THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

¡Muerte al libro!

«Llevamos siglos persiguiendo sin éxito al engendro diabólico del libro, que ha resultado tener mil vidas más que el gato con mayor número de vidas»

Opinión
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¡Muerte al libro!

Ilustración de Alejandra Svriz

Desde hace tiempo, mucho tiempo, queríamos cargárnoslo, pero no encontrábamos la manera. Llevamos siglos persiguiendo sin éxito al engendro diabólico del libro, que ha resultado tener mil vidas más que el gato con mayor número de vidas. Desde hace varios siglos los hemos censurado y quemado, encarcelando a sus autores, editores y libreros díscolos, pero nada, ahí seguían, publicándose, distribuyéndose y leyéndose como si tal cosa. En arcilla, papiro, pergamino o papel, lograron atravesar, sorpresivamente, océanos de tiempo hasta arribar al siglo XX, el de las guerras carniceras y el de los inventos sorprendentes y benditos. Y dos de ellos, la radio y la televisión, sobre todo esta última, parecieron que por fin iba a conseguir dar la puntilla al libro dichoso.

La pantalla supuso tal revolución audiovisual que logró modificar los hábitos familiares y sociales inalterables durante siglos, al punto de que las familias pasaban horas atónitas y absortas delante de la pequeña pantalla porque… ¡lo que se proyectaba en la tele resultaba tan atractivo! Como sabíamos que una imagen vale más que mil palabras, nos dijimos: Inundémoslos de imágenes para que abominen del libro estático y soso. Entonces sí, pensamos, moriría sin remisión. Sin tiempo para leer y embelesados por películas, fútbol y concursos, aquellos conspicuos lectores abandonarían al libro. Así, editores, distribuidores y libreros, cómplices inmundos del crimen horrendo de la libre lectura, quebrarían por falta de ventas. Muerto el perro, se acabó la rabia. Nos la prometimos así de felices… para volver a fallar contra todo pronóstico. Ni la radio ni la tele pudieron con el libro, que alcanzaría el siglo XXI vivito y coleando, todavía con más fuerza, más lectores, más editoriales y más ejemplares vendidos en librerías, ver para creer. 

Pero esa nueva e inexplicable derrota no nos desanimó. A partir de 2000, lo digital llegaría para cambiarlo todo. La revolución tecnológica sería nuestra aliada definitiva para dar la puntilla a la edición de esos malditos libros que continuaban circulando libremente por ahí, pasando de mano, ajenos a todo control, algo del todo inaceptable. Y, como primer paso, deberíamos cargarnos a su formato de papel, esa materia débil, pero que, maldición, tan perdurable resultaba en el tiempo. Nacieron entonces los libros electrónicos o ebooks y supusimos que, por fin, el libro tradicional de papel sería enterrado. Pesaban menos, se podían subrayar, copiar, ampliar el tamaño del texto, descargar fácilmente bibliotecas enteras e incorporar funciones interactivas. Mil ventajas sobre el vetusto papel, que nada podría hacer ya frente al joven y prometedor portento digital. En sesudos congresos de gurús y visionarios – a los que nos encantaba financiar – se vaticinaba que la muerte cierta del libro de papel se produciría en ¡2010! Pero tuvimos que atrasar la fecha sucesivamente. Así pronosticamos que el deceso sería en 2015, después en 2020… Pues nada de nada. El muerto que matábamos seguía gozando de buena salud.

Hoy, en 2024, ya sabemos que el ebook nos ha fallado, derrotado por el papel. Ya ni siquiera confiamos en el audiolibro, tan prometedor en un principio. Para nuestra desgracia y consternación, los libros de papel vuelven a crecer a un ritmo superior que los ebooks. ¿Cómo es posible ese contradiós? ¿Por qué el viejo formato de papel se resiste a morir? Nuestras tecnologías ya enterraron a los discos, mataron a los periódicos de papel, hirieron de muerte a la televisión, ¿por qué, entonces, no logran ni siquiera hacer un rasguño sobre la piel de ese abominable libro de papel al que los más listos de la clase mil veces ya dieron por muerto? ¿Cómo nosotros, tan inteligentes, habíamos podido errar tan clamorosamente?

