Michel Barnier, el gran espagat
«Por mucho que el frente de las izquierdas llegase en cabeza de las elecciones, hay una mayoría de franceses que votaron derecha»
Aún no ha armado su gobierno (lo hará la semana entrante), que anuncia de amplísimo espectro, un gran espagat, un grand écart con personalidades (sic) de la izquierda y la derecha, pero los ecos de sorpresa por la designación como jefe del Gobierno del veterano gaullista Michel Barnier (1951), exministro varias veces y excomisario (negoció el Brexit con mano dura y sin apearse de la lengua francesa) siguen resonando en el Hexágono. «Habrá que decir la verdad, y diré la verdad», han sido sus primeras palabras. Nada menos popular y no digamos ya menos populista. Si lo consigue y consigue sobrevivir, la apuesta de Macron habrá sido su mejor decisión y su mejor legado.
Tras las atípicas legislativas, sin mayoría absoluta de nadie, está descubriendo Francia lo que significaría pasar al sistema proporcional (lo piden, inconscientes todos ellos, con mayor o menos entusiasmo), el mismo que hundió a la IV República: un Parlamento sin mayorías y con gobiernos de corta duración. Un país que fue ingobernable.
El nombre de Michel Barnier, como primer ministro, ha llegado después de varias semanas estivales en las que el presidente Emmanuel Macron testeaba, una tras otra, varias candidaturas, empezando por la izquierda, con varios socialistas moderados, pasando luego a algunos «técnicos» o centristas, y acabando con este derechista sin complejos que es Barnier. Sólo abrir la boca se nota que es de derechas.
El test consistía sencillamente en preguntar a unos y otros si se abstendrían de votar en contra en una eventual moción de censura al recién nombrado.
La izquierda se ha mostrado todo este tiempo de una inflexibilidad suicida, al haber rechazado el Nuevo Frente Popular, ¡por poco radical…!, la candidatura del que fuera primer ministro socialista con François Hollande, el también veterano Bernard Cazeneuve. Un hombre de izquierdas sin ambages. Entremedias, este frente de las izquierdas no dejaba de proponer candidatas a primer ministro, (siempre candidatas, naturalmente, requisito indispensable; a ver qué les parece la feminidad de Le Pen si llegase esta al Elíseo…), pretextando haber ganado las elecciones: ciertamente el NFP constituye el primer grupo en la Asamblea (182 escaños y 13 independientes de izquierdas), pero andan lejísimos de la mayoría absoluta de 289 diputados, cuando además nada en la Constitución ni en los usos políticos de la V República prevé para tal circunstancia un derecho de primacía de cualquier naturaleza que sea. Ni el de elegir asiento.
Tras el chasco de izquierdas Cazeneuve, el presidente Macron se consideró ya con las manos libres para ensayar la fórmula de derechas Barnier.
Y ha sido por fin Marine Le Pen (la que perdió las elecciones, por el sistema mayoritario, a pesar de haber obtenido su partido RN más de 11 millones, el más votado, y siendo firme candidata a ganar la Presidencia en 2027) la que ha dado su nihil obstat a Barnier, por mucho que este se haya mostrado siempre durísimo contra ella y su formación.
De ahí que muchos (ella misma) consideren que tiene la llave de la estabilidad gubernamental.
Es un hecho que las elecciones legislativas han dejado fragmentado en tres grandes grupos la Asamblea (el de Le Pen, 143 escaños, el centrista de Macron, 163, y el ya mencionado NFP, 182); y que solo la suma de dos de ellos puede arrojar una mayoría absoluta. De ahí que el nombramiento de Barnier, que pertenece, por filiación, al cuarto y menos numeroso grupo, el de los gaullistas LR (47 diputados), a muchos plantea dudas. ¿Con qué mayorías gobernará? ¿Acaso la izquierda lo va a derribar, como ya ha anunciado, en la Asamblea con Le Pen, o en la calle con los insumisos?
No debería ser el caso: por mucho que el frente de las izquierdas llegase en cabeza de las elecciones, hay una mayoría clara de franceses que votaron centro derecha, derecha y, sí, también extrema derecha. Es con esa mayoría con la que Macron cree que Barnier podrá gobernar. Se rompe así el cordón sanitario anti Le Pen y el frente republicano del mes de julio. Es histórico y nadie lo dice.
La semana que viene se verá si, tal como prometió, Barnier ha logrado convencer a personalidades de la izquierda para integrar un gobierno que necesita el plácet de Le Pen.
De lo contrario, en cualquier momento una moción de censura de la izquierda, a la que se sumaría sin escrúpulos Le Pen, derribará al gobierno. Y antes de un año, por ley, no se pueden convocar nuevas elecciones legislativas. El fantasma de la V República asoma ya su sábana.
La apuesta de Macron, como todas las suyas, es extremadamente audaz. Su segundo mandato está resultando mucho más agitado, incierto y peligroso que el primero. Como no puede presentarse a la reelección, y al carecer de un delfín (ha quemado a Gabriel Attal, el brevísimo), el futuro sin él y sin herederos suyos, se presenta como una gran incógnita, la de saber si alguien que no sea de izquierda podrá hacer frente a una Marine Le Pen, con un rostro cada vez más presidenciable, en 2027. Tres años que pueden ser de lo más convulsos. ¿Barnier el breve o Barnier el nuevo Macron?
Coda 1) Sin corbata. Sánchez recibió a Edmundo González en los jardines de Moncloa sin corbata y sin prensa. «Por razones humanitarias», se apresuraron en señalar desde el gabinete de prensa. Como si el exiliado hubiese llegado a Barajas en patera, deshidratado y una descomunal insolación. Esa cobertura sin corbata simboliza no sólo el desprecio por los demócratas venezolanos que votaron acabar con la dictadura madurista, sino la doblez de la postura oficial sanchista frente al régimen de Maduro. Crítica pero constructiva. (Zapatero tapa algo y sigue sin decir ni mu). En el Congreso, las ganas de hacerse notar (y los celos a Junts y ERC) del PNV han permitido que prospere la PNL que reconoce a Edmundo González como legítimo presidente de su país. Para la galería, claro. Y parece que el interesado está hasta algo incómodo con el honor. Su salida del país parece más un apaño poco heroico. Ahora será Europa la que adopte una postura oficial. Y Sánchez, en vez de liderar el proceso, como sería su obligación como presidente del país europeo con más lazos con Venezuela, irá a remolque de los 27. Y mientras tanto esperando a Godot (Zp). Y Margarita Robles por qué no se calla ya.
Coda 2) Chinismo. El viaje de Sánchez a China encarna, como pocos, el cinismo y el doble juego del Ejecutivo y su presidente. Intentar sacar tajada (tajada de pordiosero) de la tensión comercial entre Bruselas y Pekín, y presentarse como el socio europeo más fiable. Por supuesto, ni una crítica velada al régimen dictatorial. Eso se lo dejan a Borrell. O al que venga después. Total, durante la presidencia ya vieron de qué pie calzaba.
Coda 3) Vaticanarismo. El Papa se plantea visitar Canarias coincidiendo con la crisis migratoria. «Me gustaría estar cerca de los gobernantes y del pueblo de Canarias. Así es». A ver si de una vez por todas se aclara la doctrina de la Iglesia respecto a los inmigrantes. Sobre todo en lo tocante a la acogida de refugiados en el Estado de El Vaticano.