THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

La invención del resentimiento

«Lo de López Obrador y su discípula parece una rabieta infantil –pues no te invito a mi fiesta, hala– basada en la interpretación errónea de la Historia»

Opinión
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La invención del resentimiento

El presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador.

No se entiende muy bien el empecinamiento de los actuales gobernantes mexicanos respecto al Rey de España, pero no todo lo hemos de entender en la vida: los primeros que lo intentaron –Adán y Eva– acabaron mal y lo seguimos pagando. O sea que me ceñiré a aquello de lo que sí entiendo un poco. Quiero decir que mis referencias no serán políticas y apenas serán históricas –aunque puedan usarse como tales– pero sí las que mejor explican las cosas: las de la literatura.

Cuando hablamos de venganzas en las altas esferas siempre aparece Shakespeare, pero en este caso, tan simple es la maniobra que sería tomar el nombre del bardo inglés en vano. Lo de López Obrador y su discípula parece una rabieta infantil –pues no te invito a mi fiesta, hala– basada en la interpretación errónea de la Historia; o sea en el resentimiento causado por un hecho nunca padecido por los ahora resentidos y sus antepasados.

Como sabía antes todo el mundo –visto lo visto, a veces tengo dudas– la conquista de América empezó con los reyes de Castilla y Aragón y se desarrolló durante la época de los Austrias, no de los Borbones. Los Borbones pillaron el final, las independencias de los criollos y otros baldones de la herencia de Fernando VII, acuciado por la masonería, la resaca de la invasión napoleónica y las familias más ambiciosas de Ultramar. Pedirle cuentas a Felipe VI es simplemente una tontería y ofenderse porque no contestó una carta insólita, en fin, tendría que hacérselo mirar López Obrador.

Pero México –es una forma de hablar– sí se vengó de los Austrias, encarnados en los Habsburgo y al pobre Maximiliano –proclamado emperador de México– lo pasaron por las armas en el paredón, donde se comportó con gran dignidad. No olvido la literatura. De la tragedia de Maximiliano y su esposa Carlota dio buena cuenta el escritor mexicano Fernando del Paso con un novelón –casi 800 páginas– titulado Noticias del Imperio en el que le puso voz a la emperatriz Carlota para contarla.

Y Fernando del Paso fue premiado con el Premio Cervantes, que es un premio –como se sabe desde que el mundo es mundo– que se concede a los autores de las naciones a las que se quiere ofender. Y en época de los Austrias –sigo con la literatura– tuvo lugar el esplendor de los cronistas de Indias: Bernal Díaz del Castillo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca y Gonzalo Fernández de Oviedo –por citar a tres– escribieron unos libros maravillosos donde el barroco esplendor de la naturaleza americana, la riqueza de los pueblos indígenas, sus generosas costumbres –y las más bárbaras y crueles, también– quedaron retratadas para siempre. Ya quisieran muchos.

«Yo no sé si en México se lee a los cronistas –se estudian, quiero decir– pero, desde luego, en España, no y así nos va»

Yo no sé si en México se lee a los cronistas –se estudian, quiero decir– pero, desde luego, en España, no. Y así nos va: representantes de Comuns, Bildu y Sumar –sospecho que muy lectores no deben ser– se van pitando a México a celebrar que el Rey no está invitado y nuestro Gobierno, dado el caso, no hará acto de presencia. Espero que, al menos, el tequila esté asegurado para los díscolos, aunque mejor olviden el peyote que miren cómo acabó el pobre Artaud.

He citado a Fernando del Paso, Premio Cervantes de Literatura. Como lo son Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska, todos ellos mexicanos. Al gran Pitol lo conocí y escribí sobre él varias veces. Y sin los poetas Paz y Pacheco no hubiera sido el que soy, tal como suena. Y aún recuerdo un buen cuento jamesiano –incluido en Cuerpos y almas– y la novela Zona Sagrada, de Fuentes, un autor que tiempo después dejó de interesarme. A Poniatowska, lo siento, no la he leído más allá de algunos artículos y entrevistas.

Pero si la España de los Austrias fabuló las Crónicas Americanas, el México independiente formó parte del llamado Boom Latinoamericano –que le debe mucho a las crónicas– y tanto enriqueció –y en cierto modo, sacó del atolladero– a la novela española. Lástima que, a Juan Rulfo, mexicano también, no le dieran el Cervantes: a cambio Rulfo tuvo todos los premios (como Borges al negársele el Nobel) y siempre he creído que no se lo dieron por tener poca obra; por nada más. En cuanto a la ofensa al Rey ya se sabe aquello de que no ofende quien quiere ofender y en este caso, Felipe VI no necesita que nadie lo defienda: su silencio es oro.

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