LPS. El lenguaje político de Pedro Sánchez
«La comunicación del presidente del Gobierno se mueve en torno a un único eje: el ‘progresismo’, llave mágica para justificarlo todo, y la ultraderecha»
En El lenguaje del Tercer Reich, Viktor Klemperer destacó la importancia del lenguaje a la hora de configurar los comportamientos y las mentalidades: «El lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir un afecto alguno y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico».
Correspondió al nacionalsocialismo darse cuenta de este fenómeno, aplicando de modo sistemático sus prescripciones al establecimiento y consolidación de un poder totalitario. A partir de ahí, los epígonos de Hitler y de Goebbels utilizaron la receta con distintas variantes, intensidades y rigor. En la vertiente opuesta, el otro totalitarismo creaba también desde la Revolución de 1917 su lenguaje propio, con su arsenal de palabras, prohibiciones y sustituciones obligadas, y la pretensión de utilizarlo como instrumento para forjar el homo sovieticus. Lo hacía desde un esquematismo más rígido, fundado incluso con más intensidad sobre la prohibición y el castigo que sobre la captación y la manipulación.
En ambos casos, la formación del neolenguaje procede del encuentro de la voluntad expresada por un líder o un partido, de ejercer un control ilimitado sobre la vida política y social, con el reconocimiento de que ese es un objetivo inalcanzable desde el pluralismo ideológico. Surge siempre de una pulsión antidemocrática. La información, la argumentación y la simple propaganda ya no sirven; debe entrar en juego una manipulación sistemática. Algo hoy ya factible, utilizando la inteligencia digital. El modelo adoptado por el Gobierno de Pedro Sánchez responde plenamente a esta exigencia. No son ya los viejos «fontaneros de La Moncloa», sino un copioso braintrust, constituido en centro de asesoramiento y formación del discurso del presidente para ese fin.
La puesta en práctica de una confrontación permanente con la oposición, casi una guerra fría, y el carácter mecánico de su funcionamiento, han sido los factores que impulsaron la formación de un lenguaje político característico del Gobierno de Pedro Sánchez. Debe servir para respaldar en todo momento y de modo automático sus decisiones, prescindiendo de razones y argumentos, así como desautorizar las críticas de cualquier oponente, vistas de antemano como reaccionarias.
La transmisión a la sociedad es piramidal. Pedro Sánchez anuncia las grandes decisiones y tomas de posición, tras él casi siempre Bolaños asume el papel de transmisor principal, siendo su mensaje repercutido en forma de consigna o titular por los ministros afines al tema, convertidos en coro de papagayos. Repetirán incluso sus mismas palabras. Para preparación del terreno antes y aclaraciones posteriores, refrendando siempre de modo estricto las posturas del Gobierno, entran en escena los medios afines de televisión y prensa, con el diario El País en el cometido especial de ganarse a las élites, proporcionando los argumentos que el Gobierno al parecer omite. Un circuito cerrado de comunicación, sin margen alguno para la disidencia.
«El progresismo consustancial al Gobierno lleva a suponer que toda actuación es positiva para el país»
La cristalización de las comunicaciones emitidas por el Gobierno, dando lugar a un neolenguaje propio, resulta una condición primordial para atender a su propósito de ejercer un constante dominio imperativo sobre la escena política. La fijación de las palabras es necesaria, primero para uniformar las ideas y los comportamientos en su masa de seguidores, y a continuación para asumir una posición dominante, cerrada al debate, en la confrontación con opositores y discrepantes. Con el enemigo, no se discute; se le aplasta.
Por eso el repertorio conceptual y terminológico del LPS, el lenguaje de Pedro Sánchez, es muy reducido. Se mueve en torno a un único eje, con el polo positivo adscrito al presidente y a sus actuaciones, progresismo, convertido en un auténtico mantra, llave mágica para justificarlo todo, y un polo negativo, reservado para cualquier crítica, y sobre todo para la oposición, acusada de ser enemiga del progreso, reaccionaria: es la ultraderecha, PP y Vox, con el primero como blanco principal. El progresismo consustancial al Gobierno lleva a suponer que toda actuación es positiva para el país, de acuerdo con lo que expresan dos eslóganes recientes: «El PSOE cumple» y «España avanza».
