas estancias en Sudáfrica y la India por exigencia del trabajo paterno y fue educado en Oxford. Al mismo tiempo, era un hijo rebelde de esos valores, como Orwell, que buscó a través de los viajes y la aventura escapar del rígido mundo moral post-victoriano en el que fue educado. Quizá su madre irlandesa le ayudó a entender la mentalidad católica del país y su sistema de valores. Vivió en La Alpujarra décadas y en Málaga, de manera intermitente, antes, durante y después de la Guerra Civil. Su amor por España fue enorme, pero no incondicional. Antes estaba su amor a la verdad. Y no siempre fue correspondido. Tuvo que huir en una fragata americana de Málaga justo antes de que cayera en manos nacionales, en los primeros meses de 1937, y tardó varios años en poder volver a recorrer el país, tras la negativa franquista en otorgarle un visado. Su larga vida le permitió ver la llegada de la democracia a España, donde se cumplió un extraño vaticinio de su libro, escrito en 1943, 40 años antes del triunfo de Felipe González: «No hay raza en Europa tan profundamente igualitaria y con menos respeto hacia el éxito y hacia la propiedad. Si los dos siglos venideros reservan a España un futuro pacífico y feliz, podemos augurar que eso será en un débil y paternal régimen socialista con amplia autonomía regional y municipal: un régimen no muy alejado en el cual vivió España a principios del siglo XVII». Demasiado inquieto para formar parte de ningún grupo, fue una suerte de satélite del círculo de Bloomsbury, amante de la pintora Dora Carrington, amigo de Lytton Strachey, y de Leonard y Virginia Woolf, pero siempre independiente, ajeno camarillas intelectuales y académicas.
«La plaga de filoxera obligó a sustituir los viñedos catalanes por cepas americanas y provocó un cataclismo social»
Me resultó particularmente revelador el repaso que hace en El laberinto español de la propiedad de la tierra en las distintas regiones. Sólo este análisis, minucioso y científico, vale por sí mismo la lectura del volumen. De los foros gallegos a las aparcerías más o menos prósperas del País Vasco y Navarra, aún con sus enormes diferencias entre sí, pasando por la rica huerta del Levante o por las grandes familias aristocráticas andaluzas y castellanas, hijas de la Reconquista y la limpieza de sangre, que poseían enormes cortijos, clase rentista y ociosa, llena de privilegios y cuyas propiedades visitaban con desdén una vez al año, como mucho, y que producía una enorme masa social de campesinos paupérrimos, con una relación de servidumbre con los dueños de la tierra que recuerda a las haciendas porfiristas en México y sus ominosas tiendas de raya. Especial interés tiene, por sus consecuencias atroces durante la República y la Guerra Civil, su interpretación de los viñedos catalanes y la relación que había entre dueños y arrendatarios, los rabasaires, hasta la llegada de la plaga de la filoxera que obligó a sustituir los viñedos originales por cepas americanas de vida mucho más corta. Como los contratos amparaban la vida del viñedo, más siete años de prórroga, el cambio de duración de casi medio siglo de las vides originales por menos de la mitad de las vides nuevas provocó un cataclismo social.
Su perspicacia para captar el espíritu español debe servirnos hoy de acicate. Hay rémoras que merman las enormes posibilidades de este país y su lugar en el mundo. Léase esta perla, como si fuera escrita ayer: «Aparte de cualquier causa histórica que se puede asignar a este espíritu refractario, queda el hecho de que los españoles viven para el placer o para los ideales, pero nunca para el éxito personal o hacer fortuna. He aquí por qué todo hombre de negocios, todo dependiente de comercio, es un poeta fracasado o incomprendido; todo trabajador tiene su idea; todo campesino es un filósofo».