THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

El encantamiento

«La crisis de Venezuela, sin un par de sucesos inesperados, hubiera pasado como una obra de arte del fingimiento político, como una farsa pese a su fondo trágico»

Opinión
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El encantamiento

Ilustración de Alejandra Svriz.

En 1600, el arbitrista Martín González de Cellorigo publica su memorial sobre la restauración de España, a la cual describe como «una república de hombres encantados que viven fuera del orden natural». Aludía al comportamiento económico de los españoles, que buscaban solo los falsos beneficios de los títulos de deuda, ignorando las actividades productivas.

No es esa la causa del encantamiento en que se encuentran sumidos los españoles de hoy, ya que precisamente la gestión económica, de la mano de Nadia Calviño o bajo su protección, ha venido cubriendo los demás aspectos de la política de Pedro Sánchez. El encantamiento aquí y ahora reside en la sustitución para el conjunto de los ciudadanos de los usos informativos propios de las democracias, con una pluralidad de mensajes e influencias, por la puesta en práctica de un procedimiento sistemático de manipulación de la opinión pública, de manera que esta no encuentra modo de escapar a la visión sesgada de la realidad, a las directrices y a las consignas proporcionadas por el gobierno.

Buena parte de la población resulta así atrapada en la campana neumática creada por el poder, que obviamente no actúa espontáneamente, sino atendiendo a técnicas científicas de manipulación asentadas sobre la inteligencia digital. En su objetivo inmediato se trata de una herencia del pasado que remite, no a antecedentes democráticos, sino totalitarios. En Italia, Salvini montó un aparato similar de control de la opinión, apodado la Bestia, aunque carente la dimensión revelada por los cientos de asesores de Sánchez y de los mecanismos técnicos y jurídicos propios de un gobierno en ejercicio. Sin mayores obstáculos, el encantamiento es inducido en todo momento, sobre cualquier tema de relieve, y responde con eficacia al interés prioritario de consolidación de su poder por Pedro Sánchez.

A veces, un error, o más de un error inesperado, descubre la existencia de ese propósito manipulador, de falseamiento deliberado de la realidad. Y de paso convierte un montaje perfecto en un castillo de naipes que se derrumba. Acaba de suceder con el tratamiento oficial de la crisis de Venezuela, que sin un par de sucesos inesperados, hubiera pasado como una verdadera obra de arte del fingimiento político, incluso como una divertida farsa, a pesar de su fondo trágico.

Para empezar, el golpista Maduro necesitaba librarse de su rival González Urrutia y estaba comprometido a aplastarle en caso de su captura. Incluso refugiado en la Embajada holandesa, suponía un riesgo de cara a la previsible condena del fraude electoral por la UE. Alguien tenía que sacarle de su propio atolladero.

«La recepción a Urrutia en La Moncloa desarrolló un repertorio de minusvaloración del vencedor en las elecciones»

En cuanto a Pedro Sánchez, forzado a seguir de lejos, sin implicarse, las posiciones de la UE y de la izquierda latinoamericana, podía temer por ello una respuesta poco agradable de Maduro, que sabe demasiado. En cambio, disponía de la posibilidad de presentarse como héroe, benefactor, y en realidad salvador del venezolano. Conviene introducir aquí la aplicación del criterio de lectura consistente en profundizar sobre lo aparentemente inexplicable, las contradicciones, incluso los silencios, «la infracción al orden», siguiendo a Tzvetan Todorov. Botón de muestra: el silencio de Zapatero, sabedor de antemano de la derrota de Maduro -hubiese sido el primero, con Monedero, en proclamar su victoria-, pero ese silencio le dejó libre para tal vez actuar más tarde, siempre desde la sombra.

El traslado de Urrutia a España llenaba las expectativas del tirano y de nuestro presidente. Sánchez no compartía la idea de Josep Borrell, para quien el exilio a Madrid del opositor representaba una tragedia para la democracia en Venezuela. En sentido contrario, superando el revés producido por la votación del Congreso, la milimétrica recepción otorgada a Urrutia en La Moncloa, desarrolló un cuidado repertorio de minusvaloración del vencedor en las elecciones, objeto al parecer de «una persecución autoritaria» (El País). Cada detalle venía a confirmar el carácter exclusivamente «humanitario» de la acogida y de la visita a La Moncloa, con la ausencia de entrevista formal, sustituida por un paseo en los jardines, y una estupenda foto oficial donde Sánchez miraba desde arriba conmiserativamente al protegido Urrutia. Todo de acuerdo con la satisfacción mostrada para el caso por Maduro, deseando ahora lo mejor a su rival. Claro signo de que estábamos ante un juego a dos.