Frente a ello, toda actuación del PP refleja su esencial negatividad. Así, las críticas dirigidas contra acciones del Gobierno, en la acogida al opositor González Urrutia, son denunciadas como ataques del PP a España. También es este el culpable si sus aliados no le votan su ley no negociada de extranjería o los presupuestos. En este punto, la solemnidad de la condena se desliza hacia lo grotesco cuando la poco agraciada portavoz del PSOE acusa a Feijóo de ser un hombre «avinagrado».
Si Sánchez se entrevista con Giorgia Meloni, es un acto de Estado, si la visita Feijóo, prueba con ello ser de extrema derecha. El tratamiento de sus declaraciones y propuestas por los medios gubernamentales, incluido el más prestigioso, aplica la receta que los consejeros nazis proporcionaron a los alevines de la profesión con Franco: los mensajes republicanos solo podían ser reproducidos si eran deformados y ridiculizados. El ambiente político deviene irrespirable. No importa. La razón suprema de la precaria alianza gubernamental se ve apuntalada: que nunca gobierne la derecha.
«El buen fin lo justifica todo, sin atender a obstáculos políticos o legales»
Ante todo, el vértice del poder no debe desgastarse. El progresismo, y su cabeza, el presidente Sánchez, no han de ser sometidos a prueba. De ahí que nunca haya explicación para las decisiones. Tomemos las tres más importantes de los últimos tiempos, dos de las cuales, la amnistía y el concierto catalán, contradicen de lleno las posiciones anteriores del PSOE. El buen fin lo justifica todo, sin atender a obstáculos políticos o legales.
La amnistía, cuenta Sánchez al consejo federal de su partido, no al Congreso de Diputados, traerá la concordia y cerrará heridas. La «singularidad» fiscal catalana, siempre para su consejo federal, responde a una insatisfacción, y es un simple cambio de «modelo». Mentira clamorosa. El plan de regeneración democrática sí será presentado al Congreso, porque no hay nada que votar, pero el gato encerrado aquí es que la hojarasca de medidas está al servicio de un objetivo central: el control de los medios.
Llegados a este punto, se acaban el encubrimiento y la mentira sobre las nuevas leyes, y entra en juego la lógica de inversión de los significados, con el despliegue de un vocabulario acusatorio. La «intervención» de los medios tendría como causa la proliferación de bulos, por seudoperiódicos que montan contra el buen gobierno una política del fango. Mantras, esta vez negativos, mil veces repetidos por voces del Gobierno, que sin demostración alguna, legitiman la vocación punitiva de Sánchez. Toda crítica resulta satanizada, así como la oposición, su instigadora.
El juego es ilustrativo. Bulos, contra la positiva actuación del gobierno; seudoperiódicos, desinformación frente a la buena prensa: ambos sirven de base a la política del fango, opuesta a la política de verdad, progresista, encabezada por Pedro Sánchez. Por eso la acción de todas las fuerzas del mal se dirige contra su persona. El amplio espectro de medidas de su anuncio tiene por núcleo un objetivo de salvación personal. LPS adopta la lógica de inversión de significados que el nazismo lleva a la máxima expresión en el Arbeit macht frei! de Auschwitz, partiendo del propio título del Plan de Regeneración democrática.
«El lenguaje se convierte así en instrumento privilegiado y en espejo de un sistema de dominación»
La construcción de un lenguaje propio va más allá de las palabras. Klemperer no descubrió el lenguaje del Tercer Reich con la lectura, sino asistiendo a un desfile nazi. También en el caso del LPS, y aplicando ya un criterio científico, el LPS abarca todos los niveles de la comunicación, desde el gesto y el vestido del presidente, al juego de sus presencias y ausencias, e incluso a la regulación encubierta para las informaciones por televisión.
Horario tardío sin transmisión directa, más ausencia del propio Sánchez del voto, permitieron, en abril de 2023, esconder la colaboración del PP en la reforma del sí es sí, contra medio Gobierno, presentada a la opinión como meramente «técnica». Al día siguiente, la guerra podía seguir. El lenguaje, y del lenguaje forman parte los silencios, se convierte así en instrumento privilegiado y en espejo de un sistema de dominación.