Un líder y su época
«Sánchez ha entendido dos fenómenos preocupantes: un ciclo mediático histérico, que dificulta rendir cuentas, y un creciente desprecio por la democracia liberal»
Pedro Sánchez sabe muy bien hasta dónde puede llegar. Es un líder adaptado a su época, una especie de turbopolítica posliberal. Ha sabido entender muy bien dos fenómenos contemporáneos preocupantes: un ciclo mediático histérico y veloz, que dificulta mucho la rendición de cuentas (el escándalo de hoy es sustituido por el de mañana), y un creciente desprecio por la democracia liberal y un mayor aprecio popular por fórmulas autoritarias o pseudoautoritarias.
De ahí su arrogancia en el poder. Sabe que, en primer lugar, sus escándalos se olvidan o ni siquiera se comprenden: son caóticos y técnicos (la amnistía, el cupo catalán). Si la oposición pone el grito en el cielo es porque, en el fondo, pone siempre el grito en el cielo. Es lo que hace la oposición. No queda claro, entonces, cuándo el presidente realmente ha cruzado una línea roja.
En segundo lugar, sabe que su corrupción blanda, su nepotismo, su desprecio por los contrapesos y las instituciones solo preocupan a unos pocos. Al ciudadano contemporáneo le da igual que haya colocado a su exministro como gobernador del Banco de España. ¿Es que acaso no ganó las elecciones? Pues quien gana las elecciones hace y deshace como quiere. Es una visión bastante extendida en la ciudadanía, que está a la vez muy despolitizada (leemos menos prensa, nos interesa poco la política) y muy polarizada (el ciudadano que sí está interesado está cada vez más radicalizado).
Es algo que provoca mucha frustración en la oposición, que no es capaz de comprender por qué la ciudadanía no ve lo mismo que ven ellos. Es cierto que cada vez aumenta más el electorado antisanchista, y que la estrategia de renunciar al centro acabará costando al PSOE, que sobrevive con la respiración asistida de los nacionalismos. También es cierto que el Gobierno de Sánchez ha gobernado así desde 2018, cuando alcanzó el poder con una mayoría muy débil. Y que vendiendo cachito a cachito el Estado a los nacionalistas, ha conseguido sobrevivir. Es una estrategia que tiene las horas contadas, porque no puedes gobernar a las espaldas de medio país. Pero permite al presidente seguir en la Moncloa, aunque sea sin poder realmente gobernar.
«Considera que la oposición es a la vez ilegítima, porque es de derechas, e irresponsable, porque no le apoya»
En un artículo en El Confidencial, Ramón González Férriz, que acaba de reeditar su estupendo libro La ruptura, sobre la generación de socialdemócratas y liberales que intentó cambiar la política española y fracasó, dice que el Gobierno «está cogiendo un aire parecido al de los últimos años del felipismo, en los que este tenía que dedicar una enorme cantidad de energía a procurar su propia supervivencia». No me parece que sea algo novedoso. La ideología de Sánchez siempre ha sido la supervivencia y, sobre todo, el poder. Y en el poder cabe todo, y el poder lo justifica todo.
El presidente observa a la oposición con una incomprensión ontológica: no entiende que no le dejen gobernar a su gusto. Considera que la oposición es a la vez ilegítima, porque es de derechas, e irresponsable, porque no le apoya incondicionalmente. El presidente piensa igual que buena parte de la ciudadanía: quién gana las elecciones hace y deshace como quiere.