Desmadre a la americana
«El único poder alternativo global a la democracia americana es la dictadura comunista china. Con eso lo digo todo»
Pese a los muchos años transcurridos desde su estreno, la estrafalaria, genial y famosa película de John Landis que da título a esta columna («Animal House» en inglés, 1978) es lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en la política norteamericana actualmente. El largometraje mantiene su validez y vigencia como crítica visceral de la fallida sociedad norteamericana de la posguerra.
Estamos asistiendo a la decadencia del sistema político norteamericano en absoluto directo, vía redes sociales y medios de comunicación. Es el lento desmoronamiento de la casta de la superpotencia. Gran parte de la culpa de este declive es de los dos partidos políticos hegemónicos, aunque por razones distintas. Tanto al partido demócrata como al republicano, ya no les reconoce «ni la madre que los parió». Ambos han sido devorados por sus monstruos egocéntricos. Pese a que todo el foco mediático ha estado centrado en la figura del expresidente Trump, la situación al otro lado del espectro político es también digna de analizar.
«Estamos asistiendo a la decadencia del sistema político norteamericano en absoluto directo, vía redes sociales y medios de comunicación»
Estados Unidos es la democracia más antigua del mundo, y es su sistema democrático el que se convirtió en uno de los ingredientes clave para a su éxito de credibilidad universal como potencia global. Obviamente, otros factores han también contribuido a su dominancia global, tales como la enorme extensión del país, sus ricos recursos naturales, su prolífica demografía e inmigración, y actualmente, su extraordinaria habilidad para atraer habilidad y talento a su economía y sistema educativo. Pero es su histórica democracia, el sólido pilar de su Constitución y su afán de exportar al resto del mundo la libertad que ellos disfrutaban, lo que les ha convertido en el referente político, económico, cultural y social de nuestro tiempo ¿Hasta ahora?
Donald Trump (¡Dios mío, qué papelón haría John Belushi con este personaje!) es, obviamente, uno de los culpables de la situación actual de la política americana. Lo es por su mala educación, por su egocentrismo, por su aparente falta de escrúpulos, y porque es alguien moralmente cuestionable que ha triturado al partido republicano y lo ha dejado irreconocible. Lo ha convertido en el partido Trumpista por encima de todo. Pero es también un «outsider» que ha destrozado los cimientos de la casta política de Washington. Su presidencia, cargada de estridencias, con un marcado estilo autoritario, y con unas formas desagradables, ha sido muy conflictiva, pero también ha tenido grandes aciertos en política exterior, y en economía. Pero de Trump no voy a escribir mucho más, pues de él ya se ha escrito hasta el hartazgo.
Me interesa mucho más analizar qué responsabilidad tiene el partido demócrata en este desaguisado. Porque el partido demócrata, pese a ser capaz de reaccionar recientemente y desactivar la candidatura de Biden, también ha incurrido en errores de enorme calado y está en manos de unas élites intelectuales y políticas muy alejadas de la realidad. Los demócratas han ayudado también a radicalizar el país, echándolo en manos de un populista, y de un oportunista como es Trump, el impulsor del MAGA («Make America Great Again»). En su momento y ante el auge del candidato Trump, el partido eligió, con su extraordinario control de los medios, llevar a cabo una tremenda campaña de demonización y denigración del polémico empresario, que lo hizo aun más popular. Pero todavía peor, esta izquierda («liberals» en inglés), con su habitual complejo de superioridad moral tan presente entre la cultura, la academia y la casta intelectual norteamericana, despreció al votante típico de perfil de trabajador de clase media-baja y se alejó del ciudadano de a pie. Abrazó banderas culturales incompresibles, como el wokismo radical, nacido en las mejores universidades americanas, que han creado una falla sísmica irreconciliable entre estas élites y el pueblo. Mientras el trabajador de a pie pensaba en como sobrevivir con su familia, en como mantener su puesto de trabajo ante la globalización, y en como defender su patria de ataques terroristas, las élites demócratas se dedicaban a dar absurdas lecciones de moralina y a crear teorías indescifrables para la mayoría. Imposible mayor desconexión con una parte de la sociedad.
Por otro lado, existe un convencimiento entre muchos sectores de la sociedad de que en los últimos dos años un incapacitado presidente demócrata ha sido mantenido en el poder por unas fuerzas no elegidas democráticamente (en el sistema electoral norteamericano es el presidente el que es elegido, no el partido). De ser verdad, este entourage anónimo podría haber gobernado el país, manejando los hilos de la marioneta Biden, sin ninguna autoridad para hacerlo. Esto sería un escándalo en toda regla.
Parece asimismo incomprensible y absolutamente irresponsable que Biden siga siendo presidente en estas circunstancias y no haya dimitido en favor de la vicepresidenta Kamala Harris. Porque existe un altísimo riesgo de que algún miembro del eje del mal mundial aproveche la actual debilidad del presidente para obtener alguna ventaja estratégica o para influir en las elecciones de noviembre, o incluso para retar la autoridad moral o militar del imperio. Por poner un ejemplo: ¿si China invadiese Taiwan en octubre, tendría Biden la capacidad de reacción y la autoridad moral, política y física para ejercer de comandante en jefe de las fuerzas armadas de los EEUU y liderar una respuesta occidental? Pese a seguir siendo el eje sobre el que gira el mundo, la imagen de los EEUU se ha visto enormemente debilitada. El desastre de la guerra de Irak, la crisis financiera de las hipotecas basura, la quiebra reciente de los bancos regionales, el vergonzante asalto al congreso, el aislacionismo trumpista (proceso iniciado por Obama, recordemos), el auge del extremismo woke, la imagen de un presidente Biden despistado en foros internacionales, y episodios como el fracaso absoluto del servicio secreto en el atentado sufrido por el expresidente Trump, son algunos de los factores que explican este lento resquebrajamiento del liderazgo mundial de la superpotencia. Y esto es un enorme problema para todos nosotros. Porque para aquellos insensatos que estén dando palmas con las orejas al ver el deterioro de la primera potencia mundial, les recuerdo que el único poder alternativo global a la democracia americana es la dictadura comunista china. Con eso lo digo todo.