THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Pero volver, volver, volver

«Nuestro caudillo se está moderando. Yo estaba persuadido de que pondría al mando a su señora Begoña, que ha dado pruebas muy satisfactorias de que sabe lo que hay que hacer con el dinero de los demás»

Opinión
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Pero volver, volver, volver

Atardecer paradisiaco. | Archivo

No tenemos en español un término como el que usan los franceses para el reinicio de la vida habitual, tras el parón del verano. Lo llaman la rentrée y coincide con el inicio de las clases infantiles. Todo vuelve a la vida activa: la política, los teatros, la administración pública, la circulación ciudadana, los comercios y así sucesivamente. De golpe, muere el sueño del verano, la ruptura que como una alucinación (o una pesadilla) nos ha separado de la máquina laboral, social, cultural. Se desploma sobre nosotros, como la gran piedra de Sísifo, todo lo detenido, paralizado, aparcado, olvidado, procrastinado.

Una vieja y sabia canción veraniega tenía un estribillo muy perspicuo: «Dímelo en septiembre, si me quieres de verdad…». Lo cantaban los Cinco Latinos y era un aviso de que todo lo que se promete en verano carece de sustento. Los amores veraniegos, como todo lo demás, se juegan en un mundo paralelo, tras un espejo, bajo un sol abrasador y con la carne desnuda, espejo que se hace trizas en septiembre. Algunos de esos amores aguantarán, por carta, o sea, por wasap, unos meses. Luego irán enmudeciendo a medida que las hojas muertas tapicen los suelos y desaparecerán para siempre bajo las primeras nieves.

Sólo los mayores podemos sufrir la melancolía de los veranos antiguos porque sólo nosotros hemos conocido un mundo menos sujeto a la dictadura de la técnica y menos invadido por los poderes del Estado. Los jóvenes (y no tan jóvenes) no pueden saber que hubo alguna vez un verano aburrido, sin atosigamiento, sin masas en calzoncillos, sin gigantescos hoteles, sin muchedumbres apretadas en las playas, con interminables atardeceres silenciosos y un penetrante aroma a higuera fructificada. 

Las higueras siempre han olido a pecado de lujuria estival. No es cierto que Adán y Eva se cubrieran con una hoja de parra. No hubo parras hasta después del diluvio y las descubrió Noé, según se cuenta en la Biblia. El árbol del Paraíso era una higuera y con esas hojas grandes y rasposas es con lo que se cubrieron nuestros primeros padres.

Otra canción estival sumamente inteligente decía: «Azzurro, il pomeriggio é troppo azzurro per me». O sea, que ya está bien de cielos abrumadoramente azules y tardes que no se acaban nunca, a ver si termina de una vez este agobio y empieza la vida verdadera. Era de Adriano Celentano. Un genio.

En España no tenemos nada parecido a la rentrée, seguramente porque septiembre alarga la galbana de agosto, como decía Fernando hace poco en estas mismas páginas, y aunque los niños vuelvan al colegio, todo lo demás se arrastra como una gorda anaconda con la tripa llena y no empieza a revivir hasta octubre.

No así algunos trabajadores que, a pesar de que el calor apenas remite en la mayor parte del país, no podemos evitar la condena y con un espíritu calvinista poco recomendable, nos ponemos de nuevo a la tarea. Amarrados al duro banco de las galeradas, henos aquí («para lavar esta afrenta/ henos aquí, henos de Pravia», según Muñoz Seca) dispuestos a recomenzar como el mar, siempre dispuesto a recomenzar. O sea, la mer, la mer, toujours recomencé, que es lo que para Valéry era el verano entre pinos, palomas y tumbas.

Intentaré, a partir de hoy, distraerles de los horrores de nuestra actualidad, aunque sea a fuerza de comentarla. Sobre todo, como es lógico, trataré de evitar lo más prohibido de todo, lo más imperdonable: aburrir. A pesar de lo cual, no lo olviden, la vida es un bolero.

Nota bene

He observado que se ha levantado un gran escándalo porque Sánchez ha dado un mordisco al Banco de España y ha impuesto en la dirección a otro de sus empleados. Me parece una exageración. Nuestro caudillo se está moderando. Yo estaba persuadido de que pondría al mando a su señora Begoña, que ha dado pruebas muy satisfactorias de que sabe lo que hay que hacer con el dinero de los demás.

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