Sonríe y vencerás
«Lo que el público quiere, más que lloros y amenazas, son ilusiones. El PP aún está a tiempo de ponerse guapo e hilvanar un discurso seductor»
La política es reactiva cuando uno vive en el sombrío agujero de la oposición. Tanto hace el Gobierno, tanto se queja quien calienta los escaños abucheadores. Esta dinámica, común a cualquier democracia, permite rellenar titulares y fotogramas, pero desanima al votante amigo casi tanto como los abusos e idioteces del Ejecutivo. El márketing hilvanado por los asesores, esos seres aún más sombríos que la citada cueva parlamentaria, parte de un presupuesto equivocado. Lo que el público quiere, más que lloros y amenazas, son ilusiones.
Podría plantearse, con cierta objetividad, que el país pasa por un momento feo. Pese al capote que le echa Venezuela, pinta poco en el panorama internacional. Tampoco es que haya demasiadas alegrías fiscales, salvo que por tales se entienda el guateque de la presión fiscal. El asunto territorial depende del humor de las fuerzas centrífugas aparentemente amigas del presidente. Las carreteras están hechas un asco, igual que Renfe y Correos. De la justicia mejor no hablar. Y, para colmo, los socialistas que mandan en La Moncloa amagan con una extraña e inconcreta maniobra para controlar la Máquina del Fango, término acuñado por Sánchez para referirse a aquellas informaciones que destapan su particular modo de ejercer el poder y entender el networking.
En esta tesitura, el PP protesta. En general lo hace recurriendo a su líder, Alberto Núñez Feijóo, un señor que sabe expresarse con propiedad, quizás con demasiada propiedad, circunstancia que explica que una parte de su audiencia, poco leída como España en general, enarque a menudo una ceja y se pregunte en voz alta: ¿Pero qué está diciendo este buen hombre?
«Sonreír en plena batalla es más perturbador para el enemigo que mirarle con odio. Esa sonrisa trasladaría un mensaje inquietante para el sanchismo: hagáis lo que hagáis, acabaremos venciendo»
Vale, tal vez se trate sólo de un obstáculo formalista. Lo importante es el caramelo que palpita bajo el envoltorio dispuesto a ser paladeado, degustado y comido. ¿A qué sabe ese caramelo? Según los asesores, y en el mejor de los casos, a decepción, hartazgo y perplejidad, sentimientos todos ellos legítimos, pero poco prácticos cuando uno quiere remontar el vuelo y arrasar en la siguiente cita electoral, de modo que ni siquiera la alquimia del imperfecto Estado autonómico permita al PSOE gobernar con quienes no tienen la menor intención de propagar el bien común.
Aquí ya no se trata de resolver la vieja dicotomía izquierda-derecha. Los socialistas son de izquierdas en la misma medida en que un monje tibetano pertenece al Mosad. Ese partido exobrero y, sobre todo, exespañol, responde bajo el reinado de Sánchez a un único estímulo: gobernar a toda costa, incluso aunque pueda incurrirse en la paradoja de que al final no queden ni las raspas del país que se pretende gobernar.
Haría bien el PP en sacudirse sus complejos. Para derechona ya está ahí Vox. Así que toca ponerse guapo, elegante y resultón: lo que el votante quiere y el dubitativo espera es un potentísimo discurso de luz, un programa que desvele una visión a largo plazo e incorpore algunas de las tradicionales ausencias del corpus mental conservador. Por ejemplo, el cambio climático, un fenómeno global que lastimará enormemente al turismo, desplumará a la gallina aún dorada del ladrillo y obligará a España a ser mucho más resiliente y disruptiva.
Debe ser difícil ensayar una sonrisa cuando tu rival te asquea hasta el extremo. Y, sin embargo, sonreír en plena batalla es más perturbador para el enemigo que mirarle con odio. Esa sonrisa trasladaría un mensaje inquietante para el sanchismo: hagáis lo que hagáis, acabaremos venciendo. Con suerte, antes de que el sistema en su conjunto acabe en el desguace. Pero para vencer hace falta creérselo. Y contarlo con eficacia.