Tal vez el momento cumbre de la farsa fue el show bestial del presidente de la Asamblea chavista, Rodríguez, anunciando un apocalipsis en las relaciones con España. De inmediato resultó convertido en pretexto para que el Gobierno de Sánchez pudiera volverse contra el verdadero malo de la película, el Partido Popular, con el coro oficial de papagayos haciéndole pagar el éxito del reconocimiento de Urrutia en el Congreso. Fueron hechos públicos los datos que el corte de relaciones produciría a los intereses españoles. El PP, como siempre, con su política de «tierra quemada», clamó Patxi López, quien por tres años presidió Euskadi gracias al PP (López tiene una razón especular: su gobierno sí que fue una tierra quemada para el constitucionalismo en Euskadi). En suma, la brutalidad del esbirro de Maduro en la Asamblea quedaba en la sombra, el PP descalificado y Sánchez se veía reforzado para su tarea de valedor de la «moderación» respecto del venezolano ante la votación de la UE.

Pero sobrevinieron dos sucesos inesperados, dos significativas «infracciones al orden», que impidieron el happy end con el «país hermano», por usar la terminología de Albares. En el acto del Ateneo sobre un libro de Julia Navarro, a Margarita Robles se le escapó del alma la palabra maldita referida al régimen de Maduro: «dictadura». Y Maduro reaccionó a su modo, brutal, sobre las relaciones diplomáticas. Si lo primero fue una infracción del orden, culpa del azar, la respuesta de Maduro debiera llevarle a solicitar asesores de imagen de Pedro Sánchez, mirando a Europa, del mismo modo que Chávez importó policía secreta y grupos paramilitares de Fidel.

«Hemos pasado de temer sanciones económicas del falso vencedor a buscar excusas por la conducta impropia de Robles»

El «hijo de Chávez» no respondió a la votación del Congreso, irrelevante para él, como lo fue para Sánchez, sino al desafío involuntario de la ministra. Así que hemos pasado de temer sanciones económicas del falso vencedor, en lugar de temerlas él, y a buscar excusas por la conducta impropia de Robles, diciendo la verdad, corroborada por Borrell. Como fin de fiesta, llega la denuncia de la conspiración con dos españoles acusados. Ahora toca a Pedro Sánchez actuar sobre la arena movediza de los socialistas europeos para ofrecerle a Maduro la compensación por la ofensa recibida, sin perder del todo la cara.

Indignidad, pero sobre todo muestra inequívoca de un modo de actuar, tanto de cara a la opinión pública, como en las relaciones internacionales, que para atender a intereses y preferencias personales, recurre al falseamiento sistemático de la realidad y de sus propias actuaciones. No importan los intereses generales de la justicia, de España o de Europa. Acaba de probarlo de nuevo en su viaje a China al minar la solidaridad europea frente a la ventajista oferta china de coches eléctricos. Y como no tenía los asesores a mano, solo se le ocurrió argüir que su cambio de opinión fue debido a la impresión causada por la visita a una fábrica china. Aquí lo hace mucho mejor.

No hay que ser demasiado optimista pensando que una mayoría de ciudadanos se habrán dado cuenta del embaucamiento a que están sometidos, a la vista del episodio venezolano. Sánchez tiene la virtud de no dejar nunca un cabo suelto, como acaba de verse con la rendición de Lambán. Primero fue descalificado y tapado el voto pro-Urrutia del Congreso, luego tocó aislar a Margarita Robles. La batalla final se da en Bruselas y si Maduro resulta absuelto, o es amenazado solo con una «mediación», Sánchez hará proclamar a los cuatro vientos que él se adelantó a Europa y, cómo no, que el culpable del caso Venezuela es el PP, no Maduro, aunque este se lo está poniendo difícil.

Seguiríamos viviendo en la nube creada en función de su interés, por encima del orden natural, de la realidad, como ocurriera en 1600. Para ese fin, contará desde Sumar con la ayuda del exchavista Errejón, significativamente convertido en fiscal anti-PP para el caso. «Hay una reacción que se niega a aceptar los resultados de Venezuela», juzga el siempre leal Pablo Iglesias. El «país hermano», léase sus verdugos, tiene en España buenos amigos «progresistas», incluso en el Gobierno, y Maduro debiera ser comprensivo. Me sumo a la rogativa.

Y como el encantamiento empieza a fallar, llega la hora de la represión pura y dura, en el orden judicial contra los medios que sacan a la luz el fango de Sánchez. Al viejo grito con que eran eliminadas las inmundicias en la España del antes citado arbitrista: «¡Agua va!».

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