THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

El gobierno Frankenstein, como la cucaracha, no puede caminar

«Para Sánchez, gobernar es fundamentalmente ocupar el colchón de la Moncloa y hará todo lo posible y lo imposible para mantenerse. Incluso aunque no gobierne»

Opinión
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El gobierno Frankenstein, como la cucaracha, no puede caminar

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pocas metáforas podrían haber sido más elocuentes que la de gobierno Frankenstein. Este personaje, sin nombre propio pero que adopta el de su creador, es, según la novela de Mary Shelley, un monstruo construido a base de retazos de cadáveres, piltrafas humanas diseccionadas en la sala de autopsias de un hospital por la demencia y loca ambición de un doctor que pretende construir clínicamente la vida. El resultado del experimento es sin duda trágico. No solo es que su apariencia y su constitución interna, elaborada con despojos y partes de individuos diversos y por lo tanto totalmente heterogéneos, sea repelente y deforme, sino que a lo largo de toda la novela resulta palpable que la criatura artificialmente construida no es funcionalmente apta para la vida humana ni para integrarse en la sociedad.

Lo acertado de la metáfora radica ciertamente en que lo que salió de aquella moción de censura de mayo de 2018, y lo que se ha vuelto a repetir en 2019, y con más razón en 2023, es algo desde el punto de vista democrático repulsivo, un engendro, un monstruo fruto de los intereses más dispares, muchos de ellos bastardos. Golpistas, independentistas, herederos de terroristas, regionalistas, populistas, etcétera, aunados con objetivos diversos, y a menudo contradictorios y contrarios al interés general. Pero la metáfora va más allá, y es que este engendro, al igual que el monstruo de Mary Shelley, no es funcionalmente viable, no es operativo, no sirve para moverse en un sistema democrático. De ahí las rectificaciones, los desmentidos, las falsedades e incluso las contradicciones de que está enlosada toda la actuación del Gobierno.

El problema del gobierno Frankenstein es que no sabe o no puede gobernar. Como la cucaracha de la canción, no puede caminar. Está hecho para la representación, pero no para la gestión. Estos años pasados han demostrado hasta la saciedad que, aun cuando se llamase Ejecutivo, la ejecución, la gestión no ha sido su fuerte. Hubiera sido insólito lo contrario, dada la escasa preparación y competencia de ministros y altos cargos.

Sería interminable enumerar todos los incontables acontecimientos en los que se ha demostrado su incapacidad. Por citar algunos, comencemos situando en lugar de honor la desastrosa gestión de la pandemia que nos condujo a ser el país de la Unión Europea cuya economía sufrió un descalabro mayor y que gastó más fondos públicos en paliar, teóricamente, sus consecuencias. Si prescindimos de Sánchez -responsable último de todo, puesto que nada se mueve en el Gobierno ni en el partido sin su consentimiento-, al artífice principal de este desbarajuste se le ha premiado ahora con la presidencia de la Generalitat. Dios salve a los catalanes. Por cierto, ¿qué ha quedado de la investigación de los contratos instrumentados por Sanidad en suministros fallidos durante la pandemia?

Al hablar de desastre en la gestión, hay que referirse al Ingreso Mínimo Vital. Pasará a la historia como el sueño de una noche de verano de un incompetente, al que ahora, como recompensa, se le ha nombrado gobernador del Banco de España. El Defensor del Pueblo, seguramente con la mejor intención, pretende corregir el desaguisado creado por un diseño absurdo y defectuoso de la prestación. Lo único posible es eliminarla y comenzar de nuevo con una configuración más viable y adaptada a la realidad. Y en este mismo terreno, ¿cómo no referirnos al bloqueo de las oficinas de la Seguridad Social y del SEPE, que ha constituido una pesadilla para jubilados y parados?

«La estulticia, el buenismo y el esconder el problema de la inmigración han incrementado los resultados negativos»

Algo más que ineptitud es lo acaecido con los fondos europeos de recuperación. La pretensión de manejarlos con total arbitrariedad ha llevado a eximirles de todo control político, pero también de casi todo el control administrativo. Todo ello, unido a la improvisación y a la torpeza en la gestión, vaticina el panorama más negro en su manejo. No solo es que seamos el país que más retraso lleva en su realización, sino que también desconocemos a dónde están yendo a parar y cuál es el grado de su eficacia y utilidad. Algún día puede ser que descubramos que la avería y el agravio creados tanto financiera como penalmente supera al de los ERE andaluces.

La migración es un campo en el que se está sufriendo también la torpeza del Gobierno y de algunos ministros. Ciertamente no es tema fácil y su problemática reta a todo Occidente, pero la estulticia, el buenismo y el esconder el problema han incrementado los resultados negativos. El desaguisado en Correos, en la Renfe, en el Adif, en la SEPI, etc., está a la orden del día. Todo ello es fruto de dar prevalencia a la colonización de las entidades sobre los conocimientos técnicos.

En las dos legislaturas pasadas el Gobierno ha querido compensar su inutilidad a la hora de gestionar con cierta diarrea legislativa, basada casi siempre en formas bastardas, y muy a menudo en el anuncio de fuertes incrementos del gasto público, que posteriormente resultaban imposibles de comprobar.

