El gobierno de la casta
«Es la tónica dominante: hacer apología de la inmigración irregular y la dignidad de la pobreza, pero alejándose de quienes están manchados con sus estigmas»
Estamos a merced de una casta sin entrañas. Gentecilla que, como Patxi López, se dedica a llamar xenófobo a todo aquel al que le inquiete la reubicación de inmigrantes ilegales en los barrios más populosos o en pueblos convenientemente alejados de los acomodados centros urbanos.
Si esta polarización para memos no hubiera degenerado en algo muy parecido a La invasión de los ultracuerpos, caeríamos en la cuenta de que Patxi reside en la urbanización La Florida. Una zona exclusiva y residencial ubicada en el distrito de Moncloa-Aravaca de Madrid, conocida por tener más pedigrí que La Moraleja o La Finca, donde viven numerosas personalidades influyentes y con un alto nivel adquisitivo. Ahí, donde el campechano Patxi se solaza, los inmigrantes ni están ni se les espera. Por eso Patxi se atreve a moralizar a la chusma, porque se siente seguro en su lujosa burbuja.
Pero no es sólo Patxi. Son todos. Ione Belarra, que pasó de ser una activista de medio pelo a diputada por Navarra y después ministra, también se da goles en el pecho mientras declara que España es «latina, negra y mestiza desde hace mucho tiempo» y acusa a los demás de «no querer ver esa la realidad». Casualmente, Ione tampoco reside en un barrio populoso donde pueda rozarse con esa realidad que parece entusiasmarla. Vive en una urbanización en el municipio de Galapagar, en la Comunidad de Madrid, conocida por ser una zona de clase media-alta que ofrece tranquilidad y seguridad… Mestizaje sí, pero lejos.
Desde su torre de marfil
Esta es la tónica dominante: hacer apología de la inmigración irregular, el mestizaje y la dignidad de la pobreza, pero alejándose todo lo posible de quienes están manchados con sus estigmas. Lo que según Belarra conforma la realidad española es, por definición, una inconveniencia que debe soportar la gente corriente. Nunca los líderes de la izquierda, que están llamados a más altos designios y necesitan otear el horizonte desde su torre de marfil.
De entre los ungidos socialistas destaca María Jesús Montero. La ministra de Hacienda, responsable de esa Agencia Tributaria capaz de detectar una discrepancia de siete euros en la liquidación del IVA de un miserable autónomo (literal), pero incapaz de descubrir la situación espectacularmente irregular del hermano del presidente, es quizá el exponente más exuberante, descontando por supuesto al marido de Begoña Gómez.
La Excelentísima Señora se gastó 24.000 euros de los contribuyentes sólo en reformar la cocina del piso que ocupa, cuyo alquiler tampoco le supone coste alguno. Por cuestiones de «seguridad», no es posible saber no ya la dirección concreta, sino siquiera las características de la vivienda (transparencia, ante todo), aunque es seguro que no se trata de un cuchitril en algún barrio populoso. Las viviendas que las Administraciones Públicas ponen a disposición de los ministros son estupendas y están ubicadas en zonas exclusivas.
Según el coste medio del alquiler en este tipo de zonas en la ciudad de Madrid, María Jesús se habría ahorrado hasta la fecha alrededor de 160.000 euros, a lo que habría que sumar lo que se ha ahorrado en gastos corrientes, porque tampoco paga el agua, la luz o el teléfono, ni el IBI o el seguro del hogar. Eso, chiqui, también corre de tú cuenta. Sin gastos y con un salario bruto de 112.858,46 euros anuales, es comprensible que María Jesús defienda a pies juntillas que la economía va como un cohete. La suya, en particular, vuela como un misil hipersónico.
Para demasiados españoles, en cambio, ni la inmigración ilegal es una bendición, ni la economía va como un cohete. Ellos no residen en zonas tan estupendas y seguras como López, Montero y Belarra, ni pueden endosarle al Estado sus gastos. Sin embargo, si la realidad desmiente la propaganda sanchista, entonces el sanchismo adaptará la realidad a la propaganda.
