THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Imagine

«Si el poder legislativo no le baila el agua, es porque no piensan en la ciudadanía. La centralidad del presupuesto es una idea caduca»

Opinión
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Imagine

Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

Imagínese por un momento que tienen entre sus manos el poder ejecutivo de todo un país. Por pisar algo de tierra, pongámosle el nombre de España. Hasta ahora, y gracias a los esfuerzos iniciales de todas aquellas personas que hicieron posible levantar un régimen político en 1978, nuestro país puede seguir definiéndose como una democracia plena. Y no hay tantas por el mundo adelante. A pesar de todos los grises que podemos colorear en el paisaje y lo que señalan quienes quieren echarlo abajo por los más diversos motivos, somos conscientes de ello, con o sin los estándares del popular índice de The Economist

En fin, sé que es mucho imaginar eso de estar en el Palacio de la Moncloa, aunque este sea uno de los sueños más confesables de miles de españoles. Una cosa es un comentario de sobremesa en un restaurante con conocidos y otra arriesgarse, aún como ridícula ensoñación, a gobernar a millones de personas. Sea como fuere, estamos obligados a intentar este pequeño ejercicio mental para entender la realidad del momento en que nos movemos. Más ahora que la música ostentosa en los locales nos obliga a buscar la tertulia después de la comida en otros lugares, como las redes sociales o las calles. El contexto favorece un tono y un estilo para este tipo de conversación. 

«¡Que para algo tenemos un capitalismo de Boletín Oficial del Estado hipervitaminado donde los negocios surgen entre líneas!»

Así que imagínese ejerciendo de presidente del gobierno. Denunciando un día tras otro al poder judicial. Imagínese utilizando todos los resortes —y los que no, también— a disposición del ejecutivo para contrarrestar la acción de los jueces que se acercan a lo que debería ser un espacio furtivo de negocios e interrelaciones. ¡Que para algo tenemos un capitalismo de Boletín Oficial del Estado hipervitaminado donde los negocios surgen entre líneas! Imagínese también que ya ha colocado todas sus piezas partidistas en el entramado institucional, incluso en aquellas donde éticamente —o estéticamente— no deberían estar. Imagínese los dolores de cabeza que le surgirían con cada crisis del Consejo de Ministros, sabiendo que debe recolocar en otro lugar a los acólitos. Pocas recompensas de fidelidad se pueden comparar con una cartera de piel de esas que se regalan con el ministerio.

Imagínese que, después de este primer ataque, comienza a desdeñar en diversas alocuciones al poder legislativo. Con él o sin él, el proyecto siempre estará por encima de todo y de todos. Bueno, menos de usted. Imagínese que las voces áulicas de su gobierno propagan a la prensa amiga aquello de que no tener una mayoría confiable en las dos cámaras —o, lo que es lo mismo, que muchos de sus intentos de sacar adelante leyes se van a ir por el retrete de la legislatura— importa bien poco, porque lo necesario es controlar los fondos europeos. Si el poder legislativo no le baila el agua, es porque no piensan en la ciudadanía. La centralidad del presupuesto es una idea caduca. Imagínese que a golpe de batuta tiene a mucha gente replicando el mensaje por tierra, mar y aire. Imagínese que los demás medios, los que se salen de la correa de transmisión, son tabloides que le quieren dañar. No cabe duda de que sólo pueden estar financiados por oscuros personajes de puro, reservado y alta graduación en sangre.

Imagínese que las hemerotecas se desvanecen de un suspiro, ya que en ellas todo es sinónimo de nada. Las palabras significan aquello que se quiere en cada momento. A veces, ni eso. Lo que antes era inconstitucional, ahora se convierte en constitucional por arte de magia, lo inadmisible se vuelve necesidad perentoria y la ejemplaridad que brota de cada declaración desaparece en la misma acción. De tal forma que, poco a poco, el interés del país siempre se confunde con sus deseos. Este sería un buen momento para que se sacudiera de esta ensoñación. Porque el sueño habría transmutado en pesadilla. Al despertar, sería prudente reconocer que el problema estaba en uno mismo, aunque las consecuencias afectasen a otros. En el fondo, sabemos que es una de las primeras leyes de la política: los errores siempre repercuten más en carne ajena

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