Un dulce olor a podrido
«Un gobierno cuyo único fin es su propia supervivencia, un gobierno cuya única ideología es llegar vivo al siguiente fin de semana»
Desde que una magdalena mojada en una taza de té provocó a Marcel Proust suficientes estímulos sensoriales como para poder escribir más de 300 palabras de su tan monumental como insoportable «En busca del tiempo perdido» todos sabemos del poder de los olores para transportarnos mágicamente, como si de una máquina del tiempo se tratase, a otros lugares y a otros momentos.
A mí siempre me ha sucedido con el petricor, ya saben, el olor a tierra mojada, que más que evocar, me hace viajar hasta mi infancia norteña, a las primeras lluvias estivales sobre el muelle aún caliente del puerto de Mundaka pocos días antes de volver al cole hasta tal punto que casi llego a sentir el frescor de cada gota de lluvia sobre mi piel, la voz de mi madre y el olor del bote azul de Nivea apresuradamente guardado para salir corriendo a resguardarnos bajo el puente de piedra sobre el que pasa la vía del tren.
«Un dulce olor a podrido, a fin de ciclo y a proyecto agotado que impregna cada acción de un gobierno que, como algunas plantas carnívoras, ya solo es capaz de atraer a su entorno a los más infames insectos»
Un prodigio sensorial que asombrosamente se ha empezado a producir de forma inversa cada vez que escucho o veo en la televisión a Pedro Sánchez diciendo que va a agotar la legislatura, pero en lugar de transportarme a aquellos dulces días de verano y tierra mojada, trae hasta mí el inconfundible y dulzón olor a fruta en mal estado de los bosques de adelfas, el crujido de sus hojas secas y la dureza de la tierra sobre la que crecen.
Un dulce olor a podrido, a fin de ciclo y a proyecto agotado que impregna cada acción de un gobierno que, como algunas plantas carnívoras, ya solo es capaz de atraer a su entorno a los más infames insectos mientras que aleja al resto de los habitantes del bosque, espantados ante los insoportables efluvios que produce.
No, no me estoy refiriendo a los problemas familiares de todo el entorno del presidente Sánchez, para eso están los tribunales y les aseguro que ni a él ni a sus allegados les deseo ningún mal, sino de un gobierno que ha olvidado que gobierna para los ciudadanos, un gobierno incapaz de sacar una sola ley adelante sin pasar por el chantaje nacionalista, un gobierno cuyo único fin es su propia supervivencia, un gobierno cuya única ideología es llegar vivo al siguiente fin de semana.
Un gobierno encabezado por una triste figura política cuya resistencia se ha transformado en contumacia y que cada vez es más consciente de que su mandato solo será recordado por ser quien destruyó el principal partido de la izquierda española y logró que la polarización alcanzase cotas no igualadas en cien años.
Un gobierno que a pesar los trampantojos que puedan inventarse todos los prestidigitadores que lo rodean no es que tenga fecha de caducidad, es que ha caducado y amenaza con contaminar de su infecto hedor a cualquiera que se atreva a acercarse.