En las leyes ha recurrido más de lo que sería deseable al procedimiento de urgencia. Ha utilizado también la proposición de ley, tramitada por sus grupos parlamentarios, que acorta los trámites y los simplifica y que se suponía ser los apropiados para los grupos de la oposición, ya que no tiene demasiado sentido que los que apoyan al Gobierno las presenten (como no sea para pisar el acelerador, evitar los debates y, sobre todo, los informes molestos de otros órganos constitucionales), puesto que cuentan con que el Ejecutivo puede aprobar proyectos de ley. El extremo de la corruptela se alcanza cuando se pretende modificar leyes básicas tales como el Código Penal, o las orgánicas del funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) o del Tribunal Constitucional (TC), mediante una simple enmienda a una ley exprés que ya de por sí tenía los defectos anteriores y que se resuelve en pocos días.

«El gobierno Frankenstein no es que haya legislado en caliente es que se ha quemado y ha abrasado la democracia»

En la cúspide de esta adulteración de la forma de legislar se encuentra la utilización abusiva del decreto ley. Sin comparación posible, Sánchez lo ha usado mucho más que cualquier otro gobierno. Ha convertido cada uno de ellos en un puzle de los temas más dispares. El papel del Parlamento ha quedado reducido a convalidarlos de forma global, de modo que quien quiera aprobar una parte se ve obligado a ratificar el lote completo, y el Gobierno ha jugado con ello para chantajear a la oposición.

A Lope de Vega se le atribuye aquello de que «muchas obras en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro». Pedro Sánchez podría afirmar que muchas leyes en pocos días han pasado del Diario del Congreso al Boletín Oficial del Estado. El gobierno Frankenstein no es que haya legislado en caliente es que se ha quemado y ha abrasado la democracia.

A pesar de ello, su incompetencia ha estado también presente en muchas de sus leyes, no solo porque en la mayoría de los casos, tales como en todo lo relativo a la vivienda, los resultados conseguidos hayan sido contrarios a los que se perseguían, sino porque las propias leyes decían lo contrario de lo que se quería decir. Ese ha sido el caso de la ley del sí es sí, o de la reforma del Código Penal en materia de malversación o incluso en esta nueva legislatura con la ley de la amnistía.

En realidad, lo señalado hasta el momento hace referencia principalmente a los cinco primeros años de gobierno. La cosa cambia bastante en la legislatura actual. No es que ya no sea Frankenstein. Todo lo contrario, tiene que serlo más que nunca, puesto que ha tenido que incorporar a la partida a un prófugo y a sus seguidores, con lo que, si hasta ahora el engendro era difícil de digerir y sobre todo no era apto para funcionar y gestionar, a partir de ahora ni siquiera va a lograr la representación, ni siquiera va a poder mostrarse con apariencia de gobierno, legislando aunque fuese con todos los trucos que hasta ahora venía usando.

«No es que no vaya a poder gobernar, es que le va a resultar imposible mantener la representación a base de cesiones»

Esto es lo que ya ha intuido Sánchez y por eso se ha apresurado a preparar el camino. Se pone la venda antes que la herida. Poco antes de irse de vacaciones, en su comparecencia en Moncloa para hacer balance del curso político, afirmaba con cierto descaro: «En España siempre ha habido una concepción excesivamente legislativa de la acción del gobierno. Normalmente, usamos el número de leyes aprobadas para medir la fortaleza de un gobierno, cuando es un indicador que nos habla de la situación del Poder Legislativo, del Parlamento. Las leyes son un medio, no un fin». Es decir, que si las leyes no salen no es un problema del Gobierno, sino de los otros grupos parlamentarios, o de la oposición.

Sánchez prevé lo que se le va a venir encima. No es que no vaya a poder gobernar, es que incluso le va a resultar imposible mantener la representación a base de cesiones y de leyes trapaceras y viciadas en sus formas. Ni siquiera eso va a ser viable. Incluso tendrá que gobernar sin presupuestos, tal como ya lo está haciendo y lo hizo durante sus dos primeros años y medio, aplicando los de Montoro, a los que había criticado con dureza en la oposición.

En el colmo del cinismo ha afirmado que seguirá para adelante «con o sin el concurso de un Poder Legislativo que necesariamente tiene que ser más constructivo y menos restrictivo» una confesión en toda regla de autocracia. Pero es algo más. Hasta el momento ante cualquier fracaso del Gobierno la culpa la tenía la oposición. Ahora da un paso hacia adelante, el responsable es el Parlamento que no se adecúa a sus intenciones. ¿Dónde queda lo de somos más? Pero en cualquier caso lo ha dejado claro. Para él, gobernar es fundamentalmente ocupar el colchón de la Moncloa y hará todo lo posible y lo imposible para mantenerse. Incluso aunque en sentido estricto no gobierne y termine haciendo lo que le impongan otras fuerzas políticas. Como la cucaracha, no puede caminar, pero permanecerá en el sillón.

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