En defensa de los libros no subrayables
«Con el tiempo me di cuenta de que a veces es mejor un libro en el que no sientes la necesidad de subrayar que al contrario»
Siempre subrayo los libros. Da igual si estoy leyendo una novela por placer en la playa o un ensayo de un autor al que tengo que entrevistar. Aunque nunca escribo a mano (no solo soy lentísimo sino que tengo una letra feísima), tengo muchos lápices por casa para subrayar lo que leo. En un texto de hace unos años, el novelista y crítico Tim Parks describe así la lectura con un lápiz en la mano: «Hay algo depredador, incluso cruel, en un lápiz suspendido sobre un texto. Como un halcón sobre un campo, está al acecho de algo vulnerable […] El mero hecho de tener la mano preparada para la acción cambia nuestra actitud ante el texto. Ya no somos consumidores pasivos de un monólogo, sino participantes activos en un diálogo». Estoy de acuerdo con Parks: la lectura con un lápiz en la mano es más atenta. A veces, sin embargo, distorsiona demasiado la lectura. Uno está a la caza, como el halcón del que habla Parks, de la buena frase, o de la frase que mejor describe la tesis del autor, y olvida que esa frase no existe en un vacío, que en la escritura (sobre todo la narrativa) son casi más importantes las atmósferas, las escenas, el ritmo, el tono…
Con el tiempo me di cuenta de que a veces es mejor un libro en el que no sientes la necesidad de subrayar que al contrario. Cuando reviso algunos libros leídos que me gustaron mucho, me doy cuenta de que hay páginas y páginas sin nada subrayado. No es porque no hubiera nada interesante sino al contrario: estaba sumergido en la historia. En uno de los últimos capítulos de su estupendo podcast Una pregunta, literal, Helena Farré Vallejo dice que cuando leyó por primera vez Madame Bovary le sorprendió no haber subrayado nada. Y el libro le gustó mucho.
Este verano he leído estupendos libros que apenas he subrayado. Fin de fiesta de Juan Goytisolo es una obra estrictamente realista, sin apenas lirismo, que sabe construir atmósferas y escenas potentes con muy poca cosa. He leído también Las afueras del otro Goytisolo, Luis. Recuerdo vivamente escenas de ambos libros a pesar de que no subrayé nada. Me está pasando algo parecido con Lectura insólita de El Capital, de Raúl Guerra Garrido (estoy leyendo muchas obras españolas de los sesenta y setenta): su tono torrencial me impide subrayar nada, a pesar de que es una historia apasionante. Seguiré leyendo con un lápiz en la mano, por tradición y por deformación personal. Al mismo tiempo: ¡vivan los libros no subrayables!