Otro de nuestros fracasos, sonado, fue el de los libros digitales interactivos, en los que los grandes grupos editoriales invirtieron cuantiosamente. Se suponía que a los lectores le entusiasmaría conocer los paisajes, las referencias históricas, los monumentos, las junglas o la fauna del texto simplemente pulsando la palabra que les interesaba. Así planteado, parecía una excelente idea para enterrar a la vieja lectura. ¿Por qué no funcionó entonces? No lo comprendemos, nada parece tener sentido. Definitivamente, la fidelidad perruna de los lectores al maldito papel demuestra que son irracionales, impulsivos, impredecibles y peligrosos. Bueno, al fin y al cabo, nos consolamos, tanto los ebooks como los audiolibros, eran, en verdad, libros, enemigos nuestros, por tanto, que también deberían ser eliminados.

«No solo no habían eliminado al libro, sino que lo habían reforzado»

Y desconsolados estábamos, cuando llegaron las redes sociales, tan atractivas y adictivas. Realmente poderosas. Seducen y enganchan con sus encantos, su colorido y su cotorreo, al punto de que creímos ver en ellas eficaces armas de destrucción masiva. Confiamos en sus enormes posibilidades. Por una parte, porque secuestraban el tiempo de los lectores, perdidos en sus navegaciones vacuas. Así, no leerían libros. Segundo, porque nos resultarían fácilmente controlables, que es lo que nos gusta. Tras estudiarlas con los mejores analistas, apostamos fuertemente por esas redes sociales que tanto tiempo e inteligencia absorbían. Los posts de los smartphones serían los verdugos más certeros: la cabeza del libro rodaría por fin hasta la cesta del olvido. Ya teníamos la víctima propiciatoria presta para el sacrificio, el vejestorio del libro impreso resultaría inmolado sin remisión.

Increíblemente, nos volvimos a equivocar. Despedimos a esos analistas entusiastas, que tanto confiaron –erróneamente- en el poder librocida de las redes sociales. Inútiles. No solo no habían eliminado al libro, sino que lo habían reforzado. Para nuestro pasmo, aún se vendían más. Y ya estamos en 2024, ¿cómo es posible que la humanidad, a pesar de su mucha tecnología, no se haya aún liberado de esa lacra del libro que la aherroja a un pasado vergonzante? Y, encima, para sorpresas de muchos, la verdadera víctima de las redes, contra todo pronóstico, resultaría ser la bendita televisión, en otros tiempos todopoderosa, capitidisminuida en audiencia y relevancia. Quién lo iba a decir, el viejo libro, vivo y coleando, mientras que la glamurosa tele era abandonada en masa por jóvenes y no tan jóvenes. 

Tras ese nuevo fracaso, lo intentamos con el metaverso, pero resultó flor de un día. Nuestros nuevos asesores resultaron ser unos perfectos estúpidos, también los tuvimos que enviar a casa con el rabo entre las piernas. Los lectores preferían el aburrimiento soso de la lectura antes que la apasionante inmersión superrealista que les ofrecimos a través de las gafas de visión virtual. Intento fallido del que aprendimos para pergeñar, ahora sí, el método infalible para la Solución Final.

Y es que, ahora, por fin, sí que le ha llegado su hora. La combinación todopoderosa de inteligencia artificial, con la realidad virtual y aumentada, la visualización en streaming, el blockchain, el deep learning, y otros prodigios tecnológicos proporcionarán nuevas e intensas experiencias -interactivas, inmersivas, reales-, que los sumergirán en universos fabulosos y adictivos, que sentirán como si realmente estuvieran allí. La IA construirá el libro visual que cada uno desea. Personalización, que le llaman. Esto sí que es bueno y esto sí que jubilará al aburrido, solitario y onanista hábito de lectura, que podemos, ahora sí, dar por muerto. Trabajito que nos ha costado, pero, por fin, tras tantos siglos de lucha sin cuartel, lograremos enterrar al indomable libro de papel. Los que de verdad saben, ya se ríen de los necios que aún creen en el papel, esos pobres paletos, ignorantes del luminoso porvenir digital. Adiós, editores; adiós, libreros; adiós, impresores; adiós, distribuidores; adiós, lectores; adiós, autores. Qué bien nos quedaremos sin vosotros, escorias de Satanás. Ya decidiremos, nosotros y nuestros algoritmos manipulados, lo que la gente debe ver y saber. El libro, esta vez sí que sí, morirá y nadie llorará sobre su tumba ni llevará flores a su epitafio en blanco. Polvo, ceniza y nada…

Pero, lectores, ¿por qué sonreís malévolamente? ¿Es que acaso no nos creéis? ¿De verdad pensáis que, una vez más, nos volveremos a equivocar? Imbéciles, es lo que sois, unos perfectos imbéciles, sin visión alguna de futuro. También arderéis en la pila inmensa de los libros todos…

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