Pedro Sánchez, chisteras y conejos
«Sánchez no está dispuesto a que nadie le discuta el placer de imponer su voluntad tras el espinoso camino que le ha llevado a la cumbre resistiendo todo obstáculo»
Los españoles podemos presumir de tener a un presidente capaz de sorprender a cualquiera, a pesar de llevar ya siete años en el oficio. Supongo que habrá muchos a los que esta cualidad mágica de Sánchez les caerá en gracia. Todos los que creen que las democracias funcionan de manera demasiado previsible y aburrida encontrarán en Sánchez un alivio de esas monotonías porque nuestro líder domina como nadie el arte llamar la atención.
Cuando parece que la situación se le complica, Sánchez se las arregla para sacar otro conejo blanquísimo de su chistera y lo hace, además, en un estilo bastante circense, como quien está solo frente al peligro. Hay que reconocer que siempre se presenta en un escenario bien estudiado con un público adicto, que no ha pagado entrada y siempre aplaude. La oposición sale muy perjudicada de estos numeritos de Sánchez porque ya se sabe que es muy previsible y que incluso presume de eso, cosa que no suele encandilar al auditorio. Los incondicionales de Sánchez, todavía numerosos, pueden quejarse de que la oposición solo sabe hacer de aguafiestas porque pretende que este presidente tan creativo se ajuste a la normalidad.
Como buen prestidigitador, Sánchez es un maestro diferenciando la teoría de la práctica y apenas conoce rival en el arte de superar las situaciones incómodas presentando con solemnidad panoramas de ensueño. Vive el presente desde un futuro de optimismo, corrige el pasado con ambición justiciera y siente un fastidioso desdén hacia las contabilidades analíticas que siempre sabe colocar tras el trampantojo con alguna cifra halagüeña. Hay que reconocer que le saca brillo a la enormísima troupe de asesores que se arraciman en la Moncloa donde parece que con Rubio volverá a reinar la imaginación desbordada.
El peligro que amenaza al presidente es que se pueda ver traicionado por su franqueza, por la artificiosa sinceridad con la que reviste sus mejores mentiras. A punto estuvo de pinchar con el melodrama de sus cinco días de retiro y reflexión a causa de las tribulaciones judiciales que amenazan a su compañera de vida, tan amada. Ha bordeado la estupefacción, que siempre es una manera de asombro, al hacer que se firme un acuerdo con ERC cuyo contenido se desconoce, aunque la ministra de Hacienda ha desvelado que no es un Convenio porque esa palabra no aparece en el texto, un argumento que puede servir a quien niegue una violación con la excusa de que el agresor jamás uso semejante palabra, pero de momento va colando el engendro.
Poco después de someterse a control rutinario de un órgano de su partido, con resultado positivo para el artista, ha declarado que se propone seguir gobernando al margen del poder legislativo porque éste se muestra poco constructivo y hasta obstruccionista. Nadie puede negarle atrevimiento a una proclama tan rotunda como inaudita, pero cabe dudar si el asunto se le ha ido un poco de las manos.
El conejo exhibido en esta ocasión es más bien una liebre peluda que, probablemente, huela mal. Hasta la fecha se le ha homologado como notable habilidad el arte de gobernar contra una buena mitad de españoles, la astucia de unir a tirios y troyanos a mayor gloria pedrina. Lo de ahora va más allá porque muestra hasta qué punto considera que la Cámara que ha servido para investirle ya no tiene nada que hacer ni que decir, que mejor callada o cerrada que poniendo pegas a la carrera de Sánchez hasta el Olimpo político y más allá.
Por el camino se le han de quedar a Pedro Sánchez algunos quehaceres que se consideraban constitucionales, como aprobar los presupuestos o, caso de necesidad, presentar una moción de confianza en las Cortes si estimase que sus mayorías progresistas pudieran haber experimentado un encogimiento imprevisto. Pero estas reglas no significan nada para quien está persuadido de perseguir un fin que está por encima de semejantes nimiedades de carácter formal.
Con esta propuesta en particular, Pedro Sánchez es atrevido pero no muy original porque, como recientemente ha escrito Miriam González en estas mismas páginas, «el desprecio por parte de los partidos políticos hacia los mecanismos de garantía básicos del Estado de derecho tiene como consecuencia el desapego creciente hacia el sistema democrático». Sánchez llega más lejos que nadie, pero no hace sino lo que se ha vuelto desdichada costumbre, pasar por alto las exigencias de control y garantía que son pilares de la democracia y garantizan a los ciudadanos que los poderes hayan de dedicarse a servir al público sin que puedan limitarse en exclusiva a trabajar para sí mismos.
Se ha observado en más de una ocasión que la política de Sánchez conducía a una involutiva reforma constitucional emboscada en el oportunismo y las tretas, que, con los disimulos del caso, se podría estar dando un golpe al sistema constitucional. La declaración de Sánchez, «vamos a avanzar con determinación en esa agenda con o sin apoyo de la oposición, con o sin un concurso de un poder legislativo, que necesariamente tiene que ser más constructivo y menos restrictivo», supone la apuesta expresa por un modelo político distinto, aquel en el que el ejecutivo tiene todas las cartas de la baraja en la mano, y en el que el legislativo, y el judicial, de propina, se limitarán a dar boato y brillo a los aciertos indiscutibles del presidente.
«Con semejante declaración de principios, Sánchez ha dado un resbalón o está a punto de consumar su apuesta autoritaria, ahora ya sin disimulos»
La democracia española se define en la Constitución como monarquía parlamentaria (CE 1.3) en la que las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos y controlan la acción del Gobierno (CE, 66, 2), pero la Constitución no dice nada de que el Gobierno pueda hacer mangas y capirotes de las Cortes y conducirse como se le antoje, sin control de nadie.
Con semejante declaración de principios, Sánchez ha dado un resbalón o está a punto de consumar su apuesta autoritaria, ahora ya sin disimulos. Lo que nuestro audaz presidente quiere olvidar con sus pretensiones hegemónicas es que la sociedad española es plural y por eso el sistema político proclama el pluralismo como uno de sus principios. Esto le molesta a Sánchez, le debe parecer vieja política que quiere cambiar por una más alegre y faldicorta: ustedes me dan las llaves y luego yo ya hago lo que me pete, verbo que deriva del catalán, sin votos, ni vetos ni puñetas.
Sánchez parece estar seguro de que esto resultará divertido y provechoso y no está dispuesto a que nadie le discuta el placer de imponer su voluntad tras el espinoso camino que le ha llevado a la cumbre resistiendo todos los obstáculos imaginables, pero cree que, una vez arriba, nadie tiene derecho a rechistarle.
Lo único que podría pasar es que catalanes y vascos se le rebelasen, pero ya están advertidos de que les iría peor, así que si amagasen con romper la baraja obligarían al presidente a tirar de chistera, y a saber lo que podría salir de ahí, porque parece claro que ya se le han acabado los conejos.