El peligro del neoproteccionismo
«Solo a través de un modelo de economía abierta se puede garantizar un crecimiento sostenido en el tiempo»
El desarrollo económico de la gran mayoría de los países se ha producido en el marco de una economía de mercado, con presencia de las empresas privadas en los procesos productivos, y con un comercio internacional que se liberalizó significativamente desde los acuerdos de Bretton Woods, en 1944. En este lugar, los Países Aliados se reunieron para organizar el mundo económico de la posguerra, e impulsar el progreso de la economía mundial. Se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pero no se alcanzó un consenso respecto a la creación de La Organización Mundial del Comercio.
Sin embargo, en el año 1947 se firmó el famoso Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, GATT, que impulsó la reducción paulatina de las barreras proteccionistas, tan arraigadas hasta esos momentos; sobre todo, a través de la denominada «Cláusula de la nación más favorecida», es decir si un país concedía ventajas arancelarias a otro, esta se debía aplicar a todos los países miembros; lo que permitió una importante reducción de las barreras al comercio y un fuerte impulso al mismo.
«Si se consolida el proteccionismo, los consumidores seremos los más perjudicados, puesto que se reduce nuestra capacidad de elección de bienes y servicios y estos se encadenarán»
Hay que recordar que el libre comercio es fundamental para impulsar el crecimiento y el desarrollo. David Ricardo, en su famosa teoría de «las ventajas relativas del comercio internacional» demostró que la economía puede ser un ejercicio de suma positiva. En efecto, estableció que, aunque un país produjese más caro todos sus productos que otro, cada uno de ellos se debería especializar en producir aquello para lo que se tuviesen ventajas competitivas; si los intercambian, los dos países pueden salir beneficiados. La demanda interna de un producto se satisface con menor esfuerzo si se produce ese intercambio comercial que si se produce mediante autarquía, es decir, con producción interna. La teoría de Ricardo ha sido ratificada ampliamente por la realidad empírica observada, fundamentalmente, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A esta teoría siempre se opuso la denominada «teoría de la dependencia» impulsada por la Cepal a principios de los años 70, que partía de la hipótesis que el comercio internacional favorecía solo a los países desarrollados y penalizaba a las emergentes; puesto que la relación real de intercambio favorecía a los primeros, que importaban de los segundos materias primas con poco valor añadido y, sin embargo, exportaban a los segundos productos industriales de mayor valor.
Esta escuela de pensamiento, a la vez que Organismo Internacional, establecía que la única forma de poder desarrollarse las economías emergentes era mediante la ruptura de estos vínculos comerciales y el impulso de un proceso autárquico de crecimiento interno. La realidad ha sido muy distinta, puesto que un proceso de desarrollo e industrialización autárquica colapsa por los desequilibrios que provoca; por lo que es necesario abrirse al exterior para seguir creciendo, como sucedió en España durante la década de los años 40, en la que un ligero crecimiento de la industria, frente a una economía agraria en la década anterior, provocó el colapso del modelo, a través de fuertes procesos inflacionistas, elevados desequilibrios de las cuentas públicas y falta de solvencia exterior por escasez de divisas.
En efecto, en España históricamente, cada vez que surgía un problema de competitividad, en lugar de reaccionar para resolverlo, la estructura productiva se aislaba cada vez más del exterior. Ocurrió con el Arancel Cambo de 1922, extremadamente proteccionista; lo que provocó un empobrecimiento relativo intenso, respecto a los países de nuestro entorno, que alcanzó su máxima expresión durante la Autarquía entre 1939 y 1959.
La economía española solo ha crecido intensamente con modelos abiertos. El desarrollismo de los años 60 del SXX, se debió, fundamentalmente, al impulso de la apertura exterior incluida en el Plan de Estabilización de 1959. Asimismo, El tratado Comercial con la CEE en 1970, la incorporación a la Unión Europea en 1986 y al euro en 1999, fueron fundamentales para impulsar nuestro desarrollo y bienestar.
Sin embargo, resulta preocupante y sorprendente el creciente proceso de proteccionismo que se está viviendo en la mayoría de los países de la OCDE, sobre todo desde la crisis de la pandemia del COVID-19, y el colapso que provocó en las cadenas de producción. Este neoproteccionismo se está aplicando tanto a través de los mecanismos tradicionales, es decir, mediante la elevación de los aranceles a las importaciones, como a través del establecimiento de contingentes o límites a la importación. Además, se están empleando nuevas trabas al comercio como las normas de etiquetado, empaquetado, subvenciones, etc.; lo que sí tiene sentido es el aumento de los controles sanitarios.
La OMC estima que desde el año 2019 se han implementado unas 27.000 medidas intervencionistas que atentan al comercio internacional. Hay múltiples ejemplos, como son los recientes aranceles establecidos para la importación de automóviles eléctricos chinos, o a nuestro aceite de oliva. Estas medidas penalizan lógicamente al crecimiento económico mundial, a los países exportadores, pero también a los importadores proteccionistas, que en «el pecado llevan la penitencia». Si se aplican aranceles a las importaciones, estos encarecen los bienes disponibles en el interior, tanto de importación como de producción nacional; y en el país protector se genera inflación, se penaliza a los consumidores y a los productores, se reduce la competitividad, y se exporta menos, deteriorándose claramente el crecimiento de su PIB y el empleo.
Si se consolida el proteccionismo, los consumidores seremos los más perjudicados, puesto que se reduce nuestra capacidad de elección de bienes y servicios y estos se encadenarán. Además, se penalizará el desarrollo y el bienestar del conjunto de la sociedad.
Solo a través de un modelo de economía abierta, se puede garantizar un crecimiento sostenido en el tiempo, para lo que es necesario una creciente especialización y un aumento de las ganancias de productividad y competitividad.