El secreto de la bacanal de la Moncloa
«En España no existe ni una izquierda ni una derecha sociológica. Lo que existe es la idea de que el bienestar depende de la extracción de riqueza, no de su creación»
Después de seis años con Pedro Sánchez de presidente, España se desmorona en todos los órdenes: el económico, el político, el social y el internacional. En cuanto al aspecto moral no es que se desmorone, simplemente se desintegra.
En cualquier aspecto medible podemos afirmar que sufrimos el peor Gobierno de toda nuestra historia democrática. En lo único que ha sido eficiente este Gobierno es en la exacción mediante impuestos. Un siniestro logro en un país devenido en una fábrica de parias y pobres que, sin embargo, no ha servido siquiera para arreglar el desastre ferroviario, el pan nuestro de cada día de los currantes sin posibles; menos aún para evitar incurrir en déficit año tras año. Cuánto más recauda, más gasta este Gobierno. Y no precisamente en sanidad y educación.
Decir que Pedro Sánchez es la mayor catástrofe política española desde la Guerra Civil no es una opinión aventada y fachosférica, sino la verdad. Los números no mienten. Más de una cuarta parte de los españoles, uno de cada cuatro, roza la pobreza severa. Y uno de cada diez es pobre de solemnidad. Somos el país de la OCDE con mayor proporción de quiebras empresariales y con más dificultades para encontrar trabajo. Los campeones en trabas burocráticas, barreras tributarias e ineficiencias administrativas. Tenemos la Justicia más lenta y los tiempos más largos para cumplimentar un trámite cualquiera; el alquiler más caro y los sueldos más bajos; las sanciones más abusivas y el silencio administrativo más atronador.
Bastan las matemáticas elementales para sentenciar que Sánchez es con diferencia el peor presidente de nuestra historia democrática, un logro extraordinario habida cuenta de que ha tenido que competir con dos grandes campeones de la inanidad, la incompetencia y la malicia, uno del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, el actual consigliere de la Cosa Nostra socialista, el fornitore di denaro. Y otro del Partido Popular, El inombrable que adelantó a la izquierda por la izquierda, prolongando así los efectos de la crisis de 2008 una eternidad.
Sin embargo, es hora ya de contar toda la verdad.
«A la España política no le interesan las empresas sino los negocios»
Desde que tengo uso de razón he leído, escuchado y hasta soñado con una advertencia recurrente: que en España la separación entre lo público y lo privado es inexistente. Con el tiempo, esta indeseable colusión ha dejado de ser una mera denuncia para convertirse en una verdad insoslayable. Cualquier observador mínimamente avezado puede comprobar que, en prácticamente todos los escándalos de corrupción, comparecen políticos y avispados negociantes prestos a dar el pelotazo, sea importando mascarillas chinas, fletando vuelos sospechosos, creando mercantiles que de un día para otro facturan millones a la Administración, o más convencionalmente vinculando los modelos de negocio a los renglones torcidos del BOE para ordeñar la ubre del Estado a cuenta de cualquier concurso o regulación sobrevenida.
A la España política no le interesan las empresas sino los negocios. Los empresarios son una especie en extinción que está siendo reemplazada por mercantilistas. Vulgares chorizos de cuello blanco y dedo meñique estirado u horteras que a la que sisan su primer millón se compran un Ferrari para exhibirse en su pueblo, barrio o urbanización de postín. Así se explica que quienes ascienden en el escalafón de la España política no sean los que están más preparados, sino los cómplices. La mácula de la complicidad es el botón rojo, el seguro de vida de un sistema basado en el latrocinio. Nada mejor para neutralizar cualquier inconveniente ataque de decencia que el trapo sucio guardado en el cajón.
Así es como hemos llegado al momento cumbre en el que un empresario implicado en la campaña de Ferraz para tratar de desacreditar a magistrados y periodistas haya asegurado en una grabación que Santos Cerdán y la fontanera del PSOE Leire Díez manejan miles de archivos con información sensible con la que —¡voilà!— parar en seco los atisbos de decencia que amenazan a Sánchez y señora. Sólo así se explica que aún permanezcan en la Moncloa. Algo que sin necesidad de recurrir a los tribunales sería impensable en cualquier democracia mínimamente solvente, porque bastaría con la indecencia manifiesta para echarlos a la calle. Y después, si acaso, arrojarlos a una celda.
Con todo, lo peor es que mezclar lo público y lo privado para obtener beneficios ilícitos se ha propagado como una enfermedad infecciosa, hasta el punto de que buena parte de la sociedad ha acabado participando de la idea de que el Estado debe robar para repartir. De ahí que los escándalos de corrupción a duras penas penalicen al Gobierno. Y de ahí, también, que el Partido Popular, en vez de enfrentarse a la mentalidad imperante, fluya con ella y enarbole las banderas sociales de la izquierda.
«Pedro Sánchez y Begoña Gómez han sido educados como otros muchos españoles: no actúan de manera inmoral, carecen de moral»
Pero en España no existe una izquierda ni tampoco una derecha sociológica. Lo que existe es la convención ampliamente compartida de que nuestro bienestar depende de la extracción y reparto de la riqueza, no de su creación. Pedro Sánchez y Begoña Gómez han sido educados como otros muchos españoles en esta convención. No actúan de manera inmoral, carecen de moral. Son como dos adolescentes que, de repente, se encuentran en posesión de la mansión de sus padres y se dedican a dar fiestas. Para ellos lo que hacen es lógico, porque ¿qué otro sentido puede tener el poder que no sea aprovecharse de él?
Lamentablemente, me temo que esta convención dominante no desaparecerá con Sánchez y señora. Seguirá vigente hasta que, como ha sucedido en Argentina, los españoles comprueben en carne propia que la pobreza masiva no es un error de este sistema extracción y reparto, sino la prueba incontestable de su éxito.