THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

Sánchez, un pato cojo

«Nunca un Gobierno español perdió en un año tantas votaciones en el Congreso de los Diputados como ha perdido Sánchez en su reelección»

Opinión
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Sánchez, un pato cojo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pocas semanas después del 23-07-23 se confirmó lo que ya era fácil intuir en el fragor de aquella noche electoral. Para lograr la investidura que prolongara su estancia en La Moncloa, Sánchez conformó una mayoría parlamentaria ciertamente exigua y claramente más heterogénea que la que le hizo y le mantuvo presidente en la legislatura pasada. Heterogeneidad que incluía a su partido socialista plagado de militantes de nómina junto a nacionalistas vascos, independentistas catalanes, prolongadores del espíritu etarra y comunistoides de Sumar, formación construida a su vez con retales periféricos de ideología radical y centrífuga unidos con los restos de un moribundo Podemos. 

Era fácil profetizar entonces que por estar dispuesto a ceder todo a todos, Sánchez lograría ser investido, sí, pero también que tras la investidura su presidencia no iba a ser precisamente un camino de rosas. Y la profecía ha resultado autocumplida, pues nunca un Gobierno español perdió en un año tantas votaciones en el Congreso de los Diputados como ha perdido Sánchez en los primeros 365 días que han seguido a su reelección. Y nunca un Gobierno español tuvo tan exigua producción legislativa en el periodo reseñado. 

Aún más, tras las piruetas dadas por Sánchez para lograr como fuera que Salvador Illa fuese presidente de la Generalitat, su debilidad parlamentaria no ha hecho sino que aumentar. Básicamente por la desafección general provocada en Junts, pero también por la incertidumbre creada sobre el apoyo que puedan al acuerdo nacional socialista exigido por ERC que, contraviniendo a la Constitución, concede a Cataluña el sistema de Concierto económico para su financiación los propios representantes de Junts, los diputados periféricos de Sumar e incluso algunos del propio PSOE que hayan sido elegidos en las comunidades autónomas víctimas del citado acuerdo.

Y es en este escenario en el que Sánchez ha declarado que ahora, por carecer de mayoría en el Congreso, gobernará al margen del Poder legislativo. ¿Cabe mayor desprecio al sistema democrático? Evidentemente, no. En las democracias parlamentarias, el Gobierno se sustenta en el apoyo del Legislativo, es así de claro, sencillo y contundente y si un presidente constata que lo ha perdido, solo tiene dos salidas democráticas: o dimite o disuelve el Parlamento convocando elecciones.

«Utiliza las reglas de la democracia exclusivamente cuando le van bien para sus intereses y en caso contrario se las salta a su antojo y conveniencia»

Sánchez ha obviado ambas y ha manifestado que, contrariando el hábito de las democracias basadas en el parlamentarismo, gobernará al margen del legislativo confirmando así aquello que muchos le vienen achacando desde hace tiempo: Que es un auténtico autócrata. Que utiliza las reglas de la democracia exclusivamente cuando le van bien para sus intereses y que en caso contrario se las salta a su antojo y conveniencia. Más allá de esta confirmación, es innegable que la decisión de Sánchez provoca que España afronte su futuro inmediato con una circunstancia inédita en nuestra reciente etapa democrática, pues nunca un Gobierno en minoría parlamentaria se había aferrado al poder como él ha anunciado que lo hará. 

La decisión no nos saldrá gratis, pues si todo va como parece se avecina en nuestro país una parálisis legislativa aún mayor que la del último año. Y con un Gobierno incapaz de sacar adelante proyecto legislativo alguno, la gobernanza de España se verá ferozmente mutilada con el hándicap que ello supone. Algunos interlocutores me dicen que lo expuesto es el mal menor que podemos sufrir y me lo argumentan exponiendo que siendo la voluntad de Sánchez permanecer en La Moncloa hasta 2027 sea como sea y resultando materialmente inevitable que así suceda, es preferible que al menos no disponga de la capacidad de sacar adelante las leyes, que podría impulsar con la mayoría que le aupó a la presidencia del Gobierno. 

Confieso que esta teoría del mal menor me ha convencido. Es cierto que si hemos de aguantar la presidencia Sánchez tres años más, lo deseable es que durante ese periodo no sea más que un pato cojo, según la expresión utilizada en Estados Unidos para referirse a los presidentes que en el segundo de sus mandatos presidenciales ven considerablemente mermadas sus opciones de influir en los senadores y diputados norteamericanos. El daño que puede ocasionar a España la cojera política de Sánchez resultará limitado y será siempre menor que el que podría ocasionar si tuviera una mayoría en el Congreso que le permitiera llevar adelante sus proyectos. Y eso pese a que tres años de ‘no Gobierno’ es un hándicap relevante para cualquier país y en función de las asignaturas pendientes y urgentes que tiene España, para nosotros sería especialmente grave.

Pero las reglas de nuestro sistema democrático son las que nos dimos al aprobar la Constitución y así hay que aceptarlas. De modo que la conjunción del carácter constructivo que dieron nuestros constituyentes a la moción de censura y de la actual configuración del Congreso de los Diputados, la continuidad o el cese de Sánchez como presidente del Gobierno es una decisión que depende exclusivamente de su voluntad. Ya sabemos que ésta es la que es y que no es otra que permanecer en La Moncloa como sea. De manera que, salvo un improbable milagro en forma de giro inesperado de los acontecimientos, en los próximos tres años España tendrá un presidente que no será más que un pato cojo. Pero, repito, según mis interlocutores, es mejor soportar la cojera política de Sánchez que sufrir lo que podría suponer que tuviera las manos disponibles para seguir aplicando en España sus recetas de ingeniería social y las de ingeniería territorial que le exigen sus socios independentistas. 

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