THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

¿Para qué sirve un verano?

«Quizá el verano sólo sirva para que se acabe. Como un fuego artificial, tan ridículo en su levedad. Tanto para nada. Para un segundo de luz. Para una explosión sorda. Estoy loco porque acabe agosto. Septiembre es un mes mucho más civilizado».

Opinión
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¿Para qué sirve un verano?

La playa de Doñana. | Archivo

¿Para qué sirve un verano? Pienso mientras abro el Chococlack que acabo de comprarme en un chino. Me da vergüenza comer helados solo por la calle. Me siento en un banco sombrío, apartado de la vista de la gente, como si consumiera algo más caro que el azúcar.

Tengo amigos que aún no se han quitado la pulsera del festival donde este verano bebieron cerveza cantando las mismas canciones que cantaban hace veinte veranos. Por entonces yo los acompañaba. Me hago viejo. Pese a estas bermudas y esta camisa de flores con la que me quiero agarrar a aquellos años como el Coyote se agarra a la ramita que sobresale del precipicio. Pese a este forzado entusiasmo en los audios del WhatsApp a mamá. Pese al Chococlack. ¿Por qué no hacen todo el helado del chocolate interior? Lamo su corazón oscuro. Como pasa con algunos amores, la brevedad es parte de su encanto.

Toda belleza es fortuita. Toda desgracia es pasajera. Allí donde hay risas, siempre hay motivos para el llanto. Hace no tanto bebía un excelente vino tinto a las orillas del Mar de Alborán. Hablábamos de los hijos, que es una forma de hablar de nosotros mismos, pero aliviando ese olorcillo fuerte que siempre da la vanidad. Como a espaldas de un mercado. Un Dacia aparcado en la puerta. La vida está en lo que no se hace. La vida está en los deseos dormidos.

Los coach dicen: «La vida es conseguir lo que te propongas». Yo digo: «Proponte no conseguir nada, sólo así entenderás lo que espera de ti la vida». Para hacer cosas valemos todos, para no desesperarse observando el oleaje, sólo unos pocos. Tenía más mérito el que pasaba los días en la cueva que el que salía a buscar mamuts. Hay más valor en la espera que en la búsqueda. ¿Para qué sirven los veranos? Ya ni para el amor sirven.

Ni para los karaokes. Ni para la Nivea. Ahora ponen música en las piscinas. Leer se me ha hecho imposible. Me gustaba el ruido de las chicharras. Ahora suena Despacito. Es una canción que no se va, como las manchas de sangre. Quizá los veranos no sirvan nada. Sólo una tregua calurosa con nosotros mismos. Beber piña colada me da tristeza. Apenas he leído los periódicos. Apenas he visto los informativos. La radio, a ratitos. Voces nuevas hablando de los temas de siempre. Cuando la gente me habla de política, siempre digo lo mismo: no culpes a la maldad de lo que puede explicarse con la torpeza.

«Empieza el trabajo. Los documentos del Word. Los correos perezosamente contestados. Las propuestas cuya amabilidad intenta esconder la escasa remuneración».

Nunca he ligado en un supermercado, pero me he enamorado de muchas cajeras. A una le dejé una nota con mi número de teléfono. A la semana de no escribirme, tuve que buscar otro supermercado, mucho más lejos, por la vergüenza de volver allí y verla. Seguramente se lo habría contado a las compañeras. Se habrían reído gustosamente de mí. Merecidamente. Por hortera. Cada vez que volvía a casa con los dedos morados por el asa de las bolsas de plástico, pensaba en ella. Sin dignidad y sin mis cereales preferidos, el camino de regreso era odiseico.

Empieza el trabajo. Los documentos del Word. Los correos perezosamente contestados. Las propuestas cuya amabilidad intenta esconder la escasa remuneración. La gente que opina de mi pelo. La gente que opina de mi ropa. La gente que opina del vino rosado que bebo cuando subo una foto de esas predecibles del Instagram. Los monólogos de las ocho. La hipérbole. Que vuelva la hipérbole es lo que peor llevo de la vuelta a la rutina. La hipérbole es, como el sarcasmo, el recurso de los idiotas para convencerte de algo que ni ellos creen.

Quizá el verano sólo sirva para que se acabe. Como un fuego artificial, tan ridículo en su levedad. Tanto para nada. Para un segundo de luz. Para una explosión sorda. Estoy loco porque acabe agosto. Septiembre es un mes mucho más civilizado. Soy feliz en la víspera de otoño. Pienso mucho en mí y, a veces, un poco en los demás. Tengo ganas de sentarme frente a un teclado. Tengo ganas de sentarme frente a un micrófono. Tengo ganas de almacenar vino para celebrar las cosas que tengamos que celebrar. Sin miedo y sin esperanza, dice el aforismo estoico. Suena bien, pero estoy en desacuerdo. Me niego a atravesar los días sin temor. Porque todos los veranos son el último verano. Por el contrario, y afortunadamente, todos los amores son el primer amor.

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