THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Vivir sin las Cortes

«Una democracia no puede ni debe vivir sin un Parlamento libremente elegido, con sus competencias plenas, proponiendo normas y vigilando al Ejecutivo»

Opinión
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Vivir sin las Cortes

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. | Archivo

Escribió con ingenuidad Luigi Ferrajoli, filósofo del Derecho, que la esencia de la democracia reside en el papel protector del Parlamento frente a la tendencia natural del Ejecutivo a acaparar cada vez más poder sin control. Bien, pero la vida política real es otra cosa. La fusión entre el Legislativo y el Gobierno es una evidencia en la actual España, y si falla la aritmética por culpa de una minoría, digamos los siete de Junts, Sánchez amenaza con gobernar sin las Cortes.

En el siglo XIX europeo a eso se le llamaba «golpe de Estado». La razón es que no se concebía la política sin la representación de la nación, sin oír su voz soberana y sin la fiscalización del Gobierno. No concebían un Ejecutivo en un sistema representativo que no respondiera al Parlamento. Aquella élite política decimonónica era liberal en esencia -aún no había llegado la contaminación de los totalitarismos que asolaron el siglo XX-, y naturalmente desconfiaba de cualquier Ejecutivo. Les aseguro que en Francia, el Reino Unido, Italia o la misma España, si hubieran oído decir al Presidente del Gobierno que iba a mandar sin el Parlamento o a pesar de él, no habría durado una semana al grito de «traición» o «golpe de Estado». Sin embargo, ahora vivimos unos tiempos más cercanos a la Europa de entreguerras en la que se deterioraron los sistemas representativos por el autoritarismo, la polarización y el desprecio a las costumbres liberales.

No estoy diciendo con esto que hay que imitar la vida política del siglo XIX, levantar barricadas y pronunciarse, pero sí que nos convendría recuperar ese espíritu suspicaz, vigilante y tronante. No habría que dejar pasar ni una vejación de la democracia liberal por el Gobierno aunque la soporte una interpretación bastarda y partidista de la norma. Es preciso usar los medios de protesta, denuncia y control que todavía están a nuestro alcance.

«El sanchismo está mostrando las debilidades del sistema democrático que nos dimos en 1978. No se pusieron los suficientes obstáculos para impedir que un ambicioso sin escrúpulos pudiera desarmar la democracia»

La presentación de recursos contra la ley de amnistía inciden en ese camino. Ya van los de Madrid, Castilla-La Mancha, Valencia, Aragón, y en marcha el de Andalucía. La Comunidad madrileña lo ha presentado, además, con la prevención de quien sospecha que la colonización del Estado por parte de Sánchez puede frustrar los controles propios de cualquier democracia. Solicitar la recusación de Conde Pumpido, Laura Díez y Juan Carlos Campo -aunque este ya ha anunciado que se abstendrá- es una medida inteligente porque señala la injerencia autoritaria del Gobierno, empeñado en anular los mecanismos de fiscalización de sus medidas.

El sanchismo está mostrando las debilidades del sistema democrático que nos dimos en 1978. No se pusieron los suficientes obstáculos para impedir que un ambicioso sin escrúpulos pudiera desarmar la democracia desde la presidencia del Gobierno. Pero tampoco se reformó el sistema cuando se advirtieron las grietas por las que se podía filtrar el autoritarismo. Ni siquiera se hizo después de que pasara Zapatero por el poder, que dio pistas de cómo se las iba a gastar el PSOE cuando volviera a mandar.

La amenaza de gobernar sin las Cortes debería ser el último aviso para esos que consideran que no pasa nada, que peor sería que estuvieran en La Moncloa «la derecha y la ultraderecha». La misma izquierda que aguanta cualquier cosa de Sánchez, incluida su amenaza antiparlamentaria, no soportaría que Feijóo o Abascal dirigieran el Ejecutivo sin atender o someterse a las Cortes, o que se rieran de un Senado con mayoría socialista. Algo está desequilibrado en los pilares democráticos de esa parte de la sociedad.

Una democracia no puede ni debe vivir sin un Parlamento libremente elegido, con sus competencias plenas, vivas, reales, proponiendo normas, vigilando al Ejecutivo, siendo la voz de toda la sociedad, no un coro descompasado de vocecillas egoístas que únicamente aplauden cuando benefician a su terruño, a su patosa ideología o insultan al enemigo político. Si alguna vez salimos del sanchismo, nuestra primera tarea debe ser la resurrección del buen parlamentarismo.

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