Dicen que Sánchez gobierna
«Este Gobierno no se mueve en metro ni en ‘Lambo’, simplemente no dispone de combustible. Y su único modo de hacer ver que sigue muy vivo es polarizar»
Mientras Sánchez dice que va a salvar la democracia, he estado leyendo a Emmanuel Carrère. No se me recordará por ello ni se cantaran alabanzas en mi ausencia, pero al menos no me las doy de héroe. Escribió el francés una biografía espléndida sobre un personaje digno de merecerla, el ruso Eduard Limónov, poeta, mayordomo, vagabundo, político, marxista, mitad loco, mitad leyenda. Y el trasfondo de la madre Rusia siempre está presente, y de cómo, cuándo se comenzó a decir la verdad, se vino abajo la Unión Soviética. Desde que se abrió la caja de pandora, y se puso el nombre a las cosas, la URSS quedó herida de muerte.
No esperen en estas líneas una comparación chusca entre un régimen totalitario, sanguinario y el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Eso más que un bulo, sería una indecencia y un insulto a las víctimas del comunismo atroz. Y sin embargo, ese trampantojo de realidad me olió a aromas del presente ibérico. Recuerden la frase del revolucionario bolchevique Piatakov: «Si el Partido se lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que el negro es blanco y que el blanco es negro». O que la amnistía es constitucional y que lo inconstitucional sería no llevarla a cabo, por simular una bobería del estilo. Me interesaron sobremanera esos pasajes y el modo en que un estado pretende, en una misión fallida a largo plazo, abolir la realidad.
«El privilegio que Tomás de Aquino negaba a Dios», narra Carrère, «el de que no haya acontecido lo que ha acontecido, se lo arrogó el poder soviético». Y aquí volvemos a la realidad, y por ello mientras leía esas líneas pensé en el momento de ficción por el que está pasando la política española. Es una fábula creíble, sí, verosímil, también, aunque sigue siendo un cuento a la espera de que quizá se haga realidad. Dicen que hay un Gobierno, comentan que lo preside Pedro Sánchez, argumentan que es el mismo residente del Palacio de La Moncloa durante los últimos seis años. Dicen que ahora ese Gobierno, huérfano de los votos de Carles Puigdemont, debe prolongar el máximo tiempo que se pueda la idea de que el Ejecutivo está vivo, trabajando a destajo, salvando la democracia día sí, día también.
El Gobierno, en estos momentos más bien la ficción de gobierno —legítimo, no vayamos a liarnos—, quiere regenerar el sistema y a su vez no tiene la previsión de sacar adelante los presupuestos. «Vamos a salvar la democracia y no podemos ni ayudar a que los jóvenes tengan una vivienda donde emanciparse». Son fallos de guion, entiéndalos. Es una tarea compleja hacer ver a los demás lo bien que te va, como esas parejas que rompen y sonríen mucho para demostrar una felicidad. Una alegría que se torna en llanto desconsolado en la oscuridad del hogar. El Ejecutivo sonríe como lo hacía Isabel Pantoja delante de las cámaras y se sabe acorralado, no por los bulos o los medios críticos, simplemente por la aritmética parlamentaria.
«El proyecto de Sánchez hace tiempo que ha quedado reducido al relato sobre lo que ellos mismos dicen que hacen»
¿Para qué sirve un gobierno? Es el interrogante que más escuece en una suma de partidos a los que, sin el tradicional progresismo de Junts per Catalunya, se desdibujan en un mero número, insuficiente para hacer algo más que chapotear. El proyecto de Sánchez hace tiempo que ha quedado reducido al relato sobre lo que ellos mismos dicen que hacen. Por decirlo en términos actuales, este gobierno no se mueve en metro ni en Lambo, simplemente no dispone de combustible. Y su único modo de hacer ver que sigue muy vivo es polarizar para seguir ganando, etiquetar lo que es progresista (y bueno) y lo que es conservador (y malo). En eso no se le puede negar la maestría y el talento.
A principios de mes, Alberto Núñez Feijóo causó especial algarabía en redes. El Partido Popular había elegido el Palacete de los Duques de Pastrana como lugar para reunirse con los presidentes autonómicos de su formación, y es cierto que la puesta en escena de la reunión acabó dando pie a una simulación, ciertamente cómica, de una mini Moncloa con atril incluido donde el gallego pronunció su discurso final. Comprendo la chanza, y observo que no causa el mismo efecto cómico observar a un Ejecutivo haciendo como que hace. Aquí con La Moncloa de fondo y el atril oficial, aunque sin visos de que el proyecto siga latiendo. Y sin que falten ganas de hacer creer lo que no sucede. O sea, una simulación de Ejecutivo. Conviene repetirlo, sin lugar a la chanza, ¿Para qué sirve este Gobierno?