THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Agustín de Foxá, el maldito conde

«Foxá se equivocó acertando a veces y acertó sin ser notado apenas»

Opinión
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Agustín de Foxá, el maldito conde

Agustín de Foxá | Real Academia de la Historia

Agustín, conde de Foxá (1906-1959), fue un hombre contradictorio, en tiempos singularmente propicios a ello. Los nuestros, mutatis mutandis (cambiando lo cambiable) ¿no lo son también? Es muy difícil el equilibrio, la mesura, ahora y entonces. Tras sus inicios pilaristas y marianistas en Madrid, Foxá se sentía llamado por la literatura, lo que le llevó a los círculos modernos de lo que estaba empezando a ser «la generación del 27», a cuyo sesgo no ortodoxo pertenece. A lo que el dramaturgo López Rubio denominó «la otra generación del 27». Nada difícil de acreditar o testimoniar, pues el primer libro lírico de Agustín, La niña del caracol, fue editado por Altolaguirre y está dedicado, no es poco, a Ramón Gómez de la Serna y a María Zambrano. Era en 1933. No mucho después, empiezan los fragores de la España dividida, que acaba en una casi infinita tragedia. Ello va a separar a los iniciales amigos, con la excepción de Edgar Neville, un personaje por muchos motivos pariente de Foxá.

Estilísticamente, nuestro conde será siempre un poderoso neomodernista -que acude de continuo a la imagen en punto de lirismo- a la par que un escritor (en varios registros) que ha aprendido gustoso de la vanguardia. Del neopopularismo a los ribetes y guiños surrealistas. Son los años del Foxá fascista o falangista -que no era la derecha tradicional- cuando intima con José Antonio Primo de Rivera y con el grupo de escritores de «La ballena alegre», como Sánchez Mazas, ambos autores parciales -según ellos- de la letra del Cara al sol. Los años falangistas del ya diplomático (inicialmente al servicio de la República) de Agustín de Foxá, nunca le serán perdonados. Además, escribió una novela de éxito, la primera sobre la Guerra Civil, Madrid, de Corte a checa -1938- escrita en las mesas del café Novelty de Salamanca. Acaba de regresar de su relativa aventura en Bucarest, donde unos meses fue embajador doble, de la República y de Franco. Optó por el último, es bien sabido. Ello se narra (una novela inacabada, póstuma) en Misión en Bucarest, que acaba de reeditar Renacimiento, con otros magníficos relatos. 

Embajador en Helsinki (donde coincidirá con su amigo Curzio Malaparte) y después en La Habana y en Manila, Foxá se irá desengañando de todo, pero ese desdén último, se aprecia menos que su falangismo y -debe reconocerse- de párrafos en sus escritos de entonces donde confunde de modo muy terrible, lo aristocrático como búsqueda de la excelencia, con otro aristocratismo de clase, realmente vulgar y señoritil. Horrible. ¿No lo fue también el libro, ladeado luego por su autor, El burro explosivo, de Alberti, con duros, sangrantes insultos contra lo que no fuera comunista? Errores de la sangre vengativa, baja condición humana. En tanto, ya en los 40, Foxá se convierte en un autor de moda (aunque sus artículos solo se recogieron póstumos) con finas obras de teatro en verso, que algunos dirías «escapistas», desde la exótica y chinesca Cui -Ping- Sing (1940) a la romántica Baile en Capitanía de 1944. En esos años, y sobre todo entrando en los 50, Foxá  deja de ser falangista o franquista, para ser un irónico personaje de la derecha clásica, es decir, no poco liberal. Escribirá: «Soy conde, soy gordo, fumo puros, ¿cómo no voy a ser de derechas?» Pero seguirá mucho más incisivo: «Todas las revoluciones han tenido por lema una trilogía. En mi juventud creí en la francesa, libertad, igualdad, fraternidad. Después asumí la falangista, patria, pan y justicia. Ahora, instalado en la madurez, proclamo otra: Café, copa y puro». Es una autoparodia, algo siniestra, pues el conde fue dipsómano y hasta compartió a su mujer… ¿Podría gustar a los franquistas su muy atinada burla de lo que era el Frente de Juventudes, que conocí a mis diez años, lo que me permite rubricar este aserto: «Son unos niños vestidos de gilipollas mandados por un gilipollas vestido de niño»? Hay un verso muy citado de Luis Rosales -falangista también en la primera hora, socialista más tarde- que parece muy atinado respecto a cuanto vengo diciendo: «En todo he acertado, menos en lo que más quería». Foxá se equivocó acertando a veces y acertó sin ser notado apenas. 

Entre la obra póstuma de Foxá (abundante) destacan bellos relatos de ciencia-ficción, como Viaje a los efímeros, donde una pareja llega a un país donde el tiempo ocurre a una velocidad enorme… Agustín era taurófilo -una foto lo muestra saludando feliz a Manolete- pero cualquiera puede leer el magnífico relato Olor a cera -sobre un banderillero que huele la muerte en el ruedo- y donde hay bellísimas descripciones que tanto pueden usarse a favor como en contra de la lidia, sangrienta. Me pregunto, ¿debí escribir este artículo sobre un escritor notable y un hombre al borde de muchos precipicios? No es, obviamente, políticamente correcto, esa nuestra desdicha.   

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