«Un día, usted, querido lector, se acostó agobiado por llegar a fin de mes y amaneció al día siguiente siendo clase media-alta por la gracia del gobierno de progreso. Eso sí es un milagro económico y no el de la Alemania de la posguerra»
Rebajar la realidad a la altura de la propaganda
Esto es exactamente lo que han hecho, recalificar estadísticamente a los españoles que ganan algo más de 1.000 euros netos mensuales (1.200) como clase media; a los que ganan 2.000, como clase media-alta; y quienes ganan a partir de 30.000 euros al año, es decir 2.500 al mes, como ricos. Un día, usted, querido lector, se acostó agobiado por llegar a fin de mes y amaneció al día siguiente siendo clase media-alta por la gracia del gobierno de progreso. Eso sí es un milagro económico y no el de la Alemania de la posguerra.
No hace falta ser sociólogo para sospechar que cobrando 15.876 euros brutos anuales (el SMI) en España en 2024 no se es de verdad clase media. De hecho, con esos ingresos decir que se es clase media-baja resulta excesivo. Simplemente se es pobre. No de solemnidad, pero pobre, al fin y al cabo. Lo mismo cabe decir que ingresar 2.500 euros mensuales sea la cumbre del éxito económico.
Con todo, lo angustioso es que la propaganda gubernamental ha acabado adaptándose como un guante a la realidad porque, en efecto, Pedro Sánchez ha conseguido degradar la realidad hasta colocarla a la altura de su propaganda. Lo cierto es que los españoles que ingresan más de 30.000 euros brutos anuales representan al 35% más rico del país. Y los que ingresan 4.000 euros netos al mes, al 5% más rico. 7 de cada 10 españoles dispone de menos de 3.000 euros netos al mes. Esto significa que nuestra distinción de clase media-baja, media y media-alta se aproxima a registros cada vez más tercermundistas. Quien en España forma parte del 35% más rico, en Alemania no entraría ni en la categoría de clase media, sería clase media-baja.
Es falso que la economía vaya como un cohete. No hemos mejorado desde que Pedro Sánchez se erigió presidente por primera vez en 2018, si acaso la recaudación ha aumentado de forma exponencial, pero más aún lo ha hecho la deuda. Por más que se anuncie a bombo y platillo que nuestro PIB crece, el dato que de verdad refleja la evolución de la situación económica de los españoles es el PIB per cápita. Y ahí la realidad se vuelve dramática. Si nos comparamos con países equivalentes, nuestra evolución no sólo no tiende a converger, sino que nos estamos alejando de ellos a gran velocidad. Y si nos comparamos con los Estados Unidos, ese país que para nuestra aristocrática progresía es el infierno, comprobaremos que en los últimos 10 años han mejorado su PIB per cápita… ¡siete veces más que nosotros!
La Moncloa, un pésimo símbolo de poder
Mi buen amigo Velarde opinaba que, como siempre, el PSOE si cae será por la economía. Es probable que esté en lo cierto. Pero cuando eso suceda, si es que sucede, tomará el relevo alguna suerte de gobierno que a lo sumo colocará un par de parches en el casco de este barco que se hunde. Así, aunque pongamos punto y final al gobierno de progreso, no cambiarán ni las costumbres ni las políticas de fondo. Seguiremos avanzando a trancas y barrancas, yendo de un rebote del gato muerto a otro hasta el hundimiento final.
El problema, dicen, es el modelo político. Pero creo que también son los usos y costumbres lo que nos ha llevado a consentir que la clase política degenerara en una casta a la que todo se le consiente, ya sea por combatir el fascismo o la amenaza que cada cual prefiera. Se podrían proponer diferentes reformas para que la clase política vuelva a pisar el suelo. Pero se me ocurre una que, aunque parezca anecdótica, marcaría un punto de inflexión: cerrar el complejo del Palacio de la Moncloa.
Acabar con los símbolos de este poder desnaturalizado en que ha degenerado nuestra democracia es un paso imprescindible para despertar al público y embridar a la casta política. Y no se me ocurre mejor punto de partida que mudar la residencia de los presidentes de gobierno a un sitio equivalente al número 10 de Downing Street. Un lugar mucho más modesto y reducido desde el que sea imposible proyectar una imagen del poder que desborde cualquier sentido de la medida y la decencia.